Hay muchas personas, como yo mismo, a las que las historias que les cuentan y no únicamente las que viven les interesan lo suficiente como para que un puñado de ellas les marquen por su intensidad, no las olviden nunca y, por ello, acaben echándolas de menos.
Si sois de estas personas, a vosotros va dedicado este texto sobre series de televisión que concluyeron en su momento y muchos extrañamos todavía. Si no, sirva como invitación para uniros a nosotros.
The X-Files, de Chris Carter (1993-2002)
Una de las ficciones televisivas que más influyeron en el imaginario colectivo fue la que narraba las peripecias de Fox Mulder y Dana Scully, dos agentes del FBI interpretados por David Duchovny y Gillian Anderson y encargados de investigar casos “con cierto bouquet paranormal”, en palabras ocasionales del propio Mulder. No solo es una de las pioneras en introducir la perspectiva cinematográfica de la pantalla grande en la chica que ha derivado en lo que muchos llaman “la edad de oro de la televisión”, sino que además fue la primera cuyo éxito se tradujo en una comunidad de fans activa en internet, y fue determinante para las series de fantasía y ciencia ficción que surgieron sobre todo después de que concluyera, en las que es un claro referente.
La sutileza con la que sus guionistas hicieron evolucionar la relación de sus protagonistas, el gran interés que despertaba “la parte seriada” sobre una conspiración alienígena y muchos episodios con casos particulares, de los que no pocos son un portento de realización, como “Beyond the Sea” (1994) o “Monday” (1999), sus experimentos y sus sanísimas autoparodias deleitaron a la audiencia durante casi diez años. A partir de mediados de su séptima temporada comenzó a dar señales de agotamiento y acabó en la novena.
Contó con *un breve spin-off, The Lone Gunmen* (2001), centrado en las aventuras de tres expertos en conspiraciones amigos de Mulder (Langly, Frohike y Byers), y con dos películas, Fight the Future (Rob Bowman, 1998) y I Want to Believe (Carter, 2008), y la historia continuará en 2016 con una miniserie** que podemos considerar su décima temporada, algo que muchos aplaudimos, consideramos necesario… y tememos a partes iguales.
Friends, de David Crane y Marta Kauffman (1994-2004)
Con permiso de las brillantes Seinfeld y Frasier, la sitcom por excelencia. Los enredos de seis amigos neoyorkinos podrían haber sido otra comedia más si el enorme carisma de los personajes principales, unos actores en su salsa y los ingeniosos golpes de sus guionistas no la hubiesen convertido en un referente mundial que, en mi opinión, le da una buena paliza a su hija How I Met Your Mother. Rachel Green (Jennifer Aniston), Monica Geller (Courtney Cox), Phoebe Buffay (Lisa Kudrow), Joey Tribbiani (Matt LeBlanc), Chandler Bing (Matthew Perry) y Ross Geller (David Schwimmer) pasaron merecidamente a la historia de la televisión. Lástima de las risas enlatadas.
Tuvo un comprensible spin-off centrado en el personaje de Joey, homónimo, pero sólo resistió dos temporadas porque no fue capaz de alcanzar las cotas de su serie madre. En algunas ocasiones se han oído rumores sobre especiales que continúen la historia, pero nunca se han llegado a concretar. Quizá el revival de series que estamos viviendo anime a sus productores a hacerlo.
Six Feet Under, de Alan Ball (2001-2005)
El guionista de la oscarizada American Beauty nos descerrajó repetidos puñetazos en la boca del estómago con esta serie sobre la vida de los Fisher, una familia de funerarios de Los Ángeles. El análisis de las difíciles relaciones amorosas y familiares que vertebran el drama, el recordatorio omnipresente de la muerte y cómo las tragedias de sus clientes influyen en Nate (Peter Krause), David (Michael C. Hall), Ruth (Frances Conroy) y Claire Fisher (Lauren Ambrose), el atrevimiento de las secuencias oníricas y surrealistas, dolorosísimos episodios como “I’m Sorry, I’m Lost” (2003) o “All Alone” (2005) y una de las secuencias finales más recordadas, amada por unos y considerada una bajada de pantalones a lo políticamente correcto por otros, hacen de las cinco temporadas de esta serie toda una experiencia inolvidable que te deja el corazón en ruinas.
The Wire, de David Simon (2002-2008)
**De las ficciones televisivas corales más complejas que se recuerdan, en la que, ladrillo a ladrillo, se va construyendo algo tan difícil como una muestra general viva y absolutamente creíble de cómo funcionan los entresijos policiales, delictivos, portuarios, políticos, educativos y periodísticos de la ciudad de Baltimore, extrapolable a otras urbes estadounidenses. Sin concesiones, tan cruda y realista que prácticamente no cuenta con banda sonora, te va atrapando en su red violenta hasta que, tras la elocuente secuencia final, uno queda con la boca abierta** al percatarse de lo que sus cinco temporadas le han hecho comprender.
Lost, de JJ Abrams y Damon Lindelof (2004-2010)
El monumental éxito de esta serie dramática de fantasía y ciencia ficción sobre los supervivientes de un accidente aéreo en una extraña isla le proporcionó una atención mediática y social inimaginable. Con una guionización enrevesada y espléndida, unos personajes muchas veces ambiguos bien construidos, mil y un misterios y una fuerza emocional avasalladora, atrapó a medio mundo durante seis trepidantes temporadas, y su final causó una de las polémicas culturales de las que hacen época. Aún hoy provoca discusiones de vez en cuando acerca de si se trata de una gran serie o de una indignante tomadura de pelo.
De hecho, se realizaron dos breves epílogos en los que, entre otras cosas, los guionistas homenajean a todos aquellos que están convencidos de que no explicaron realmente mucho de lo que ocurre en tan enigmática isla.
House MD, de David Shore (2004-2012)
Una serie y un personaje: el huraño doctor Gregory House, para quien esto escribe, el personaje más genial que ha dado la ficción televisiva hasta el momento, trasunto del famoso detective inglés creado por Arthur Conan Doyle, interpretado con una habilidad y una comprensión tan extraordinarias por el británico Hugh Laurie que su personaje y él son hoy inseparables en el imaginario cultural.
La serie es un ejemplo de cómo lograr que un procedimental médico resulte apasionante y del todo distinto, con un guion acerado y chispeante y unos dispositivos visuales en determinados episodios trascendentes tan inesperados que asombran, haciendo evolucionar a sus personajes cuando se enfrentan al espejo de humanidad de sus pacientes en el ficticio hospital Princeton-Plainsboro. Y por si todo esto fuera poco, además es tan divertida en tantas ocasiones, tan respetuosa con la inteligencia del espectador y tan debidamente existencialista que, a día de hoy, uno la añora con fuerza.
Sé que no pocos incluirían aquí otras como The Sopranos, *Breaking Bad, Deadwood, Fringe, etcétera. Yo mismo quizá añadiría Dexter a pesar del que considero su incomprendido final*. Pero supongo que a cada uno le han marcado ficciones televisivas diversas, y estas son, sencillamente, las que yo echo más de menos.