Corlys Velaryon está a punto de morir. Una noticia que recorre Los Siete Reinos hasta llegar a Marea Alta con, no solo, la carga de la desgracia. También con el anuncio de la primera gran fisura en la coalición de Poniente. Ser Vaemond Velaryon sabe que la historia familiar le reclama. Al menos, esa es su excusa para volver al hogar dinástico e increpar a Rhaenys Targaryen por el dominio del feudo que le pertenece por derecho de sangre. En La Casa del Dragón, de HBO Max, ya no hay tapujos para debatir en voz alta lo que es un secreto a voces: la reclamación de Rhaenyra es más frágil que nunca

“No dejaré que la sangre de mi casa muera solamente porque así lo quieras”, insiste Vaemond, sin medias tintas. La legitimidad de los hijos de la heredera está puesta en duda. Pero, como si eso no fuera suficiente, la misma sucesora de Viserys I, alejada de la Fortaleza Roja desde hace más de seis años, apenas tiene influencia en La Corte. 

“Ya el rey no gobierna”, dice el hermano del Señor de las Mareas. “Gobierna una mujer”, detalla. Por supuesto, el segundo en sucesión al antiguo trono de los Velaryon sabe lo que ocurre en La Fortaleza Roja. Los Hightower, amparados en la debilidad física del rey y en la anuencia silenciosa de Las Casas que le apoyan, ejercen dominio. 

La estrategia, por tanto, es clara. Despojar a Rhaenyra del apoyo de la poderosa Casa de los padres de Laenor la empuja a un espacio borroso y peligroso. Al otro lado, el poder — de decisión y de hecho — reside en la reina Alicent y en su padre, La Mano. Una complicidad discreta, pero efectiva, que lentamente aisló a Rhaenyra y a Daemon para apuntalar el poder de la Casa Esmeralda. 

El que es, con toda probabilidad, el capítulo con el mejor guion de la temporada de La Casa del Dragón, deja sus intenciones claras de inmediato. Una época está a punto de caer. Con Corlys al borde de la muerte y Viserys reducido al ostracismo, el poder central lo detentan los que tienen la ambición suficiente. Un punto con el que el guion jugará, una y otra vez, con una impecable ejecución sobre la tensión política y moral que sostiene la narración de la producción. 

La Casa del Dragón es la nueva serie del universo de Juego de Tronos

La sangre Targaryen en La Casa del Dragón

Hasta ahora, La Casa del Dragón construyó, en siete episodios, un cuidadoso escenario en que cada pieza sostenía un lugar distinto del precario equilibrio de Poniente. Por un lado, los Hightower lograron regresar al círculo del Trono de Hierro y construir un espacio infranqueable. Con Aegon, Aemond y Helaena como rostros visibles del poder en pleno auge, cerraron filas alrededor de Viserys. Al otro extremo, Corlys Velaryon no fue lo suficientemente hábil para hacer lo mismo. Con la legitimidad de sus nietos puesta en duda, los cimientos de su antigua Casa se tambalean.

Por último, Rhaenyra y Daemon permanecieron en Rocadragón, sin mayor influencia en La Corte. Un punto complicado que les convirtió en extraños en medio de un tablero de decisiones que jamás los incluyó. Mucho más, que tenía intenciones de adjudicar importancia a su enlace, a pesar de ser el rostro de una nueva generación Targaryen. Pero Alicent, investida de una rigidez moral cada vez más cercana a la fe militante, logró erradicar las viejas costumbres. Entre ellas, el poder de la sangre mezclada entre Targaryen.

Además, logró convertir a la Fortaleza Roja en un espacio insular. Viserys, reducido a un anciano destrozado por la enfermedad misteriosa contra la que luchó, y perdió, desaparece del escenario. De nuevo, La Casa del Dragón utiliza el transcurrir del tiempo para elaborar una idea clara sobre la conciencia de los manejos discretos. Los invisibles y más peligrosos. Como la voz de Viserys e interlocutora de su propio padre, la reina logró construir una barrera que dejó atrás el poder de sucesión de la línea dinástica del rey. Al menos, es su intención.

En especial, la decadencia moral que caracterizó al largo linaje hasta entonces. “En la fe, encuentro la rectitud para comprender los designios sobre los que debo decidir”, dice la soberana a la mesa del consejo. Otto la observa desde la otra punta. Sabe que su hija es capaz de jugar un “feo juego” y que lo hará, con toda la disposición y decisión necesarias para vencer a cualquier enemigo. 

La princesa sin reino y los horrores del silencio

Seis años han transcurrido y Rhaenyra, ahora, es madre de cinco niños. El tránsito temporal también erosionó su influencia y, en especial, su ascendencia sobre su padre, el único defensor en el que podría apoyarse. Para la heredera, la batalla ya no solo se limita a vencer el pulso entre la Casa Hightower y la suya. También, proteger a su descendencia. 

De la misma forma en que Alicent lo sospechó en su momento, su llegada al trono atravesará la muerte. ¿De quién? Una carta desde Marea Alta parece poner las cosas en claro. “Vaemond Velaryon declarará ilegítimos a mis hijos”, murmura a Daemon. El príncipe despojado escucha en silencio, analiza. Sabe que la guerra será cruenta, cada vez más dolorosa y que se debe librar en el terreno correcto. “A Desembarco del Rey”, dice entonces como la decisión inevitable. 

La Casa del Dragón

Pero la futura familia real comprende el panorama al que debe enfrentarse al cruzar las murallas de La Fortaleza Roja. Nadie les recibe y el desprecio es evidente. Rhaenyra ya no ejerce influencia, tampoco tiene aparente peso en las decisiones del poder. “¿Se la ha tratado como merecía?”, dice Otto, satisfecho al escuchar la noticia. La Mano de dos reyes y abuelo de un aspirante al trono sabe cómo jugar sus cartas. La principal: despojar de la dignidad de la dinastía a la posible herencia real. 

No obstante, a pesar de sus esfuerzos, la llegada de Rhaenyra no pasa tan desapercibida como desearía. Mucho menos, cuando la princesa logra vencer el cerco y llegar a su padre. En una de las escenas más conmovedoras de la temporada, el deterioro de Viserys I es tan espeluznante como total.

El hombre paciente, el padre, el rey que quiso la paz y con espíritu de poeta, yace en la cama real, destruido por un mal implacable. “Has venido, tú y mi hermano”, logra articular. Más allá de los estragos físicos, están los mentales. Daemon, sagaz, sabe que el deterioro es algo más que obra del dolor. Olfatea la copa junto a la cama del enfermo y descubre, de inmediato, que la voluntad de Viserys está bajo el peso de medicamentos y calmantes. “Esto es lo que ocurre, entonces”, murmura a su esposa, poco después. “Han robado su voluntad al rey”. 

La Casa del Dragón: la fe, el poder y el miedo

La Fortaleza Roja perdió su esplendor y, ahora, es mucho más parecida a un templo religioso que a la vitalidad de un palacio en pleno apogeo. En La Casa del Dragón, los Hightower ejercen el poder desde una rectitud impostada e hipócrita, algo que el guion muestra una y otra vez. Es esa precisión la que permite comprender la forma en que Otto piensa instaurar el poder al morir el hombre al que aconseja. 

“La Fe me dará la fuerza para decidir con pulcritud”, explica Alicent, sin dobleces. Rhaenyra y Daemon, junto a la cama de Viserys, la miran asombrados. “Es lo que ocurrirá, porque así lo dispone la firme creencia en la bondad”, insiste la reina. La misma que ocultó la violación de una de las criadas de su hijo. También, la que está dispuesta a retorcer la voluntad del marido en beneficio de su Casa y su legado.

Después de todo, Otto y ella misma actúan en voz y en ejecución de las supuestas palabras del monarca, que agoniza con lentitud. Rhaenyra es solo un obstáculo. Uno que, además, tienen intenciones de conjurar a través de Vaemond Velaryon. La reina apoyará su pedido por la sucesión de Marea Alta. Lo que, automáticamente, dejará en claro la bastardía de los hijos de la princesa que llevan el apellido de la vieja Casa Valyria. El doble movimiento despojará a Rhaenyra de toda influencia.

Con solo la palabra de Viserys I como aval para su derecho, su hija tendrá que atravesar un mar violento que con toda probabilidad no podrá surcar. “Eso lo que habrá de suceder”, concluye Vaemond ante la reina y Otto. Desafía a Corvys, que viaja por mar para morir en el hogar de sus ancestros. A la vez, a Rhaenys, que reina en Marea Alta y educa a las hijas de Laena. Una mujer sin poder en un mundo de hombres. 

La Casa del Dragón

Un lamento en la noche

Rhaenyra, que se convirtió en heredera en La Casa del Dragón para desviar la violencia de Daemon Targaryen del trono, llora a los pies de su padre. Por primera vez, la decadencia total e incurable de Viserys es un anuncio de lo que vendrá. Su hija solloza, aferrada a su mano, aterrorizada y furiosa. “Me diste esta carga, pero no sé si pueda con ella”, implora mientras su padre desvaría, quizás ya muy lejos de ella. “Solo cuento contigo, solo te tengo a ti a mi lado”. 

Lo cual, por supuesto, es el destino más cruel de la heredera al Trono de Hierro. “La reina que nunca fue” la cree culpable de la muerte de Laenor y le retiró todo apoyo. Eso, a pesar de la promesa de Rhaenyra de un matrimonio ventajoso entre herederos que afiance su poder.

“Jacaelys y Lucerys podrían ser los prometidos de Rhaena y Baela”, ofrece la sucesora de Viserys en La Casa del Dragón. “Eso afianzaría tu poder y el mío”, insiste. “Es una oferta generosa o desesperada”, responde Rhaenys. “¿Importa la diferencia?”, se burla Rhaenyra, acorralada, disminuida, convertida en rehén de su ambición y la de otros. 

El último esplendor de La Casa del Dragón

Finalmente, el hermano del Señor de Las Mareas expone su reclamo en la Corte. Los Hightower se aseguran, otra vez, de disminuir a Rhaenyra y dejar claras sus simpatías por Vaemond. Es entonces cuando La Casa del Dragón muestra su poder y, quizás, la escena más dolorosa y significativa de sus capítulos estrenados. Viserys, con un esfuerzo supremo, aparece en la sala del Trono. Derrotado, disminuido, un hombre al que cada movimiento provoca un dolor enloquecedor. Es el rey, después de todo, con una máscara de oro que cubre su rostro y el cuerpo doblado por el suplicio.

Pero tiene las fuerzas suficientes para ocupar, por última vez, el Trono de Hierro. También, para dictar sentencia. “No entiendo cuál es el motivo de esta reclamación que ya estaba decidida”, se impone. A pesar de su voz débil, es evidente que sabe con claridad lo que reclama, que su mente vuelve a estar lúcida. “La única que puede saber los deseos de Corlys es Rhaenys, su mujer”.

La “reina que nunca fue”, a punto de ser despojada por segunda vez de sus derechos, avanza hacia las espadas de los enemigos vencidos por los Targaryen. “Mi esposo desea y yo lo apoyo, que Marea Alta sea heredada por Lucerys, hijo de Laenor y legítimo sucesor”, declara Rhaenys. También acepta los planes matrimoniales de los hijos de Laenor y Laena. La jugada de los Hightower se desploma de raíz y Vaemond se encuentra en medio de una derrota vergonzosa. 

“Acabas destruir la Casa de mis ancestros”, grita a Viserys. “Lucerys es mi nieto”, insiste Viserys, débil pero vehemente. “Puedes ordenar a los tuyos lo que quieras, pero no lo harás en mi caso”, se enfurece el segundo en sucesión de los Velaryon. Se vuelve entonces enfurecido hacia los hijos de Rhaenyra. “Ustedes jamás podrán ocultar lo que son”, grita colérico. “Dilo”, murmura Daemon en voz baja con una sonrisa siniestra. “Bastardos, eso es todo lo que son”. 

Viserys enfurece y, desde su debilidad, intenta esgrimir un arma. “Te cortaré la lengua”, amenaza entre jadeos. Pero es Daemon el que levanta la espada y hace un corte limpio de acero Valyrio para matar a Vaemond. El movimiento más audaz de los Hightower hasta ahora, se desploma con el cadáver del último Velaryon. 

Una larga noche sin respuestas

Por única y última vez, La Casa Targaryen al completo se sienta a la mesa. Por un rato, las hostilidades parecen depuestas. Pero, con Viserys agonizando a simple vista, la ruptura es cada vez más obvia. A pesar del intento de Alicent y Rhaenyra de mantener una sobria paz, sus hijos se enfrentan en un tenso pulso de poder. Viserys lo ignora, permanece en pie lo suficiente para dejar claro que el tiempo marcha en su contra. Al final se retira, un recorrido a ciegas hacia la oscuridad. 

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Desde esa penumbra marchita, el rey comienza a recordar. “Aegon, como en mi sueño, reinará”, dice a la amada Aemma, que le acompaña en sus pensamientos finales. Pero Alicent escucha la confirmación de sus ambiciones. Palabra a palabra, Viserys repite sus palabras de amor para la mujer que murió al intentar traer uno de sus hijos al mundo. Pero Alicent solo escuchó lo que necesitaba. Para cuando Viserys extiende la mano — “mi amor” dice a la espectral Aemma en su memoria — la sentencia futura está dicha. 

La era de fuego y sangre Targaryen está a punto de derrumbarse. La danza de los dragones está a punto de comenzar. 

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