La década de 1990 es histórica para el séptimo arte y en especial, para la industria de Hollywood. En ella, se estrenaron clásicos contemporáneos como El silencio de los Corderos, Scream, Las vírgenes suicidas, Jurassic Park y En el nombre del padre. Pero también, el cine atravesó una de sus etapas más fructíferas en cuanto a temática y recursos. Del regreso triunfal del regreso de superhéroes a la exploración del terror como parte esencial del mundo cinematográfico. La última década del siglo XX dejó para la posteridad una serie de títulos que aún son los preferidos de buena parte del público.

No se trata de algo casual. El cine de los noventa, es una mezcla entre experimentos y la renovación de tópicos habituales. Fueron los años en que Sofia Coppola repensó la idea de la mujer en el arte y la cultura. También, cuando Wes Craven logró brindar un segundo aire a los slasher, en decadencia desde los ochenta. Fue la época de las cintas oscuras, dedicadas a diseccionar la memoria colectiva y a enaltecer las grandes épicas con renovada belleza. El regreso de los musicales e incluso, experimentar con el cine de género hasta llevarlo a un nuevo nivel de calidad. Lo que provocó que, incluso treinta y tres años después, la repercusión del cine que precedió al milenio siga siendo de interés. 

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Te dejamos cinco clásicos de los noventa que puedes ver ahora mismo en Star+. Desde una obra polémica que todavía se discute en redes sociales hasta una extraña película de suspense. La selección demuestra que el cine de los noventa sigue siendo vanguardista y quizás, el mejor legado que el fin del milenio, dejó al público. 

El club de la lucha

FIGHT CLUB, Edward Norton, 1999 TM & Copyright (c) 20th Century Fox Film Corp. All rights reserved.

Recientemente, el director David Fincher defendió la trascendencia de la cinta El club de la lucha, frente a los que le consideran un argumento nocivo. Por lo que trató de lidiar con las críticas, que insisten en que la película se convirtió en la favorita de diversos grupos de odio. En sus palabras, la trama es mucho más que una mirada a la transgresión y al miedo colectivo, al fracaso. También, es una pieza de interpretación libre, sobre la que no tiene control. 

Resulta curioso que el largometraje, basado en el libro del mismo nombre de Chuck Palahniuk, todavía levante polémica. Pero lo cierto es que la historia de un submundo violento con el que un hombre anónimo se topa casi por azar, todavía cautiva. Polémica, políticamente incorrecta, incómoda. El Club de la pelea no solo es capaz de explorar en las paranoias y dolores de nuestra cultura. También, construir un evidente paralelismo de un individuo sin futuro que encuentra un propósito en enfrentar el sistema, en una premisa universal. 

Lo que convierte a la cinta, en una extraña reflexión de la avaricia, la necesidad de ser reconocido y el apetito primitivo por la crueldad. Poco a poco, lo que comienza como una aventura en un inframundo urbano, se convierte en el descubrimiento de la ruptura de la identidad moderna. Una alegoría que sigue siendo sorprendente — y pesimista — en la actualidad. 

Misión imposible

American actor Tom Cruise as Ethan Hunt in a scene from the film 'Mission: Impossible', 1996. Here he steals the NOC list from the CIA headquarters in Langley. (Photo by Murray Close/Getty Images)

Brian De Palma tomó la historia de la conocida serie de espías de los años sesenta y la convirtió en un thriller sofisticado, que utiliza la paranoia como centro de su premisa. La primera parte de la ya icónica saga, Misión Imposible, tenía un aire siniestro y denso que perdió en el resto de sus entregas. En específico, porque esta cinta inicial, resumía el riesgo que corría Ethan Hunt (Tom Cruise) como agente encubierto, a partir de la desconfianza. Más allá, desarticulaba desde la primera escena a su equipo y lo convertía en un fugitivo que debía mostrar sus habilidades en pantalla.

El director transformó entonces al personaje en un hombre al borde de ser asesinado o matar. Pero a la vez, en un nuevo tipo de héroe, capaz tanto de asaltar a la CIA por medio de un complejo sistema de poleas como llorar por amor. Eso, mientras usurpaba identidades, era capaz de enlazar programas de comunicación con apenas dos combinaciones de códigos y salvar al mundo, casi por accidente. 

A la distancia, la cinta inicial de la franquicia parece más pequeña y más elegante que sus sucesoras. Sin embargo, conserva toda la densidad de un guion tramposo y la agilidad visual que su director supo brindarle. Otro de los grandes clásicos de los noventa. 

Romeo+Julieta

Baz Luhrmann transformó la tragedia shakespeariana en un romance urbano con tintes de drama criminal de su versión de 1996. Asimismo, logró dotar a los jóvenes amantes de todo el desenfreno, la feroz felicidad y la desesperada necesidad de amar de sus pares literarios. 

El resultado es una película llena de contrastes visuales y argumentales, que, a su vez, encumbró a un jovencísimo Leonardo DiCaprio como héroe adolescente. En conjunto, Romeo+Julieta toma la esencia del texto del cual procede y lo transforma en una búsqueda acerca de la identidad colectiva. Lo que la hizo símbolo de la adolescencia y el amor, en una época frenética. 

Pero además, el cineasta, conocido por sus musicales, brindó a la cinta una peculiar personalidad. Urbana, con un aire callejero que dio mayor profundidad a sus personajes, la historia de dos enamorados destinados a la muerte, llega a un nuevo nivel. En especial, por apartarse de la mayoría de sus reinvenciones que hace énfasis en lo romántico y dejar claro, que la muerte es parte de la pasión y de la vida. Uno de sus rasgos distintivos. 

Sueño de una noche de verano

Wlliam Shapeskeare tiene prácticamente una obra para cada sentimiento humano imaginable. Algo a lo que el director Michael Hoffman sacó provecho en una película que tanto es una adaptación fiel al original, una comedia romántica y una perspectiva sobre la fe. Eso, en medio de una noche en apariencia interminable, que permite al argumento, hacer reír y llorar a partes iguales. 

De hecho, una de las grandes fortalezas de la película, es su mirada amable acerca de las emociones. Ambientada en la Toscana del siglo XIX, analiza el romance a través del desencanto y la búsqueda de la esperanza. Todo lo anterior, en medio de un paisaje fantástico en la que las hadas hacen de las suyas entre los incautos. Una y otra vez, el guion de Simon Boswell se plantea interrogantes acerca de los sentimientos y cuales son su propósito. 

Del odio y el amor que une a las parejas. De la necesidad de comprender cómo el romance puede curar las heridas más profundas. La película se aleja por momentos del tono juguetón de la obra del británico, para analizar, con cuidado, los deseos del corazón humano. Con un elenco encabezado Kevin Kline y Michelle Pfeiffe, la cinta se considera una de las grandes adaptaciones shakespearianas de nuestra época. 

La mano que mece la cuna

En 1992, el director Curtis Hanson dirigió una historia perturbadora que sería el origen de toda una generación de villanas en la pantalla grande. La mano que mece la cuna, planteaba diversos dilemas éticos y morales, incluso el abuso sexual. Pero el centro de su guion de Amanda Silver estaba en la misteriosa mujer interpretada por Rebecca De Mornay. Esta viuda, en busca de venganza, no solo era temible, violenta y sanguinaria. También, misteriosa, brillante y sagaz. 

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La combinación creó un personaje único, más semejante a las mujeres de la época dorada de Hollywood, que a las malvadas de décadas más recientes. En especial, cuando De Mornay logró brindar a su papel una extraña dualidad que, años después, David Fincher tomaría en cuenta para su Amy en Gone Girl. Con un final tétrico que abrió la puerta a una secuela que jamás llegó a realizarse, la película sigue considerándose uno de los grandes thrillers de suspense de la década de los noventa. 

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