La décima octava película del Universo Cinematográfico de Marvel llega a los cines de todo el mundo con Ryan Coogler como jefe del cotarro, en una entrega con dilemas de mayor importancia o profundidad que los vistos durante las anteriores.**Al personaje de T’Challa, el superhéroe de la realeza wakandina Black Panther, ya le conocíamos por su inesperada aparición en la estupenda Capitán América: Civil War (Joe y Anthony Russo, 2016)**, lo que supone un movimiento narrativo de Marvel Studios similar a que realizaron después con Spider-Man, al que se presentó en el mismo filme para luego dedicarle uno propio con la muy entretenida Spider-Man: Homecoming (Jon Watts, 2017). Y no cabe duda de que, tras contemplar el resultado con el gusto que interesaba y poder distinguir fácilmente sus elementos dramáticos, es posible decir que el protagonista de Black Panther merece esta aproximación particular a su figura dentro del UCM, en lo que el joven director californiano, como es lógico, tiene mucho que ver.
Que Marvel le eligiera para realizar esta película debe parecernos de lo más razonable a tenor de lo que ya nos había brindado en su todavía corta carrera: después de rodar la efectiva Fruitvale Station (2013), triunfadora en el Festival de Sundance, y la firme pero poco audaz Creed (2015), sexta continuación de la oscarizada Rocky (John G. Avildsen, 1977), en las que Coogler había demostrado que conoce de sobra la realidad afroamericana en Estados Unidos como no podía ser de otra manera, **nada más sensato que ponerle al frente de Black Panther, no por su pertenencia a la misma sino por este conocimiento*, hasta el punto de que también ha escrito el guion mano a mano con Joe Robert Cole, cuya presencia en este apartado sólo es posible explicarla tal vez por su primera incursión en los dramas familiares al dirigir el thriller Amber Lake (2011) habiendo redactado además su libreto.
Porque hay que tener muy presente que *el papel de la familia y sus complicaciones es fundamental en Black Panther, y aunque no les quede más remedio que repetir esquemas que ya nos habían ofrecido en la trilogía del dios del trueno*, compuesta por las mediocres Thor (Kenneth Branagh, 2011) y Thor: El Mundo Oscuro* (Alan Taylor, 2013) y la divertidísima Thor: Ragnarok (Taika Waititi, 2017), con las que incluso comparte los ingredientes de la dinastía monárquica, el padre mitificado y los enfrentamientos por el trono, las dificultades de los wakandinos que nos muestran aquí entrañan unas reflexiones sobre el buen gobierno, la colaboración provechosa entre países y el poder de mejorar el mundo y, eh, contra la discriminación racial de las que carecen las correrías de los asgardianos, un poco más superficiales en este sentido. Por supuesto, no se trata de un filme de tesis políticas, ¡líbrenos Monesvol!, ni tales reflexiones son de una hondura morrocotuda: estamos hablando de Marvel. Lo que ocurre es que las mismas se encuentran en el corazón mismo del conflicto dramático y, así, determinan bastante el desarrollo de la trama.
Y tampoco nos llevemos a engaño: Black Panther es una agradable película de acción y aventuras, a la que buena parte de la crítica especializada anglosajona ha puesto por las nubes sin que lo merezca, pero cuya dignidad en el UCM no sería honesto desmentir; sobre todo porque revela su entidad propia, casi a lo Doctor Strange (Scott Derrickson, 2016), desde su vistosa presentación de la historia wakandina hasta sus elementos tradicionales de raíz o imaginería africana, lo que la convierte en una obra más interesante que de costumbre, tal como le ocurría a aquella. Y el espectáculo no se ve comprometido en ningún momento: las secuencias de acción dejan el buen sabor de boca que es habitual en los filmes de Marvel, y las emociones e inquietud que nos proporcionan las peripecias de T’Challa y compañía se descubren siempre reconocibles para los seguidores de la franquicia cinematográfica.
En distintas escenas atisbamos ciertos detalles del estilo de Coogler más allá de la fuerza uniformadora de la saga, e incluso a veces nos ilusiona con un posible plano secuencia como los que nos regaló en Creed que nunca acaba por cumplirse, pero lo mínimo que podemos asegurar es que su planificación es irreprochable, pero en todo caso lejana a cualquier tipo de grandeza. Y otro de sus puntos a favor es que, cuando ya les daba a algunos la impresión de que Marvel Studios había decidido abandonarse a la generalizada deriva humorística de sus últimas entregas, nos aclaran con Black Panther que aún son capaces de construir una aventura de veras seria; si bien los chistes resultan muy escasos, casi pinceladas, y poco efectivos.
*El T’Challa de Chadwick Boseman, que nos había deslumbrado en su rol protagónico de I Feel Good: La historia de James Brown (Tate Taylor, 2014), no da la sensación de poseer un carisma incontestable, pero el actor cumple. Como Michael B. Jordan en la piel de Erik Killmonger, un actor con el que Coogler había contado para Fruitvale Station* y Creed y al que casi podríamos considerar ya su fetiche**; Lupita Nyong’o (12 años de esclavitud) como Nakia, Danai Gurira (*The Walking Dead) encarnado a la guerrera Okoye, Letitia Wright (Black Mirror) como la princesa Shuri, Martin Freeman (El hobbit) retomando a su agente Everett K. Ross tras Civil War, Angela Bassett (American Horror Story) como la reina Ramonda, Forrest Whitaker (La llegada) interpretando al consejero espiritual Zuri, Andy Serkis (El Señor de los Anillos) como Ulysses Klaue, Daniel Kaluuya (Get Out*) poniendo rostro a W’Kabi, Winston Duke (Person of Interest) como el señor M’Baku, Sterling K. Brown (American Crime Story) encarnando al príncipe N’Jobu o John Kani (Los demonios de la noche) de nuevo como el rey T’Chaka después de Civil War.
Es obligado que destaquemos también que la étnica banda sonora pertenece a Ludwig Göransson, que compuso también la partitura para Fruitvale Station y Creed, igual que para la primera había trabajado con Rachel Morrison en la dirección de fotografía y aquí la ha vuelto a contratar para lo mismo, por lo que parece que Coogler es ya un director de costumbres en lo que se respecta a su equipo de colaboradores con sólo tres películas en su haber. No estamos seguros de que esta última sea la mejor que ha realizado hasta el día de hoy pues, si bien en Creed se pudo lucir en mayor medida con la planificación visual, no posee la audacia necesaria en el libreto para librarse de la sensación repetitiva en una secuela, cosa que no sucede aquí.
Conclusión
La amena progresión dramática de Black Panther, junto con los componentes políticos en el desarrollo de la trama, la entidad propia del mundo que nos presenta y el grato espectáculo de acción, no hacen de ella una gran película pero sí una obra satisfactoria para el Universo Cinematográfico de Marvel.
Pros
- La adecuada elección de Ryan Coogler como director.
- Las reflexiones políticas que determinan el desarrollo de la trama.
- Su entidad propia en el UCM.
- El buen sabor de boca que dejan las secuencias de acción.
Contras
- Que su planificación es irreprochable pero lejana a cualquier tipo de grandeza.
- Que el humor típico de Marvel es muy escaso, casi pinceladas, y poco efectivo.
- Que el T’Challa del cumplido Chadwick Boseman no posee un carisma incontestable.