Una de las series más fascinantes de los últimos tiempos, la alemana Dark (Baran bo Odar y Jantje Friese, 2017-2020), ha llegado a su fin. Y el hecho de que se despida de los espectadores a los que ha maravillado después de tres únicas temporadas supone una muestra de respeto hacia nosotros y por la misma historia enrevesada y arrebatadora que nos han contado. Ojalá otros creadores de cine, talentosos pero imprudentes, hubieran tenido la misma consideración en vez de alargar el drama sin tino alguno. Como su prima hermana The X-Files (Chris Carter, desde 1993), que con once temporadas, un revival terrible desde la décima y dos largometrajes aún no ha concluido. Lástima de brillantez perdida.

Pero da gusto que Odar y Friese comprendieran que hace falta control sobre el relato de Dark, saber siempre hacia dónde se dirige y en qué momento resulta oportuno suministrarnos otra pizca de información para proseguir, y que azuce la curiosidad. Así es el respeto por el arte de los narradores. Y, si la serie ya era muy compleja con la trama temporal y el gran número de personajes en sus distintas versiones, el cierre de la segunda temporada y el desarrollo de lo que ocurre y lo que implica durante la tercera le han añadido otro nivel de complejidad. Y de posibilidades de asombrarnos, por supuesto. Bien aprovechadas. Se suman nuevos enigmas, y las piezas del insólito puzle van encajando en su lugar.

dark temporada 3 netflix crítica
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Pero, si lo cierto es que en las otras dos temporadas ya habían apostado muy fuerte en la riqueza misteriosa que caracteriza a Dark, incluyendo más recovecos oscuros en su desconcertante laberinto, lo único aceptable y honesto que podían hacer en esta tercera era jugar al más difícil todavía para dejarnos pasmados. Por esta razón, los giros que nos depara parecen incluso más inesperados de lo que es costumbre en esta ficción televisiva, que ya es decir. Y sigue mostrándose del todo hipnótica, y uno ve sus episodios casi sin pestañear nuevamente, muy atento a los saltos constantes de su complicadísimo guion para no acabar tan confuso como sus pobres protagonistas.

Con su planificación visual serena pero firme, muy medida; y los mismos montajes musicalizados, sugestivos, falsamente apacibles y con el foco puesto en el magnífico reparto coral y sus personajes rotos. En pocas series de televisión los hemos visto tan deshechos, tan trágicos, tan sabedores de que carecen de escapatoria o de algún tipo de redención, no hablemos ya de esperanza. Tal vez, de un modo lejano, en A dos metros bajo tierra (Alan Ball, 2001-2005); un poquito, en Lost (J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, 2004-2010); o, sobre todo, durante la mucho más cercana The Leftovers (Lindelof y Tom Perrotta, 2014-2017), con la que comparte cierto espíritu.

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Regresa la atractiva pantalla dividida en unas cuantas ocasiones que merecen la pena, y la elocuente voz en off de los personajes sabihondos de Dark. Y también hay algunos planos secuencia imprevistos, y la siempre sugerente cámara lenta que intensifica la hipnosis. Mucho ojo, por otra parte, a las transiciones entre un buen número de escenas: si, en las dos temporadas anteriores, solamente un pequeño sonido en el instante de cambiar de unas a otras subrayaba la naturaleza de ese cambio, en la temporada tres se combina con la de la nueva situación de mayor complejidad. O confusión fastidiosa, dirían los que no llegarían a enterarse de lo que sucede ni aunque saltara y les mordiese en el trasero. Pero, cuando revisen sus capítulos y lo comprendan, no cabe duda de que la recordarán entre las obras más cautivadoras que han visto en su vida.

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