Por fin, la saga cinematográfica de Misión imposible vuelve a levantar un tanto el vuelo en la segunda película dirigida por el Christopher McQuarrie, la sexta del total y una inesperada revitalización de las aventuras al límite del incombustible agente secreto de campo Ethan Hunt.Aunque a muchos no les suene demasiado ahora este cineasta estadounidense, McQuarrie alcanzó notoriedad al conseguir un Oscar por el segundo libreto suyo que había sido llevado a la gran pantalla tras el de la inconsistente Public Access (Bryan Singer, 1993) —coescrito con Michael Feit Dougan y el propio director—, **el de la recordada The Usual Suspects* (Singer, 1995), tras lo que se pasó a dirigir largometrajes sin descuidar sus guiones para otros colegas. Así las cosas, nos entregó la excéntrica balacera de The Way of the Gun (2000) como ópera prima, el libreto de la interesante Valkyrie* (Singer, 2008), primer filme protagonizado por Tom Cruise (Algunos hombres buenos, Entrevista con el vampiro, Minority Report) en el que se involucró —luego han venido cinco más hasta la fecha—, y el de la fallida The Tourist (Florian Henckel von Donnersmarck, 2010) con Julian Fellowes y el mismo realizador; la pasadera Jack Reacher (2012), el texto de la limitadita Jack, el cazagigantes (Singer, 2013) con Dan Studney y Darren Lemke y de la entretenida Al filo del mañana (Doug Liman, 2014) con Jez y John-Henry Butterworth, *la aceptable Misión imposible: Nación secreta (2015) y el indigesto guion de La momia* (Alex Kurtzman, 2017) con David Koepp y Dylan Kussman.
En esta trayectoria podemos ver muy a las claras que a McQuarrie le interesa contarnos historias cuyos principales ingredientes son los de la aventura genérica, la acción a raudales en el desarrollo y el thriller en su esencia dramática, a pesar de que algunos se ausenten en ocasiones pues se mezclan en la mayoría, tal como ocurre en Misión imposible: Fallout (2018). Y, habiéndonos zampado todo el metraje de The Tourist, por su dinámica casi de espías y su decisivo juego de identidades confusas y con peligrosos delincuentes, agencias de seguridad transfronterizas y escenarios internacionales, y de Jack Reacher, por sus escenas de acción espectacular y de lucha cuerpo a cuerpo, uno comprende que el director de Nueva Jersey podía afrontar ocuparse primero de *Nación secreta y, por añadidura, ante la satisfacción de los productores y para seguir con la trama de la precedente, de Fallout.
No en vano, es responsable del libreto de las dos, lo que refuerza la lógica de que esté al mando de la franquicia de Misión imposible hoy por hoy, pues no cabe duda de que continuará. Y lo que McQuarrie ha logrado con esta sexta entrega es el mismo tipo de éxito que el español Juan Antonio Bayona con Jurassic World 2: El reino caído (2018) en esta temporada de cine: nos ha brindado la mejor desde el estreno de la película original, la inspiradísima Misión imposible (Brian de Palma, 1996)*, con la que adaptaron las dos series televisivas homónimas creadas por Bruce Geller (1966-1973 y 1988-1990).
La primera secuela, **Misión imposible 2 (John Woo, 2000) es un espanto pomposo, de acción finalmente inverosímil y los peores tics de su realizador y supuso la mayor bajada de calidad de la franquicia; Misión imposible 3 (J. J. Abrams, 2006)* se revela como el tercer filme más decente con Ethan Hunt de personaje protagónico, quien se enfrenta a un buen villano, el Owen Davian de Philip Seymour Hoffman (Scent of a Woman), en una peripecia de gran tensión dramática; *Misión imposible: Protocolo fantasma (Brad Bird, 2011) se sitúa al mismo nivel potable que Nación secreta* y uno no tarda demasiado en olvidarse de sus pormenores después de haberlas visto. Y no hay duda de que Fallout* ha subido ahora la apuesta hasta colocarse en un puesto meritorio de esta conocida saga cinematográfica de espionaje al extremo de la supervivencia.
Desde el minuto uno, con la palpitación de la eficiente banda sonora compuesta por Lorne Balfe (*Terminator: Génesis, Churchill*), uno se percata del gran nervio que recorre las escenas de la película y, junto con el brillo de las de persecución en la ciudad, es la causa de que Fallout les haya traído a la memoria la cumbre de The Dark Knight (Christopher Nolan, 2008) y la partitura de Hans Zimmer y James Newton Howard a no pocos analistas; si bien debemos decir que hay además una clara influencia de la acción en la saga Bourne (Doug Liman, Paul Greengrass y Tony Gilroy, 2002-2016) y la música de John Powell. El caso es que, de una secuencia a otra, el engarce sinfónico y el mantenimiento del suspense, el interés y casi la hipnosis o la implicación en los espectadores, abismados sin remedio en la aventura y el peligro mortal, resultan indiscutibles y dignos de encomio.
Los ocasionales momentos de humor a cargo de Benji Dunn (Simon Pegg) sobre todo no pecan de exceso, no desentonan nunca y siempre son oportunos. Y, **si Fallout no cae en la arrogancia de ir a por el más difícil todavía, eso no equivale a que las propuestas de riesgo en las secuencias de acción no impresionen de todos modos al más pintado**; de hecho, son las barbaridades que esperaríamos de un tipo tan imprudente, osado y habilidoso como Ethan Hunt. Pero, si a eso le añadimos que la oscura madeja en torno a la identidad, las lealtades y las traiciones aúpa el voltaje fílmico en más de una escena, que los engaños de los espías están a la altura de la saga como giros de guion, que el recelo de la jefatura es completamente coherente con el pasado y que la película se integra por completo en él gracias a decisiones muy cabales, su buena consideración no puede ser puesta en entredicho.
Y, como suele suceder en obras semejantes, el reparto de habituales cumple con su cometido con alegría y talento pero sin lucirse ni un poco, desde Cruise y Pegg (*Ready Player One), pasando por Rebecca Ferguson (La chica del tren, El gran showman) como Ilsa Faust, Henry Cavill (Operación U.N.C.L.E.) interpretando a August Walker, Ving Rhames (Con Air) como Luther Stickell, Sean Harris (Macbeth) en la piel de Solomon Lane, hasta Alec Badwin (Infiltrados) como Alan Hunley, Vanessa Kirby (The Crown) encarnando a la Viuda Blanca o Angela Bassett (Contact*) como Erica Sloan. Quizá no podían escoger a mejores actores para sus respectivos papeles y, aunque el nervio se desinfla un poco durante la secuencia final por el montaje paralelo a tres —McQuarrie no es Nolan ni esto, Origen— y, en definitiva, el director no parece tener a su alcance el ingenio de Brian de Palma, que elevaría el conjunto como ya lo hizo antes con su lucidez, su oficio y sus virguerías, Fallout se muestra bastante satisfactoria.
https://www.youtube.com/watch?v=OHK3amzUMoQ
Conclusión
Teniendo en cuenta que Christopher McQuarrie, no sólo nos ha regalado una de las más destacadas aventuras de la franquicia de Misión imposible, sino que incluso esta constituye el mejor de los cuatro filmes que ha rodado hasta el día de hoy, y pese a sus limitaciones, merece la pena sentarse en el cine a dejarse llevar por su tenso influjo.
Pros
- El gran nervio que recorre las escenas de la película y lo impresionante de la acción.
- El engarce sinfónico y el mantenimiento del suspense, el interés y casi la hipnosis en el espectador.
- La oscura madeja en torno a la identidad, las lealtades y las traiciones que aúpa el voltaje fílmico.
- La eficiente banda sonora compuesta por Lorne Balfe y sus ecos cinematográficos.
Contras
- Que el director no parece tener a su alcance el ingenio de Brian de Palma.
- Que el nervio se desinfla un poco durante la secuencia final por el montaje paralelo a tres.
- Que el reparto de habituales cumple con su cometido sin lucirse ni un poco.