Lo de Anthony Hopkins en los Oscar 2021 fue, en parte, algo imprevisto. Uno de los galardones que parecía más cantado era el de mejor actor principal para el estadounidense Chadwick Boseman, fallecido de cáncer en agosto de 2020 a los cuarenta y tres años. De hecho, por su labor en el papel del trompetista Levee en La madre del blues (George C. Wolfe, 2020) le han reconocido con al menos treinta premios.
Por contra, su colega británico, galés para más señas, solo había recibido siete trofeos por la actuación como su tocayo de El padre (Florian Zeller, 2020). Y como, en muchas ocasiones, la Academia de Hollywood ha entregado estatuillas sin demasiado sentido por la propia naturaleza de su dinámica comercial y poco exigente con el rigor de cada voto, suponíamos que lo repetiría.
No hay que malinterpretar este asunto, sin embargo, que también ocurre en la Academia de Cine de España y en el resto de las estatales. Sobre todo, porque la selección de filmes para cada categoría de los Oscar sí la hacen profesionales del análisis cinematográfico que se zampan la totalidad de las candidatas. No como los otros miles de académicos, trabajadores de la industria en cualquier apartado y nivel, para la votación final.
Y el difunto Chadwick Boseman se muestra pletórico encarnando a Levee en La madre del blues, con el poderío de la personalidad incombustible y borrascosa de este músico, su apasionamiento, sus castillos en el aire, el peso terrible de su drama personal y su lúgubre evolución. Y los matices encantadores que le aporta a cada frase y cada gesto ameritan que sea laureado.
La verdad de Anthony Hopkins en ‘El padre’
Pero no si compite con el Anthony Hopkins de El padre. No porque a Chadwick Boseman no se le pueda considerar un intérprete talentoso. Los críticos le tuvieron en cuenta desde su Jackie Robinson para 42: La verdadera historia de una leyenda del deporte (Brian Helgeland, 2013), por sus protagonistas en I Feel Good: La historia de James Brown (Tate Taylor, 2014) y Marshall (Reginald Hudlin, 2017) y por el Norman Holloway de Da 5 Bloods: Hermanos de armas (Spike Lee, 2020).
Y lo de su correcto T’Challa en Black Panther (Ryan Coogler, 2018) supone, en fin, un caso de sobrestimación por el éxito y la influencia del Universo Cinematográfico de Marvel. En esta cuestión, el quid estriba en lo que consigue con su anciano enfermo el veterano intérprete británico.
Porque su personaje no es simplemente creíble, lo cual ya resultaría un logro como el del Levee de Chadwick Boseman. En la interpretación de Anthony Hopkins para El padre, con el soporte del guion escrito por Florian Zeller y Christopher Hampton, hay verdad. Lo que nos ofrece es una exactitud pasmosa en la vivencia de un anciano enfermo de demencia senil.
En una liga diferente
No solo ha construido a un personaje a las mil maravillas y te lo crees por su verosimilitud, como su doctor Lecter en El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991), Hannibal (Ridley Scott, 2001) y El Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002), sino que la suya constituye ese tipo de comprensión abrumadora de la esencia de una experiencia humana. Y a tal triunfo no había llegado, hasta que le perdimos, el difunto actor estadounidense.
Es lo que encontramos en las mejores películas de Ingmar Bergman, como la dolorosísima Secretos de un matrimonio (1973); en el retrato escalofriante que realiza Luis Martín-Santos de la miseria y la inopia en la novela Tiempo de silencio (1962) o en el horror de una pintura como el Guernica de Pablo Picasso (1937). Es lo que mucha gente no entiende: la lucidez absoluta de un artista en lo que mejor se le da, por la que se transforma en alguien que se halla en un trance tan reconocible que emociona y al que duele asistir.
Pese a ello, Anthony Hopkins declaró a The Guardian: “Actuar es un arte de tercera. Nos pagan demasiado y nos hacen demasiado caso. Me gusta la atención y el dinero, pero me siento como un estafador”. Modestia a un lado y sin duda, lo suyo en El padre es de primera fila.