Las secuelas tardías siempre son proyectos muy peligrosos. Por una parte, pensemos en la intención de reciclar viejos éxitos cinematográficos y aprovecharse de la nostalgia de los espectadores. Por otra, la pregunta de si las necesitamos en cada ocasión, si su propia existencia está narrativa y dramáticamente justificada; y la de si lo que aportan tiene verdadero sentido. Y nos alegra poder decir que Top Gun: Maverick cumple con lo que deseábamos respecto a este asunto.
No cabe duda de que el neoyorkino Tom Cruise, una celebridad de Hollywood que se ha metido en la piel de Daniel Kaffee para Algunos hombres buenos (1992), el Lestat de Entrevista con el vampiro (1994), Ethan Hunt desde Misión imposible (1996), el Frank Mackey de Magnolia (1999) o John Anderton en Minority Report (2002) y que aquí repite el papel de Pete Mitchell, estará verdaderamente satisfecho por haber contado con el cineasta Joseph Kosinski.
El responsable de TRON: Legacy (2010), que ya le había dirigido en Oblivion (2013), no solo ha logrado que los mimbres de una película pueril e incomprensiblemente recordada como la original del difunto Tony Scott (1986), a quien le dedican la segunda como corresponde, se conviertan en algo de una mayor entidad conceptual, sino que Top Gun: Maverick no sufre nada a la hora de reivindicarse por sí misma y se sostiene sobre una base argumental sólida.
‘Top Gun: Maverick’ tiene más sustancia que la película original
En gran medida, la honra y la efectividad del tercer filme realizado por Joseph Kosinski se deben a que su meollo emocional resulta bastante más interesante que el del largometraje previo por lo que el incorregible aviador de Tom Cruise lleva sobre los hombros. A la manera del viejo Michael Corleone con el rostro de Al Pacino en El Padrino 3 (1990), salvando las distancias obvias. Lo que, además, le permite al actor brindarnos una gama más amplia de sus capacidades interpretativas.
Por si esto fuera poco y, considerando el carisma habitual de Jennifer Connelly, aquí se muestra magnética como Penny Benjamin; en sustitución, digamos, de la mediocre Kelly McGillis, que daba vida a Charlie Blackwood en la primera película. Hasta el punto de que casi se come a la estrella de Top Gun: Maverick si se descuida un segundo. Miles Teller no decepciona como BradleyBradshaw y, en fin, agradecemos un montón que aparezca el Tom Kazansky de Val Kilmer.
El buen trabajo de los guionistas Ehren Kruger, Eric Warren Singer y Christopher McQuarrie, con quien Tom Cruise ha colaborado ya nueve veces, a las órdenes de Joseph Kosinski y en comparación con el de sus colegas Jim Cash y Jack Epps Jr. para Tony Scott, es tal que consigue implicarnos en las tribulaciones de personajes que nos importaban un pito en su aventura anterior; y a los que nos traía al pairo ver de nuevo en una secuela así. Y merecen que se lo reconozcamos.
Joseph Kosinski mantiene el espíritu y lo mejora
Pero ninguna de todas estas mejoras implica que se descuide la coherencia con los temas y el estilo ochentero de Top Gun: Ídolos del aire. En la continuación, se preocupan por construir un puente expresivo hasta la actualidad sin que la propuesta fílmica envejezca ni un ápice, incluso musicalmente hablando. La planificación del cineasta estadounidense, con la ayuda de la adecuada fotografía de Claudio Miranda y el acerado montaje firmado por Eddie Hamilton, complace.
Sobre todo, cuando la trama de acción en vuelo que se desarrolla es más atractiva, trepidante, duradera, ajetreada y poseedora de diversos giros que bien sirven para espolear nuestra inquietud. Y, por si no hubiese suficiente, deciden darle la vuelta al protagonismo de escenas pasadas e imágenes arquetípicas; al tiempo que mantienen el espíritu de otras que, de lo contrario, carecerían de lógica dramática. Así, Top Gun: Maverick supera al largometraje de Tony Scott. Una buena noticia.
Algunas palabras más sobre la película de Tom Cruise (con ‘spoilers’)
No parece muy discutible que podemos salir en defensa de que se haya llevado a cabo el rodaje de estas nuevas hazañas estratosféricas, de que tanto Paramount Pictures como Joseph Kosinski y Tom Cruise hayan estado dispuestos a sacarlas adelante, porque la historia del maduro Pete Mitchell con remordimientos por tragedias de su pasado —y, de ahí, la mención a Michael Corleone en El Padrino 3 más arriba— merece que haya sido contada ahora.
Máxime cuando es una consecuencia directa de lo que ocurre en la otra película y, con la intervención de quien se ve afectado profundamente y que participa en la operación del argumento militar, el embrollo dramático está servido en Top Gun: Maverick. Por ello, una sencilla comparación con los ingredientes fundamentales del relato de Tony Scott, desde la competitividad básica hasta la adrenalina juvenil, deja claro que los de la secuela son más sustanciosos.
Sin desprenderse, sin embargo, de esas mismas claves; pero con el foco puesto en el conflicto entre Pete Mitchell y Bradley Bradshaw, cuya relación evoluciona de un modo muy apropiado hasta lo inesperadamente conmovedor. Y no se trata de las únicas claves que Joseph Kosinski y compañía recuperan, por supuesto; lo audiovisual contribuye, con las propias imágenes del trajín de la Marina y la banda sonora de Lorne Balfe, Harold Faltermeyer y Hans Zimmer.
Para acabar, si la inolvidable Jennifer Connelly nos encanta como Penny Benjamin, un personaje inteligente, socarrón, provocativo y desafiante, que sea ella quien recoja al Pete Mitchell de Tom Cruise con su vehículo no puede ser más razonable; ni más oportuno para cambiar ciertas tornas en una época distinta. Y que la rivalidad entre pilotos se resuelva de una manera no muy diferente a la de Ídolos del aire persigue la pura verosimilitud sin otra opción. Y nos contenta.