Si hay una serie española archiconocida en el mundo entero por méritos propios, esa es La casa de papel (Álex Pina, desde 2017). Bueno, y debido a la ayuda inestimable de Netflix y la gran proyección de su plataforma internacional, claro; que hasta el novelista Stephen King pudo engancharse a ella así.
Pero es en la que resulta más evidente que los cineastas de este país europeo por fin han entendido que ya no se pueden hacer las series como antes, que tras incorporar la perspectiva cinematográfica en la televisión con Twin Peaks (David Lynch y Mark Frost, desde 1990) y The X-Files (Chris Carter, desde 1993) y después de los fenómenos globalizados de Lost (J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, 2004-2010) y Juego de tronos (David Benioff y D. B. Weiss, 2011-2019), no sirve la planificación sosa y los montajes simplones que nos han estado ofreciendo hasta el otro día.
En lo que respecta al navarro Álex Pina, parece que podemos estar tranquilos. Nos ha demostrado que tiene la lección bien aprendida en sus series posteriores a La casa de papel: El embarcadero (2019-2020), White Lines (2020) y Sky Rojo (desde 2021), la primera y la última, con su colega Esther Martínez Lobato, que además se desempeña como productora y guionista del thriller sobre los atracadores con el mono rojo y las máscaras de Salvador Dalí, icónicas a estas alturas.
Un inicio irregular que se reconduce
Estos personajes y los que les quieren parar los pies, con el Profesor (Álvaro Morte) a la cabeza en el caso de los unos, vuelven ahora con la quinta y última temporada en Netflix. La secuencia inicial de “El final del camino” (5x01), previa a los títulos sugerentes de costumbre con “My Life Is Going On”, la canción familiar de Cecilia Krull, es a un tiempo un modo de recordarnos la tesitura y de reintroducirnos en la tensión y el espíritu propios de La casa de papel con una rapidez absolutamente talentosa y una gloriosa música coral de los compositores habituales, Iván Martínez Lacámara y Manel Santisteban (Vis a vis).
Y retornan también los flashbacks contextualizadores y la chispa de los diálogos elocuentes, a los que se le ven un pelín las costuras en las escenas posteriores por el ritmo con cierta precipitación en el montaje a seis manos, las de Luis Miguel González Bedmar (La que se avecina), Raúl Mora (Aída) y Patricia Rubio (Sky Rojo); y eso menoscaba la hipnosis que se desea conseguir para los espectadores de Netflix.
Las virtudes reconocibles de ‘La casa de papel’
Por fortuna, esta situación se reconduce y el metraje se encarrila en la limpieza usual de La casa de papel. Y hay aquí una secuencia apuntalada con un tema musical clásico que es vivísima y bastante graciosa, y su humor socarrón, muy agradecido. Además de las composiciones complejas que esperamos, montadas como un puzle con completo sentido y el pegamento de la voz en off usual de Tokio (Úrsula Corberó).
En el primer capítulo y durante “¿Crees en la reencarnación?” (5x02) se mantiene el desconcierto de lo imprevisible y la sana curiosidad que genera la duda de cómo demonios podrán salir de aprietos semejantes, la suprema virtud de lo que engancha en mayor grado que casi cualquier otra propuesta narrativa. A La casa de papel solamente le falta lo fascinante, como en la barroca densidad de Hannibal (Bryan Fuller, 2013-2015) o el laberinto fantástico de Dark (Baran bo Odar y Jantje Friese, 2017-2020), para que Álex Pina remate esa faena concreta.
Pero, si algo distingue a esta parte de su más destacada ficción televisiva, es que nos ofrece una menor introspección y no tanto desarrollo de las relaciones entre los personajes, en beneficio de la intriga y la acción. Va al grano sin demasiados circunloquios; es decir, se simplifica un poco en la hondura de su carga dramática. Qué gusto da, por otro lado, la villanía o el antagonismo a la misma estatura que los protas más ingeniosos. Y, en resumidas cuentas, los dos capítulos con los que comienza la quinta temporada de La casa de papel en Netflix sufren altibajos, sí, pero lo que brilla nos deslumbra como siempre.