Hay espectadores, incluso cinéfilos y críticos de cine, que no son capaces de aguantar una película con el simple propósito de entretenernos y, si es posible, hacer una buena caja en la taquilla mundial. Por supuesto, esta intención no riñe necesariamente con las aspiraciones artísticas de un cineasta de rasgos autorales; o, al menos, puede lograr un buen resultado en el tira y afloja con esos productores ambiciosos que tienen el símbolo del euro por pupila. Pero no deberíamos encontrar problemas para ver un filme como Uncharted (Ruben Fleischer, 2022).
Que un largometraje sea digno solo depende de si cumple lo que se propone o falla en ese aspecto y, claro, de si se descuelga con inconvenientes insalvables de producción, ritmo o verosimilitud y se le atisban las costuras. Una obra de un director genial puede caerse por el barranco de lo inadmisible si se queda corto en sus objetivos; mientras que, si una sencillamente comercial de un realizador inferior no se pierde en la jungla de las patochadas y las incongruencias, puede salir airosa. Y la adaptación del videojuego de Naughty Dog (2007-2017) es así.
Un cineasta poco destacado para ‘Uncharted’
Tal vez, en Uncharted no se podía conseguir nada mejor con Ruben Fleischer al cargo. Su filmografía demuestra que puede cagarla en algún instante, como con Bienvenidos a Zombieland (2009), o mucho rato, igual que en 30 minutos o menos (2011), mantenerse en el precario equilibrio de Gangster Squad: Brigada de élite (2013) y Venom (2018), con cuyo tono no atina, o salirse con la suya sin brillar al estilo de Zombieland: Mata y remata (2019). Y la peli sobre el Nathan Drake de Tom Holland (Spider-Man: No Way Home) está más cerca de la última.
No en cuanto a su humor, pues en lo que han escrito los guionistas Rafe Judkins (Agents of SHIELD), Art Marcum y Matt Holloway (Iron Man) no hay atisbo de la hilarante desfachatez que preside las aventuras de Columbus (Jesse Eisenberg), Tallahassee (Woody Harrelson) y compañía en su propio apocalipsis de los cadáveres andantes. Uncharted no carece de gracietas, pero son mucho más livianas e inofensivas, sin carcajadas muy sonoras; y se sitúa en las proximidades de la segunda Zombieland por su alcance cinematográfico para Ruben Fleischer.
Una aventura que va de más a menos, pero sin arrepentimientos
Podemos decir que las decisiones compositivas del director estadounidense en las primeras secuencias de Uncharted, que pasa de la narración in media res a los flashbacks, se revelan más satisfactorias que las posteriores; con ese plano de detalle inicial que se va abriendo a una situación vertiginosa y francamente impresionante, una ocurrencia que nos empuja a pensar en las de la franquicia de Fast and Furious (desde 2001) a partir de su agradecido desmelene de acción desmesurada en la cuarta entrega; y algunas transiciones bastante elocuentes.
De ahí, la trama deriva en un desarrollo más común, con elementos que pivotan entre los de la saga de Indiana Jones (Steven Spielberg, 1981-2008) o La búsqueda (Jon Turteltaub, 2004, 2007) y los de Los Goonies (Richard Donner, 1985) o Piratas del Caribe (Gore Verbinski, Rob Marshall, Joachim Rønning y Espen Sandberg, 2003-2017), un ritmo no muy potente y persecuciones y coreografías de lucha decentes pero con mucho que envidiar, en concreto, a las de las andanzas del inconmensurable Jack Sparrow (Johnny Depp).
Por otro lado, el compositor Ramin Djawadi (Juego de tronos, Westworld) no ofrece una partitura memorable en Uncharted. Y el elenco, desde Tom Holland y Mark Wahlberg (Infiltrados) como Nathan Drake y Victor Sullivan hasta Antonio Banderas (Entrevista con el vampiro) en la piel de Santiago Moncada, y sin olvidar a Sophia Ali (The Wilds) o Tati Gabrielle (Los 100) como Chloe Frazer y Braddock, se porta y echa una mano para que el filme de Ruben Fleischer constituya un pasatiempo sin maravillas pero del que tampoco nos arrepentimos.