Sin tiempo para morir (Cary Fukunaga, 2021) es una de las producciones más demoradas por la pandemia de coronavirus, desde abril de 2020; y ya casi está aquí. Hablamos, por supuesto, de las últimas correrías del James Bond al que encarna en cinco largometrajes Daniel Craig, el actor inglés que ha interpretado además a Connor Rooney en Camino a la perdición (Sam Mendes, 2002), a Steve en Munich o al animado Ivan Ivanovitch Sakharine en Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio (Steven Spielberg, 2005, 2011).

Pero la verdad sea dicha: si Casino Royale (Martin Campbell, 2006) supuso todo un revulsivo para una franquicia en horas bajas e igualándose prácticamente a los potentes espectáculos de acción al estilo de la saga iniciada con El caso Bourne (Doug Liman, 2002), y Quantum of Solace (Marc Forster, 2008), Skyfall y Spectre (Mendes, 2012) le siguieron en mayor o menor media en ritmo a un paso por detrás y ninguna decepción notoria, Sin tiempo para morir se aparta de la buena senda por alguna razón incomprensible.

El espectáculo se resiente en la aceptable ‘Sin tiempo para morir’

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No vuelve en absoluto al tono fanfarrón, la trasnochada estética y las fantasmadas ridículas de los filmes con Pierce Brosnan (Señora Doubtfire) como el agente 007; a Monesvol, gracias. Eso constituiría un horror anacrónico a estas alturas de una saga que, con la etapa fructífera de Daniel Craig, ha buscado, sin acomplejarse por su trayectoria antecedente, la dignidad dramática y de sus secuencias de género. Aunque, dato curioso, la primera de las cuatro películas que su antecesor protagonizó, Goldeneye (1995), tuvo al mismo Martin Campbell (El extranjero) al frente del cotarro.

Y tampoco hay que confundirse: Sin tiempo para morir no pierde en ningún instante esa dignidad. Por un lado, este James Bond continúa con el empeño de dotarle de una mayor profundidad ional desde Casino Royale. Por otro, la acción es siempre eficiente pero, exceptuando la segunda secuencia del filme y momentos de lo que concierne a Ana de Armas (Blade Runner 2049) como Paloma, ningunos más resultan tan impresionantes como no pocos de los cuatro anteriores.

Las secuencias de acción ya no son lo que eran

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Por algún motivo, el respetado Cary Fukunaga, al que se le valora por los largos Sin nombre (2009), Jane Eyre (2011) y, sobre todo, Beasts of No Nation (2015), la primera temporada de True Detective (Nic Pizzolatto, 2014-2019) y la miniserie Maniac (2018), que creó con Patrick Somerville, no ha sabido exprimir el punto fuerte de esta clase de obras: las peleas y las persecuciones, la coreografía y la planificación sensacionales de ambos elementos.

El cineasta californiano se limita a cumplir en la acción. Los enfrentamientos no se elaboran mucho ni se alargan a consecuencia de ese trabajo, hay bastantes más tiros que lucha cuerpo a cuerpo y la misma se resuelve con rapidez. Podríamos decir que el director de de Sin tiempo para morir quiere despacharla lo más pronto posible porque no le interesa demasiado y prefiere ir a por las interacciones de los personajes. Y cuidar esto último está muy bien, claro que sí, pero no hace falta el descuido de la garra cinematográfica en las las piruetas y los mamporros.

Un último tramo sin garra

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Hans Zimmer (Hannibal) se defiende en la banda sonora sin genialidades; y el elenco, igual, ya hablemos del propio Daniel Craig y su James Bond, de Léa Seydoux (Midnight in Paris) en la piel de Madeleine Swann, Lashana Lynch (Capitana Marvel) como Nomi, David Dencik (Chernobyl) en los zapatos de Valdo Obruchev o Jeffrey Wright (Westworld) como Felix Leiter,

Así mismo, Billy Magnussen (La gran apuesta) de Logan Ash, Ralph Fiennes (La lista de Schindler), Ben Whishaw (El Perfume: Historia de un asesino), Naomie Harris (Piratas del Caribe: El cofre del hombre muerto) y Rory Kinnear (Black Mirror) como M., Q., Eve Moneypenny y Tanner, Dali Benssalah (Los salvajes) dando vida a Primo o la mencionada Ana de Armas y, unos minutos, Christoph Waltz (Big Eyes) como Ernst Stavro Blofeld.

En cuanto al Lyutsifer Safin de Rami Malek (Bohemian Rhapsody), el actor se esfuerza pero su papel no le permite ser un villano memorable a causa del guion no muy inspirado de los habituales Neal Purvis y Robert Wade (Casino Royale), Phoebe Waller-Bridge (Fleabag) y el mismo Cary Fukunaga. Ellos son responsables, además, de nuestra frialdad relativa durante el último tramo, sin demasiada elocuencia ni el ritmo oportuno. Una despedida del James Bond de Daniel Craig que no logra impactarnos.