Cuando nos chifla una obra de cine, somos conscientes de que se lo debemos a su director porque es el que ha tomado las decisiones para que esta nos resulte tan sensacional en última instancia. Y también intuimos que, si una suya en concreto nos ha gustado tanto, tal vez con otras nos pueda pasar lo mismo, de modo que a menudo nos proponemos verlas después. Por esta razón, si a uno le fascina una serie como Dark (Baran bo Odar y Jantje Friese, 2017-2020), de una narrativa compleja con la que es fácil perderse, buenas inspiraciones y un cierre digno de tal fascinación, quizá le convenga zamparse Silencio de hielo (2010).
Si Bo Odar la dirige, Friese se desempeña como productora. Y guarda indiscutibles similitudes en su trama criminal, según la novela homónima de Jan Costin Wagner (2007), con elementos de lo que nos han mostrado más tarde en la serie de Netflix. E incluso en determinados aspectos de tono y estilo, como ya parecía razonable suponer, que incluyen barridos aéreos, montajes dinámicos con personajes distintos y algún plano secuencia bastante potente. Y a su lograda atmósfera, no enrarecida como la de Dark sino de devastación emocional absoluta, contribuye mucho la banda sonora de Michael Kamm y Kris Steininger.
La actriz Karoline Eichhorn, que en la ficción televisiva encarna a Charlotte Doppler, para Silencio de hielo se había metido en la piel de Ruth Weghamm, un rol más cercano al de Jördis Triebel como Katherina Nielsen. Y la película acaba bien emparentada con El juramento (Sean Penn, 2001) o Zodiac (David Fincher, 2007) por ciertas decisiones de guion, y lejos de las siguientes de Bo Odar, el vacío ejercicio narrativo de Who Am I: Ningún sistema es seguro (2014), cuyo guion firma Friese, y Noche de venganza (2017), con sus inverosimilitudes de bulto. En definitiva, un thriller digno de ser contemplado.