Junto con el Universo Cinematográfico de Marvel, la otra franquicia a la que Disney le ha dado más importancia después de su adquisición en 2012 ha sido la de Star Wars. Por ello, ha estrenado hasta hoy cinco películas: El despertar de la Fuerza (J. J. Abrams, 2015), Rogue One (Gareth Edwards, 2016), Los últimos Jedi (Rian Johnson, 2017), Han Solo (Ron Howard, 2018) y El ascenso de Skywalker (Abrams, 2019); y una serie de televisión: The Mandalorian (Jon Favreau, desde 2019), cuya primera temporada ya tuvimos ocasión de ver y de la que estrena hoy la segunda en Disney Plus.
Los ocho capítulos iniciales con el protagonismo de un cazarrecompensas mandaloriano (Pedro Pascal) del que no nos dijeron el nombre, Din Djarin, hasta “Redemption” (1x08), nos presentaron, además, al pequeño y encantador Baby Yoda y a otros personajes como Carasynthia Dune (Gina Carano) y Greef Karga (Carl Weathers); y un argumento sobre el grandísimo interés de algunos jerifaltes del malvado Imperio en desbandada por el encantador bebé orejudo, quizá precisamente por algo relacionado con el propio emperador Sheev Palpatine (Ian McDiarmid), también conocido como Darth Sidious.
El inicio del capítulo “The Marshal” (2x01) nos hace levantar las cejas por el aspecto del entorno urbano en el que se hallan Din Djarin y Baby Yoda, tan semejante al de nuestras ciudades terrestres. Y la presencia inmediata de grafitis tal vez signifique que sí son tan relevantes como los carteles de la temporada nos invitan a pensar y que la suposición sobre que veremos aquí a Sabine Wren, otra mandaloriana, sea cierta. La partitura de este comienzo, por otro lado, parece de las más experimentales y alejadas de lo habitual que ha compuesto el sueco Ludwig Göransson para The Mandalorian, lo cual cumple con la razón por la que Favreau, que dirige el episodio, quiso contar con él.
Tras el prólogo, con una breve pero satisfactoria coreografía de lucha a la que sigue un recordatorio de que nuestro cazarrecompensas predilecto —joróbate, Boba Fett— no se anda con chiquitas, descubrimos lo que echábamos de menos oír el tema principal en los títulos. A continuación, empieza también el reencuentro con escenarios y personajes de la primera temporada y más allá, se reafirma la tendencia a incluir los detalles humorísticos que tan bien conocemos de la saga de Star Wars y regresa el espíritu del western, del que tanto hablamos al analizar The Mandalorian, con una escena tan típica del género como la del forastero inquietante que llega a un poblado suspicaz.
Y la interesantísima con la que continúa la acción en el saloon, anegada de ese espíritu, nos golpea con el impacto de una sorpresa enorme, morrocotuda, de esa clase por la que se nos escapa algún que otro taco, dispuesta para tal efecto inevitable; y termina con un “¿qué demonios…?” saliendo por nuestra boca a causa una criatura a lo Temblores (Ron Underwood, 1990). Además, el trato que se establece aquí nos recuerda a la una dinámica muy particular de “The Child” (1x02) que se combina luego con la de “Sanctuary” (1x04): The Mandalorian respeta sus propias características con ejercicios de coherencia así.
Imposible no recordar, por otra parte, la serie televisiva Justified: La ley de Raylan (Graham Yost, 2010-2015) debido al papel de Timothy Olyphant (Snowden) en “The Marshal”, un guiño muy agradable. Pero nos hubiese gustado que Baby Yoda se señalara un poco más. Lo que sí se agradece también es que la resolución de esta aventura no resulte tan sencilla como pudiera, al igual que su último giro, a cuyas consecuencias esperables tal vez asistamos en algún otro episodio; y la escena de cierre, que recupera un misterio amenazante de “The Gunslinger” (1x05) que había que retomar por narices. Buena caza, Mando.