Si hay una película inaugural que consiguiera dejarnos clarísimos en su momento los modales como director y las inquietudes e intereses narrativos de un cineasta cualquiera, bien podría ser, por ejemplo, **Beetlejuice, la obra de 1988 con la que al californiano Tim Burton comenzó a conocérsele por su nombre en la industria del cine, y que ahora ha cumplido treinta años* desde su estreno. Estuvo cerquita de dirigir After Hours* en 1985 a propuesta del productor y actor protagonista, Griffin Dune, antes de que el gran Martin Scorsese diera marcha atrás en su rechazo al proyecto, y pese a que la opera prima de Burton es La gran aventura de Pee-wee (1985), no fue otra cosa que de un encargo del cómico Paul Rubens para llevar al cine al conocido personaje de sus espectáculos en la HBO, Pee-wee Herman. Así que su verdadera elección para un ejercicio estilístico fue Beetlejuice.
Esta comedia tétrica de fantasía y un humor gratificante más negro que la noche descubrió al gran público el espíritu sombrío y juguetonamente extravagante de Burton, que ya había demostrado en sus cortos, y no hubo vuelta atrás para él. La buena taquilla de La gran aventura de Pee-Wee le hizo confiable para los productores de Hollywood y, mientras trabajaba en el libreto de Batman (1989) con del guionista Sam Hamm para Warner Bros, estuvo leyendo otros, y a sus manos llegó el que había escrito Michael McDowell, quien antes se había ocupado de guionizar el episodio “The Jar” (1x19) de la segunda Alfred Hitchcock presenta (1985-1989) con Larry según un relato de Ray Bradbury. Y, pese a que al mismo Wilson se le contrató para la reescritura del libreto, Burton decidió prescindir de ambos y sustituirlos por Warren Skaaren por las socorridas diferencias creativas.
**El tono del guion de McDowell era muchísimo más oscuro de lo que terminaría siendo Beetlejuice, con muertes agónicas y un brutal fantasma demoníaco, violador y homicida muy diferente al truhan depravado, travieso y bufo al que conocimos al final; y fue Skaaren el que procuró la comedia lograda y el carácter satíricamente burocrático del más allá para gozo de los espectadores*. Burton deseaba a Anton Furst a la cabeza del diseño de producción, y “tuvo que conformarse” con Bo Welch, que hizo maravillas entonces y, luego, en Eduardo Manostijeras (1990) y Batman vuelve* (1992); sobre todo considerando el reducido presupuesto para efectos especiales, que le dio un gloriosa pinta de serie B con la animación stop motion, las prótesis y los títeres, deliberado según Burton.
En una de sus decisiones más acertadas, el director volvió a contar para la banda sonora con quien se convertiría en su compositor fetiche —nada menos que diecisiete partituras suyas para su filmografía nos contemplan hasta hoy—, el infravalorado Danny Elfman, que le entregó una de las más potentes, imaginativas y reconocibles de su trayectoria: sin su aportación, Beetlejuice no sería lo que es; se sentiría lisiada. Por otra parte, lo cierto es que Burton tenía en mente a Sammy Davis Jr., músico del célebre Rat Pack, para que interpretase a Betelgeuse, pero el productor David Geffen, que era quien le había pasado el libreto de McDowell, sugirió a Michael Keaton, y fue una estupenda propuesta: no hay duda de que el este actor pensilvano bordó al histriónico personaje.
A Catherine O’Hara le faltó tiempo para firmar y meterse en la piel de la artística e insufrible Delia Deetz, pero costó convencer a otros actores de que participaran por lo extrañísimo del proyecto: Alec Baldwin y Geena Davis como los inquietos Adam y Barbara Maitland, Jeffrey Jones interpretando al razonable Charles Deetz, Glenn Shadix como el exquisito y desdeñoso Otho o Sylvia Sidney encarnando a la huraña Juno. Winona Ryder, en concreto, se resistía a asumir el papel de la lúgubre Lydia Deetz porque la historia se le antojaba “satánica”; y a Baldwin más le hubiera valido salir corriendo a tenor de sus declaraciones posteriores, ya que dijo sentirse muy decepcionado con la película. Y no es que sea extraordinaria ni esté entre lo mejor de Burton, pero resulta tan cautivadora que la guardamos en nuestra memoria emocional como espectadores.
Y si uno rumia que, en 2009, Baldwin declaró a la revista Playboy que consideraba toda su carrera en el cine “un completo fracaso” porque, atentos aquí, nunca ha sido protagonista de forma que “su actuación impulsara el filme” para conducirlo a “un gran éxito comercial o de crítica”, un actor que ha intervenido en triunfos como El aviador (2004) e Infiltrados (2006), de Scorsese, tal vez deberíamos poner en duda su criterio para estos asuntos. Y el caso es que **Beetlejuice estuvo cerca de sextuplicar su presupuesto** de quince millones de dólares, verdaderamente escaso, con su recaudación de 84,6 millones en el mundo entero, colocándose entre las quince películas más taquilleras de 1988; le otorgaron el Oscar al Mejor Maquillaje por la magnífica labor de Ve Neill, Steve LaPorte y Robert Short, **la crítica especializada se deshizo mayoritariamente en elogios con ella y se convirtió en una obra de culto**. ¿Por qué resistirse al fantasma más divertido de Tim Burton?