Por fin llega a los cines una de las películas más esperadas de este 2017: la continuación de la mítica *Blade Runner* (1982) que ha dirigido el canadiense Denis Villeneuve, cuyo presumible éxito y buenas críticas abonan el camino para proseguir con su distopía en más secuelas.Podemos estar seguros de que el británico Ridley Scott, cineasta que ya había golpeado al mundo con Alien (1979), que rodaría la oscarizada Gladiator (2000) y que nos deslumbraría después a algunos con Hannibal (2001), no pudo ser consciente del alcance de su adaptación de ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, novela de Philip K. Dick, ni siquiera en el año de su estreno, pues ni el público ni los analistas profesionales la favorecieron demasiado. Solamente el tiempo, su influencia indiscutible en el séptimo arte y en cierta estética urbanita, el mejor ojo de generaciones posteriores de críticos y cinéfilos y la reconsideración de los veteranos hizo posible que se convirtiera en la película de culto que es hoy; y que ya forme parte de los clásicos resucitados por la voracidad hollywoodiense de este siglo.
El compromiso profesional de Scott con *Alien: Covenant (2017) le impidió ocuparse de Blade Runner 2049* pero, como el espectáculo debe continuar y la maquinaria cinematográfica no puede detenerse, se le buscó un sustituto a la altura del reto de proseguir con la reverenciada trama de los replicantes; y la elección de Villeneuve no podía resultar más llena de lógica y de sensatez: venía de haber realizado *La llegada* (2016), otro trasvase al cine de una obra de ciencia ficción, un relato de Ted Chiang con el título de “La historia de tu vida”, que sirve como un buen ejemplo de sus maneras pulcras y minuciosas, a veces austeras, y a su gusto por los detalles insólitos y que, por ello, *le venía de lujo a la continuación de Blade Runner* porque cuadra con su estilo.
Además, el hecho de que haya aceptado dirigir esta película no ha de deberse sólo a que se trate de un proyecto irresistible para cualquier cineasta por su envergadura y trascendencia, sino también a que le ha proporcionado la ocasión de reincidir en su interés por los entresijos de la violencia social** —si bien en este caso es de gran magnitud en comparación con la de las otras veces en que la había abordado en su filmografía, en Polytechnique (2009), Incendies (2010), Prisioneros (2013) y *Sicario* (2015), pero con ingredientes que invitan a interpretaciones sociales de nuestro presente convulso y nuestro porvenir—, y de ofrecer a los espectadores otra aventura turbadora en la que la vertiente emocional sobresale entre el misterio determinado de ciencia ficción, como en La llegada.
Ello tras los tres cortometrajes de Shinichirô Watanabe y Luke Scott que se emplean de puente entre el filme original y Blade Runner 2049 y que se han ambientado en 2022, 2036 y 2048 por los acontecimientos fundamentales de los dos primeros años y las veces de prólogo que hace el último, añadiendo información y matices al puzle de las **tres décadas trascurridas desde lo sucedido en Blade Runner**.
No cabe discusión posible sobre que Villeneuve ha logrado aunar en el nueva película, de forma cohesionada y coherente, las atenciones ineludibles a la esencia de los conceptos, la narrativa y el estilo audiovisual de su predecesora y su propia idiosincrasia cinematográfica, en parte debido a la inestimable ayuda del guionista Hampton Fancher, que ya fue uno de los autores del libreto del primer filme y que en este colabora con Michael Green (*Logan, American Gods*), al meritorio diseño de producción referencial de Dennis Gassner, a la adecuada banda sonora de Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer, digna heredera de la de Vangelis, y en gran parte, como decíamos, a la coincidencia de estilos entre la Blade Runner de Ridley Scott y las anteriores de Villeneuve. Hay incluso momentos en que algún entorno desolado de la flamante película nos trae a la memoria otro que vimos en el debut del director, Un 32 août sur terre (1998).
Por todo ello, los amantes del filme original pueden sentir regocijo ante esta continuación, ya que recupera todo lo que hacía falta para hacerla reconocible como tal, incluida la fascinación y el asombro por las visiones de ambientes del futuro, evolucionadas a partir del presente urbano, y el magnetismo de unos personajes con un carisma indestructible, cuya gestualidad parece calculada al máximo para ello sin que resulte ninguna impostura, desde Ryan Gosling (*Drive, La La Land*) como el agente K, perfecto como lo que es y al que las críticas negativas por su interpretación debieran resbalarle porque proceden de una ojeriza arraigada, una sugestiva Ana de Armas (El internado) como Joi, Sylvia Hoeks (La mejor oferta) como la implacable Luv, Jared Leto (*El Club de la Lucha, Las vidas posibles de Mr. Nobody) como el amenazador y elocuente Niander Wallace y, por supuesto, *Harrison Ford* (Star Wars, Indiana Jones*) como el añorado Rick Deckard.
La teniente Joshi de Robin Wright (*Forrest Gump, House of Cards*), el Coco de David Dastmalchian (Prisioneros) y la Freysa de Hiam Abbass (Paradise Now) cumplen; la Mariette de Mackenzie Davis (*Halt and Catch Fire*) está ahí para recordarnos por su estética a la Pris de Daryl Hannah en Blade Runner, el Sapper Morton de **Dave Bautista* (Guardianes de la Galaxia*) supone para este actor un agradecido cambio de registro, a Lennie James (*The Walking Dead*) siguen sentándole bien personajes algo idos como el señor Cotton, y Carla Juri (Paula) está absolutamente encantadora como la doctora Ana Stelline.
Todos ellos pasean sus inquietudes por un mundo convaleciente, caótico y hostil, y se involucran de una u otra forma en **una peripecia emocionante, tensa, estupefaciente, expansiva y de lo más satisfactoria, tanto para los enamorados de Blade Runner como para los espectadores ocasionales, con giros oportunos y sorprendentes y que contemplamos a través de la fabulosa fotografía de Roger Deakins*. Las secuencias de acción resultan tan brutales como las que recordábamos en el primer filme, muy especialmente las de lucha cuerpo a cuerpo; y casi todos los diálogos estimulan el interés en la misma medida que las escenas de peligro.
No obstante, lo cierto es que la fascinación de Blade Runner 2049 no llega al punto de conseguir la hipnosis profunda del espectador*, pese a que contaba con todos los elementos a su favor para poner esa pica y a que sobresale en emotividad; y ni una sola de las persuasivas declaraciones de aquel llamado a igualar a la más recordada del Roy Batty de Rutger Hauer en Blade Runner, la de las naves ardiendo más allá de Orión y las lágrimas en la lluvia, durante alguno de sus monólogos se le aproxima ni se la recordará: la labia y la inteligencia de Wallace no se puede poner en duda, pero las palabras verdaderamente geniales y, puf, emotivas no han salido por su boca; al menos, aún no.
Conclusión
Dicho todo lo anterior, quede claro que Blade Runner 2049 se encuentra prácticamente a la altura de la película original, que sus más de dos horas se disfrutan de veras y se pasan volando, que incluso la rebasa en sus emociones y que, con una continuación así, algunos proclamamos estar dispuestos a ver más secuelas sobre este sugerente drama futurista de los replicantes.
Pros
- El trabajo respetuoso con el filme original y a la vez expansivo, satisfactorio, del director Denis Villeneuve.
- El magnetismo de unos personajes con un carisma indestructible.
- La adecuada banda sonora de Benjamin Wallfisch y Hans Zimmer.
- La fabulosa fotografía de Roger Deakins.
- El meritorio diseño de producción referencial de Dennis Gassner.
Contras
- Que su fascinación no llega al punto de conseguir la hipnosis profunda de los espectadores, pese a que contaba con todos los elementos a su favor.
- Que ni uno solo de sus diálogos o monólogos iguala al más recordado de Roy Batty en Blade Runner, ni se le aproxima ni se lo recordará.