Hablar de la película TRON, realizada por el poco prodigado Steven Lisberger (1982), es abordar una de las aportaciones fundamentales de la innovación en el cine moderno. En específico, aquella con la que se inició verdaderamente la nueva era audiovisual del uso extensivo de las imágenes generadas por ordenador. Tal vez, el primer filme en el que las vimos fue Futureworld, la secuela de Westworld (1973) de Richard T. Heffron (1976), pero el hito indiscutible le corresponde a la obra del cineasta neoyorkino.

Si uno se sienta hoy a contemplarla, puede que sus gráficos le resulten un tanto envejecidos. Sobre todo, a los jóvenes que han despertado al séptimo arte durante una época de posibilidades infinitas en la que es difícil distinguir una textura real de otra de computer-generated imagery (CGI). Pero no cabe duda de que lo compensa con su llamativa estética ciberpunk y, muy especialmente, gracias a su colorido de neón y la animación de contraluz que retroilumina los trajes.

Su coherencia en lo último alcanza los fulgores del metraje carente de modificaciones digitales. Además, TRON ahonda en el concepto de introducirse en una realidad virtual con programas de ordenador convertidos en personajes relevantes para su historia. Una idea que nos ha deslumbrado después en la trilogía de Matrix (1999-2003) —olvidemos la decepcionante Resurrections (2021), por la gloria de Hugo Weaving— y nos ha divertido mucho en Ralph rompe Internet (2018).

‘TRON’: una importante obra pionera, pero menor

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Con todo ello, se ha convertido en un largo de culto. No merece otra cosa si se sabe que Steven Lisberger nos obsequia con varias primicias. Nunca hasta que se lo propuso hubo un cóctel de CGI y acción en vivo en la gran pantalla, ni un personaje y fondos desarrollados por completo con dicha técnica. Y que el diseño artístico dependiese de personas como el gran Jean Giraud o Moebius y Syd Mead, que venían de Alien, el octavo pasajero (1979) y Blade Runner (1982), impresiona.

Sin embargo, hay buenas razones por las que no se lo considera un peliculón. Puede que haya cinéfilos a los que les fascinen sus contribuciones y su estilo, pero lo demás no lo amerita. El libreto de TRON es pedestre, ni seductor ni chispeante. Y solo se planifican las escenas un paso más lejos de la más pura funcionalidad; a excepción de la entrada de Kevin Flynn, el protagonista, en el entorno virtual gobernado por el implacable Programa de Control Maestro y alguna otra.

Por otro lado, el ritmo del montaje no derrocha energía precisamente. La partitura de Wendy Carlos, que había contribuido antes a las mil maravillas junto con Rachel Elkind a que Stanley Kubrick nos los pusiese de corbata en El resplandor (1980), se revela como la de una incomprensible música electrónica de saldo, de emisión televisiva barata. Y las principales interpretaciones, aunque queramos a Jeff Bridges, no gastan demasiado carisma ni demuestran un gran entusiasmo.

Una secuela para superar el hito

La ventaja evidente que aprovecha TRON: Legacy, la tardía continuación a las órdenes de Joseph Kosinski (2010), que ahora anda rompiendo la taquilla con Top Gun: Maverick (2022), es lo que menciona su título, el legado sobre el que construir una nueva aventura más emocionante. Pese a que repita esquemas previos con varias vueltas de tuerca y renuncie a la estética tridimensional arcaica y la remoce, con una reelaboración necesariamente desleal, en favor de un mayor espectáculo.

Así, huye del hito que constituye la predecesora de los dinosaurios impresionantes de Parque Jurásico (1993), la revolucionaria Toy Story (1995) en la animación o la captura de movimiento de El Señor de los Anillos (2001-2003). Lo sublime en el CGI de Avatar seguramente provocó que se le saltasen las lágrimas nuestro estimado Robert Zemeckis, que el mes anterior había estrenado Cuento de Navidad (2009) con una factura a años luz de la conseguida por James Cameron.

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Suponemos que el director canadiense dará otro paso de gigante con la tecnología en la continuación sobre los na’vi en el amenazado planeta Pandora: Avatar: El sentido del agua (2022). Pero, a estas alturas de las maravillas visuales que nos ofrecen los grandes equipos de artistas que trabajan en una producción cinematográfica, no debemos ignorar que fue el desatendido Steven Lisberger el que quiso liarse la manta a la cabeza y hacerlo posible a partir de la icónica TRON.

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