Cuando un analista de cine profesional o un sencillo espectador se acomodan para ver la tardía secuela de una película o una saga que ha supuesto mucho para la cultura del mundo entero, como Star Wars: El despertar de la Fuerza (J. J. Abrams, 2015) o Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017), el temor a encontrarse con algo que no esté a la misma altura o incluso que sea un despropósito parece difícil de soslayar. Ahora se ha estrenado The Matrix Resurrections (Lana Wachowski, 2021), y es lógico tener la mosca detrás de la oreja.

Lamentablemente, con razón. No porque el nuevo filme pueda considerarse un bodrio, ni siquiera fallido. Pero no cabe duda de que se encuentra a años luz de la trilogía original, formada por Matrix, Matrix Reloaded y Matrix Revolutions (Hermanas Wachowski, 1999, 2003), a todos los niveles: el guion es mucho más simple, el alcance de la aventura, reducido; la técnica, competente pero casi nunca hasta la delicia; y las coreografías increíbles de combate que nos alucinaron en los largos anteriores han perdido fuelle porque no las planifican igual o tan bien.

Dejando un fondo fascinante en los huesos

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Warner Bros.

Pero no solo eso, pues The Matrix Resurrections no tiene nada que ver con la compleja historia de las películas originales. Le escamotean todo el sustrato filosófico y literario y las metáforas informáticas y religiosas y dejan su argumento fascinante en los huesos, en pura narrativa. Las entregas precedentes albergaban capas de interpretación; a esta última se las han quitado y se limitan a contar otra andanzas de Neo (Keanu Reeves) y Trinity (Carrie-Anne Moss). Es como un cascarón con fuegos artificiales y sin profundidad que entretiene pero no cautiva.

No hay demasiada elocuencia tampoco en los diálogos. Lana Wachowski ha querido suplir a Lilly ídem con las contribuciones de David Mitchell y Aleksandar Hemon (Sense8) en el libreto, pero no hay color. Entre otras circunstancias, debido a que el uno es el responsable de la novela en que se basó El atlas de las nubes (2012) y toda su boba fanfarria new age, y se la ha contagiado a The Matrix Resurrections con la ñoñez de la conexión amorosa como motor dramático, que se encuentra explícitamente señalada al final de los créditos del filme, ojo al dato.

Los monólogos y los comentarios del agente Smith (Hugo Weaving), sobre el que faltan explicaciones, eran para desear que no se callase nunca, y lo que se dedica a decir el de Jonathan Groff (Mindhunter), ni fu ni fa. El nuevo Morfeo de Yahya Abdul-Mateen II (El gran Showman) carece del carisma del de Laurence Fishburne por idéntica razón. Y que hayan transformado al pobre Merovingio en una mezcla lamentable entre el vagabundo de 12 monos (Terry Gilliam, 1995) y el Demonio de Tasmania de los Looney Tunes (desde 1930) es algo asombroso por inconcebible.

‘The Matrix Resurrections’, una película correcta pero muy decepcionante

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Warner Bros.

Pero, si hay algo en The Matrix Resurrections que esté fuera de lugar sin discusión, es el humor ridículo, incluso el de las metarreferencias y, muy en especial, esa vergonzosa escena poscréditos que más valdría que no existiese. No solo porque no cuadra con la solemnidad esencial de las otras películas, sino también debido a la baja estofa de los chistes, cuyo escaso ingenio los sitúa en un nivel bastante deplorable. Menos mal que este molesto añadido únicamente nos obliga a torcer el gesto en dos ocasiones.

En cualquier caso, esta obra no constituye un mal largometraje de acción y ficción científica. Las tablas se le siguen notando a Lana Wachowski, que logra distraernos con las nuevas correrías de Neo y Trinity. Sobre todo, en la secuencia climácica multitudinaria, con su montaje alterno y la gran ayuda de la banda sonora compuesta por Johnny Klimek (Retratos de una obsesión) y Tom Tykwer (True), que no alcanza a la de Don Davis aunque se defiende. Pero es enormemente decepcionante dentro de su saga porque la han vaciado de contenido. The Matrix Resurrections es... otra cosa.