Hay bandas sonoras que contribuyen a crear el alma de un filme o de una serie de televisión en mayor medida que muchos otros de sus elementos. O, como mínimo, ayudan a generar una atmósfera, un clima emocional específico, como ninguna otra herramienta a disposición del cine. Preguntaos qué sería de obras como Psicosis (Alfred Hitchcock, 1960) sin la música de Bernard Herrmann, la trilogía de Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985-1990) sin la de Alan Silvestri, Titanic (James Cameron, 1997) sin la de James Horner, Amélie (Jean-Pierre Jeunet, 2001) sin la de Yann Tiersen, Las horas (Stephen Daldry, 2002) sin la de Philip Glass o la primera trilogía de Piratas del Caribe (Gore Verbinski, 2003-2007) sin la de Klaus Badelt y Hans Zimmer.

De la misma manera, habría que ver el alcance de las películas del californiano Tim Burton sin las partituras de su compatriota Danny Elfman, compositor fetiche del cineasta y uno de los más infravalorados a la vista de su trayectoria y los escasos reconocimientos importantes que ha recibido. Con casi un centenar de bandas sonoras en su haber y el enorme talento que ha exhibido en un buen número de ellas, le han nominado solo cuatro veces a los Oscar, tres a los Globos de Oro y dos a los BAFTA y aún no ha logrado ninguno de estos galardones. Hecho completamente incomprensible para cualquiera que haya contemplado los filmes fundamentales en los que ha contribuido con su música y para todo melómano que se haya sentado a escucharla sola, por puro gusto.

danny elfman
Warner | Fox

La colaboración de Danny Elfman con Tim Burton ha sido tan fructífera como la de John Williams con Steven Spielberg o la de Ennio Morricone con Giuseppe Tornatore. Si Williams nos ha entregado prodigios como sus pentagramas para Tiburón (1975), En busca del arca perdida (1981), E. T., el extraterrestre (1982), Parque Jurásico (1993) o Atrápame si puedes (2002) y Morricone, los de Cinema Paradiso (1988) o La leyenda del pianista en el océano (1998), a Elfman y Burton los ha unido el amor por el surrealismo gótico, la fantasía y lo tétrico. Y, de las dieciséis bandas sonoras que el uno ha elaborado para el otro, destacan las de Beetlejuice (1988), Batman (1989), Eduardo Manostijeras (1990), Batman vuelve (1992), Sleepy Hollow (1999) y Big Fish (2003).

Esta fama de especialista en tal clase de música le ha facilitado a Danny Elfman trabajos como Pesadilla antes de Navidad (Henry Selick, 1993), cuya historia y estilo es del propio Burton, Agárrame esos fantasmas (Peter Jackson, 1996), Los mundos de Coraline (Selick, 2009), El hombre lobo (Joe Johnston, 2010) o Pesadillas (Rob Letterman, 2015). Y también, por Batman y su épica superheroica en la adaptación del cómic, los de Dick Tracy, Darkman (Warren Beatty, Sam Raimi, 1990), Hombres de negro (Barry Sonnenfeld, 1997), Spider-Man (Raimi, 2002), Hulk (Ang Lee, 2003), Hellboy 2: El ejército dorado (Guillermo del Toro, 2008), Vengadores: La era de Ultrón (Joss Whedon, 2015) o Liga de la Justicia (Zack Snyder y Whedon, 2017).

Por otra parte, ha explorado la oscuridad psíquica del crimen armónicamente con mayor hondura en Eclipse total (Taylor Hackford, 1995), El Dragón Rojo (Brett Ratner, 2002) o La chica del tren (Tate Taylor, 2016). Pero, si su aportación a Misión imposible (Brian de Palma, 1996) es puro Danny Elfman, otros directores le han ofrecido la oportunidad de ejercitarse con temas más apacibles, minimalistas, eclécticos u oníricos. Como en El indomable Will Hunting (Gus van Sant, 1997), Mi nombre es Harvey Milk (Van Sant, 2008), Destino: Woodstock (Lee, 2009), El lado bueno de las cosas, Tierra prometida (David O. Russell, Van Sant, 2012), La gran estafa americana (Russell, 2013), El final de la gira o El Círculo (James Ponsoldt, 2015, 2017).

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Disney

La Academia de Cine de Estados Unidos le ha nominado por su desempeño en El indomable Will Hunting, Hombres de negro, Big Fish y Mi nombre es Harvey Milk. Y, en las últimas décadas, Tim Burton ha visto a Danny Elfman en plena forma con partituras como la de Charlie y la fábrica de chocolate, La novia cadáver (2005), Alicia en el País de las Maravillas (2010), con la que obtuvo una candidatura en los Globos de Oro y los BAFTA, o Frankenweenie (2012). Pero sus mejores composiciones son otras, y en ellas se advierte con suma claridad su inclinación por las grandes orquestas, los arreglos corales, la densidad romántica y la experimentación instrumental. No en vano, es un gran estudioso del cuarto arte en el mundo entero y los instrumentos variopintos que lo pueblan.

Y, si consigue algo tan espectacular como que pensemos en telas de araña con esas veloces notas de cuerda levísima al inicio de Spider-Man, el puñetazo en la mesa que pegó con la banda sonora de Beetlejuice, su primera gran obra musical, es de los que hacen época. Una locura, un despiporre polifónico, lúgubre y juguetón, muy distinto a la hermosura vocal, la delicadeza increíble y la gran intensidad lírica de Eduardo Manostijeras. Pero no hay más bemoles que admitir que la magnum opus de Danny Elfman es Pesadilla antes de Navidad: el genio que demuestra en sus variadas y emocionantes canciones y armonías, todas y cada una inolvidables y cargadas de un sentido del humor demente, se revela de una creatividad tan apoteósica que quita el hipo. ¡Y él canta como Jack!

Por fortuna, su talento no se secó tras derrocharlo en este filme, un regalo inestimable por el que únicamente le quisieron nominar a un Globo de Oro y un Grammy. Después nos brindaría la extraordinaria montaña rusa de Agárrame esos fantasmas, una magnífica catedral de lo fúnebre y la ultratumba y, tal vez, lo más sombrío y de mayor tensión sostenida que ha compuesto jamás. Y la última gran banda sonora suya es la de El Dragón Rojo, una desasosegante delicia de cuerda maltratada a lo Bernard Herrmann. Y si a todo esto le sumanos que Danny Elfman es autor del mejor tema televisivo principal de la historia, el de Los Simpson (James L. Brooks, Matt Groening y Sam Simon, desde 1989), lo incomprensible de que no haya sido premiado como merece se hace intolerable.

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