El día que terminó Juego de tronos (David Benioff y D. B. Weiss, 2011-2019), hace poco más de un año, la gran indignación ocasionada por las decisiones finales de sus guionistas nos trajo a la memoria a algunos la que sintieron multitud de espectadores cuando acabó Lost (J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, 2004-2010). Y no es de extrañar porque la serie basada en las novelas de George R. R. Martin se convirtió en el siguiente fenómeno televisivo mundial tras la de los supervivientes del vuelo 815 de Oceanic Airlines, atrapados en una isla misteriosa donde ocurrían cosas muy extrañas.
La principal queja de los que se dedicaron a despotricar entonces por la frustración que les habían provocado los 105 minutos del último episodio, “The End” (6x17), era que sus responsables no les habían explicado lo que estaba sucediendo en la isla. Las dudas sobre su trama alucinante no se las habían despejado y, con esta conclusión, bullirían para siempre en su cabeza. De ser así, Lost no podría tratarse más que de un McGuffin continuo con la excusa de ofrecer “una serie de personajes”. Es decir, los enigmas acumulados durante seis temporadas solo servirían de motor para el suspense, sin un destino fijado.
De forma que los espectadores que pensaban y piensan de este modo sugieren que los guionistas de esta exitosa ficción de la ABC son unos narradores malvados, cuyo deshonesto propósito pasaba por enganchar al público para que se tragase alegremente sus 118 capítulos, sin intención alguna de satisfacer su curiosidad en última instancia. Qué poca vergüenza. Qué decepción más grande. ¿Y quién nos devuelve tantas horas valiosas que hemos malgastado viendo Lost? De todo en este sentido, con mayor o menor cabreo y amargura, se pudo leer y escuchar tras su emocionante episodio de cierre.
Por supuesto, nada de lo anterior es verdad, lo que debería suponer un alivio para estos entrañables quejicas. A excepción del hecho de que Abrams, Lindelof y Lieber hayan realizado con su equipo “una serie de personajes”, cosa claramente indiscutible. Como todo buen relato que se precie, el drama de sus protagonistas y sus interacciones resultan tan importantes como construir el misterio en torno a la isla supuestamente deshabitada y sus asombrosos detalles de fantasía y ciencia ficción. Más incluso porque solo así se logra el tremendo golpe narrativo por el que Lost permanece en la memoria emocional de los espectadores.
Qué es la isla de ‘Lost’
Sobre la pregunta básica que había que contestar para comprender lo que pasa en la serie no cabe duda alguna: ¿qué diantres es la isla? Y la respondieron. El sitio es tratado como un personaje más, lo que se ve con claridad suma por la insistencia del trágico John Locke (Terry O’Quinn) y otros al atribuirle intencionalidad a la isla. Como si fuera un ser consciente que decide al margen de Jacob (Mark Pellegrino). Y se le aplica un tratamiento moderno: se sugiere lo que es y casi todo lo relacionado con ella, no se explica con pelos y señales para que los espectadores podamos juntar las piezas y la conozcamos de ese modo.
Los enfermos se curan milagrosamente allí y los heridos se reponen con una rapidez anormal. Hasta algún muerto ha resucitado y algunos poseen el don de la eterna juventud. Por otra parte, hay restos de una estatua enorme, destruida al chocar contra ella el barco en el que arribó Richard Alpert (Nestor Carbonell) en el siglo XIX según “Ab Aeterno” (6x09). A este barco se refieren como la Roca Negra y de él sacan la dinamita con consecuencias terriblemente cómicas para el profesor Leslie Arzt (Daniel Roebuck). Y el aspecto de la estatua cuadra con el de Tueris, la diosa sumeria de la fertilidad, protectora de las gestantes.
Así, no supone casualidad ninguna que los embarazos no lleguen a término en la isla. Según los relatos mitológicos, la única razón de que un don divino por el que vela uno de los dioses se esfume en un determinado lugar es que este dios se haya encolerizado con sus habitantes por alguna afrenta. Como la destrucción de un templo consagrado a él, con sus correspondientes esculturas. Y, siguiendo el hilo de la mitología sumeria, damos con su héroe más famoso, Gilgamesh, que fue en busca de la inmortalidad y la eterna juventud con las indicaciones de un anciano sabio, quien dijo que podría hallarla “en lo más profundo del mar”.
Durante el episodio “Collision” (2x08), Locke está rellenando un crucigrama en el búnker de la escotilla, en cuyos ordenadores había que introducir los números chungos cada cierto tiempo para que no se produjese una catástrofe electromagnética. Y en una de las pistas para averiguar la palabra se lee: “Amigo de Enkidu”, el compañero de aventuras de Gilgamesh. Así que digámoslo de una vez: la isla enigmática es la popular fuente de la vida, la curación y la eterna juventud, que tantísimos hombres han buscado en la historia real y en la ficción y que, al menos en la primera, ninguno ha hallado.
En otras narraciones sobre la mítica fuente, como la de los araucanos y Ponce de León, se asegura que esta es una isla. ¿Y por qué nadie ha conseguido localizarla? En Lost nos muestran que la dichosa isla se mueve para evitar ser encontrada. La obsesión por protegerla a cualquier precio en personajes como Benjamin Linus (Michael Emerson) o de volver a ella y controlarla, como en el caso de Charles Widmore (Alan Dale), se la apunta Rose Nadler (L. Scott Caldwell), curada allí de cáncer, a su marido Bernard (Sam Anderson) cuando se acerca el carguero de Widmore: ¿quién no querría apropiarse semejante fuente de poder?
Por estos motivos, en “Across the Sea” (6x15), la madre adoptiva de Jacob y del futuro Hombre de Negro (Allison Janney) les dice, en referencia a la fuente de agua y electromagnetismo y en una época remota, que ahí está la vida. Que eso es lo que hay que defender de los hombres malos del campamento próximo para impedir que la descubran y la dominen. Y, en el segundo epílogo de la serie, el Hombre de Negro (Titus Welliver) culpa a Jacob de que él sea un monstruo. Porque le arrojó a “la luz brillante y mágica del río subterráneo”, que “es muy importante porque resulta que es la fuente de...” y Jacob le interrumpe.
Por sus propiedades y su abundancia, el electromagnetismo de la isla la convierte en algo muy especial. Es decir, se trata de lo que hace posible que sea la legendaria fuente. Y además actúa como otro método de protección: recordemos el malestar psíquico de los tripulantes del carguero y de Desmond Hume (Henry Ian Cusick) por influencia de la isla cercana, y los daños en el cerebro por sobreexponerse a los viajes temporales que detalla el físico Daniel Faraday (Jeremy Davies). Nada de lo cual afecta al elegido para proteger la isla ni a los candidatos a reemplazarle, candidatura que se revela como la raíz de toda la trama.
Qué pintan los supervivientes en la isla
En el mismísimo primer capítulo, Locke le expone a Walt Lloyd (Malcolm David Kelley) en qué consiste el backgammon, un juego precisamente sumerio en el que hay dos equipos con fichas de colores antagónicos, el blanco y el negro: una metáfora muy clara de la lucha entre Jacob, protector de la isla, y su monstruoso adversario, que desea con ansia escapar de allí y no puede hacerlo mientras viva quien la defiende. Y tampoco le es posible matarle con sus propias manos porque esas son las reglas establecidas. E intenta ocasionar la muerte de los candidatos a sustituir a Jacob, manipulándoles con la apariencia de otras personas.
El doctor Jack Shephard (Matthew Fox) casi se precipita por un acantilado persiguiendo a su difunto padre, Christian (John Terry), en “White Rabbit” (1x05). El amigo imaginario o fantasmal que Hurley (Jorge García) tenía en el Instituto Santa Rosa para la Salud Mental (Evan Handler) casi le convence en “Dave” (2x18) de que lo que ocurre en la isla es fruto de su mente enferma, y de que se lance por otro acantilado para salir de su delirio. En ambas ocasiones, se trataba del Hombre de Negro, quien provoca en “The Candidate” (6x14) que Jin (Daniel Dae Kim) y Sun Kwon (Yunjin Kim) se ahoguen en el submarino.
Jacob se había dedicado a observar a sus posibles suplentes y a influir de un modo sibilino en sus vidas para garantizar que, tiempo después, el curso de los acontecimientos les condujese a estrellarse en la isla misteriosa, tal como nos enseñaron en “The Incident, part 1” (5x16) y “Lighthouse” (6x05). Y no debemos olvidarnos de Walt, el hijo de Michael Dawson (Harold Perrineau), de quien se insiste varias veces en que “es especial”. No en vano, según lo que vemos el primer epílogo de la serie, “The New Man in Charge”, podemos suponer que le escogen para que sea el siguiente protector de la isla tras Jack, el breve, y Hurley.
El mundo paralelo de la sexta temporada de ‘Lost’
Por otro lado, las dudas que generó “el mundo paralelo” de la sexta temporada constituyen el otro gran asunto en las reacciones al final de Lost. Se habla de que es un limbo o incluso, sin pies ni cabeza, de que los protagonistas están muertos desde el principio de la historia. Es decir, de que no sobrevivieron al accidente de avión. Pero la clave para asimilar la naturaleza de ese mundo, en el que contemplamos la vida de los personajes como si Jacob no se hubiera metido nunca en ella, la tenemos en los últimos episodios de la quinta temporada, en los iniciales de la sexta y, por supuesto, en la reunión última.
Todo el sufrimiento acumulado por los protagonistas les empuja, en 1977, a intentar volar las obras de la Iniciativa Dharma para construir el condenado búnker y su escotilla, el laboratorio con el nombre de El Cisne donde “los científicos pudieran trabajar para entender las fluctuaciones electromagnéticas que emanan de ese sector de la isla”. Para esta decisión tan peligrosa siguen el razonamiento de que, sin la estación número 3, no se producirá el incidente que hizo preciso el protocolo para introducir un código en las computadoras por turnos y contener la energía electromagnética.
Y, sin dicho protocolo, Desmond no podría acabar en el búnker ni causando la emanación descontrolada de dicha energía que acarreó el accidente del vuelo 815 de Oceanic Airlines. Este plan lo trama Faraday con una bomba de hidrógeno del Ejército estadounidense, enterrada en la isla por Richard. Y lo expone en “The Variable” (5x14) antes de que, en el campamento de los hostiles, su joven madre, Eloise Hawking (Alice Evans), le pegue un tiro mortal por la espalda. Ella misma le había enviado allí en su vejez sabiendo lo que iba a pasar porque así debía ser. Y la idea de que todo sucede como corresponde entraña el quid de esta cuestión.
Cuando la doctora Juliet Burke (Elizabeth Mitchell), pareja de Sawyer (Josh Holloway), le atiza hasta ocho veces al núcleo de la bomba con una piedra tras caer al fondo del agujero de la futura escotilla y causa su detonación en “The Incident, part 2” (5x17), lo siguiente que contemplamos en “LA X, part 1” (6x01) es el mundo paralelo con la isla hundida en el Pacífico, como si la explosión nuclear la hubiese arrastrado al fondo del océano. Pero no es lo que ha ocurrido en absoluto, o solo en cierta forma. Y los supervivientes regresan al año del que habían partido los que volvieron a la isla en el vuelo 316 de Ajira Airways.
Y uno comprende algo maravilloso: que, al concluir lo que se había propuesto el difunto Faraday, ellos mismos producen lo que se da en llamar el incidente y, entonces, son responsables de que, casi tres décadas después, se estrelle el vuelo de Oceanic y se inicien sus desventuras en la isla. Pero la pobre Juliet no ha muerto aún, sino que está agonizando. Sus últimas palabras para Sawyer son un mensaje fallido: “Tengo que decirte algo, es muy, muy importante”. Y solo cuando Miles Straume (Ken Leung) usa su don para comunicarse con los fallecidos, conocemos lo que Juliet quería decirle a Sawyer: “Ha funcionado”.
¿El qué? El plan de Faraday, pero no como habían supuesto. La isla les concede lo que deseaban, ese mundo alternativo en el que no influye en la existencia de ninguno de ellos y sus vidas son mejores o mejorables, pero no por su causa. Y el avión dichoso no se accidenta después de despegar de Sidney y aterriza en Los Ángeles sin mayores contratiempos. Pero no en su vida mortal, sino en el otro barrio, el de los espíritus que transitan hacia el más allá en algún tipo de purgatorio. Porque el pasado no puede cambiarse, todas sus peripecias acaecen como siempre han acaecido y nada puede remediarlo.
Juliet lo sabe al haberse expuesto plenamente en la explosión atómica al mismo electromagnetismo catastrófico que Desmond, el cual vaticina, entre otras cosas, la muerte ineludible de Charlie Pace (Dominic Monaghan) en la tercera temporada después de que reviente El Cisne, y se cumple. Y es este último, el Ulises de Lost con su propia Penélope (Sonya Walger) y otra persona especial, quien actúa como catalizador del proceso de autoconsciencia para las almas de los personajes, que se reúnen ahí cuando la diñan en uno u otro momento con el tiempo transcurrido como una minucia. Para recordar, liberarse y proseguir.
Christian Shephard se lo clarifica a su hijo único: “Todo lo que has vivido es real. Todas esas personas en la iglesia también son reales”. “¿Están todos muertos?”, pregunta Jack, y su padre responde: “Todo el mundo muere tarde o temprano, hijo. Algunos antes que tú, otros mucho después”. Y cuando le interroga a continuación sobre dónde se hallan, Christian contesta: “Este es el lugar que todos vosotros hicisteis juntos para poder encontraros los unos a los otros. La parte más importante de tu vida fue el tiempo que pasaste con estas personas. Por eso están todos aquí. Nadie muere solo, Jack”.
Esta conversación transcurre ante el ataúd vacío del propio Christian, que igual estaba tras el accidente del vuelo 815, y al lado de una vidriera con los símbolos de las religiones mayoritarias. Y a ningún espectador puede extrañarle este cierre, pues el drama terrible de la fe y la fantasía de ultratumba son ingredientes primordiales en Lost. A pesar de que Abrams, Lindelof y Lieber no despejan todas las pequeñas dudas, sí las de mayor calado sin revelaciones masticaditas. Y algunos gastamos horas en aclarar todo esto a seguidores a disgusto de la serie, aliviándoles. Tal vez esta larga explicación logre lo mismo con más de ellos.