Hay películas que nos marcan como espectadores. No tienen por qué ser las que todo el mundo o muchísimas personas dirían que les han llegado muy dentro, convirtiéndose en un jalón inamovible en su memoria emocional del séptimo arte. Y no parece que Una mente maravillosa (Ron Howard, 2001), adaptación del libro homónimo de Sylvia Nasar (1998) sobre el brillante matemático estadounidense John Nash (Russell Crowe), sea una obra que un buen número de amantes del cine señalarían como cardinal en el bagaje de su formación en este sentido.

Pero algunos lo hacemos de muy buena gana. Quizá más de los que aparenta, considerando que el filme es el que valoran en mayor medida los votantes de Rotten Tomatoes, IMDb y FilmAffinity por unanimidad de entre los dirigidos por Ron Howard hasta el día de hoy, y además luce un setenta y cuatro por ciento de aprobación de la crítica internacional según los datos de la primera página web. Los cuatro Premios Oscar que obtuvo, igual que sus Globos de Oro y sus BAFTA, redondean nuestra perspectiva sobre Una mente maravillosa.

El inesperado peliculón de Ron Howard

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No obstante, se trata de la única gran sorpresa que nos ha brindado este realizador tan competente y, por lo general, anodino, y a causa de esta misma característica. Hay quien le recuerda por aportaciones como Un, dos, tres... Splash (1984), Cocoon (1985), Willow (1988), Apolo 13 (1995), El desafío: Frost contra Nixon (2008) o Rush (2013). Pero tal vez solo haya logrado destacar con las composiciones de la inquietante Rescate (1996), la conmovedora Cinderella Man: El hombre que no se dejó tumbar (2005) o la interesante El código Da Vinci (2006).

Y la de Una mente maravillosa, claro, que se alza como tal proeza audiovisual entre el resto de la filmografía de Ron Howard que es como si el tipo se hubiese tomado una de las revitalizadoras pastillas negras de la historia inicial en la fallida miniserie American Horror Story: Double Feature (Ryan Murphy y Brad Falchuk, 2021). Sin escapar en ningún momento de su limpieza académica, ojo; lo que significa que hablamos de uno de los mejores ejemplos de lo que un cineasta puede llegar a hacer sin arriesgarse ni un pelín con el estilo.

La sinfonía audiovisual de ‘Una mente maravillosa’

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Pero el triunfo de este actor precoz, al que se conoce por el Steve Bolander de American Graffiti (George Lucas, 1973) sobre todo y que decidió reconvertirse para el puesto de los que mandan en un rodaje, ha sido conseguir una elaboración tan cojonuda, tan inesperada por la exactitud de sus planos con la fotografía de Roger Deakins (Barton Fink) y la potencia en el montaje de los habituales Dan Hanley (In and Out) y Mike Hill, que Una mente maravillosa fluye con la facilidad de un río en su torrente dramático como una sinfonía cautivadora de imágenes en movimiento.

Siempre sostenida, cuidado, por la bellísima banda sonora del difunto James Horner (Avatar), lo más deslumbrante que compuso junto con la de Titanic (James Cameron, 1997) en toda su trayectoria; sin prescindir siquiera de su Parabará. Eliminar esta sensacional partitura condenaría al largometraje a una triste desnudez. Hasta ese punto penetra la música del californiano en las entrañas de la problemática vida del gran John Nash, al que interpreta con un absoluto genio y un millón de matices un inconmensurable Russell Crowe (Gladiator).

Tampoco hemos visto más esplendorosa a Jennifer Connelly (Casa de arena y niebla) que como la Alicia Nash de Una mente maravillosa. Y qué decir del resto de la compañía: Paul Bettany (Gangster No. 1) se mete en la piel de Charles Herman; Ed Harris (Las horas), en la de William Parcher; Christopher Plummer (El dilema), en la del doctor Rosen; Adam Goldberg (Friends), en la de Richard Sol; Anthony Rapp (The Knick), en la de Bender; Josh Lucas (El peso del agua), en la de Martin Hansen; o Judd Hirsch (Independence Day), en la del señor Helinger. Un gusto, todos ellos.

Una propuesta para entender el sufrimiento del gran John Nash

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Sin embargo, no es Ron Howard el único que pudo demostrar que se encontraba en la plenitud de sus facultades creativas. El guionista Akiva Goldsman (Fringe) nos entregó el texto más formidable de su carrera, elocuente, emotivo y juguetón, muy criticado por suavizar aspectos supuestamente incómodos de la biografía de John Nash, a la manera de Bohemian Rhapsody (Bryan Singer y Dexter Fletcher, 2018), y por convertir en un espectáculo narrativo sus padecimientos por la esquizofrenia que sufría. Pero estos juicios resultan miopes por la falta de comprensión de la propuesta.

La fidelidad no es un valor artístico; y lo que se quiere con el libreto de Una mente maravillosa, que narra lo que ocurre desde el punto de vista del célebre matemático la mayor parte de las dos horas y pico que dura este drama de Ron Howard, es mostrar la propia vivencia del protagonista, como hacen en lo suyo Réquiem por un sueño (Darren Aronofsky, 2000) o El padre (Florian Zeller, 2020), para que entendamos de verdad lo que es padecer un trastorno psicológico semejante.

Por eso fue premiada por la Alianza Nacional sobre Enfermedades Mentales de Estados Unidos (NAMI). Y recurrir a volantazos de guion tan tremendos, de la intensidad de El sexto sentido (M. Night Shyamalan, 1999) o Los otros (Alejandro Amenábar, 2001), que ponen patas arriba la realidad de uno, no solo constituye precisamente a lo que debió enfrentarse el John Nash de Russell Crowe, sino que el público acusa el golpe con absoluto asombro y la empatía imprescindibles y, así, la película puede quedar grabada a fuego en su memoria emocional y cinéfila.

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