No pocos espectadores e incluso analistas de cine se quejan de que Hollywood se ha convertido en una fábrica de secuelas, remakes y reboots; o eso dicen. La realidad es que el crecimiento en el número de producciones distintas ha sido casi ininterrumpido; en parte gracias a las plataformas de streaming estos últimos años. Y, si lo que estrenan es una película como Candyman (Nia DaCosta, 2021), las lamentaciones más o menos remilgadas carecen de sentido.

La originalidad en las narraciones audiovisuales, y también en las literarias, se ha revelado como una característica rarísima; y solo surge por la combinación ligeramente novedosa de los elementos de una historia cualquiera. O, en el caso del séptimo arte para los que se dedican por su profesión y una sincera cinefilia a examinar cada secuencia y cada plano, por un estilo propio en la composición de las imágenes en movimiento.

Esta industria siempre ha estado llena de continuaciones y de aventuras reformuladas, y el síndrome de la edad de oro que tan agradablemente plantea Medianoche en París (Woody Allen, 2011), por ejemplo, debería ser desterrado de una vez. Sobre todo, porque hay remakes que superan de una forma aplastante a la película original, y si nos topamos con el gusto imprevisto de una propuesta como Candyman.

El estimulante proyecto de ‘Candyman’

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De por sí, debería parecernos interesante estando involucrado en ella el cineasta Jordan Peele, que ha dirigido unos filmes tan particulares como Déjame salir (2016) y Nosotros (2019), entre otras cosas. Aquí produce y firma el guion con su colega Win Rosenfeld (The Twilight Zone) y la propia realizadora, quien debutó en el thriller Cruzando la línea (2018) y, después, quiso ocuparse de la miniserie animada de terror Ghost Tape (2020) con Aron Eli Coleite.

Así, que el público y los trabajadores de la crítica estuviésemos expectantes ante Candyman se debe, por un lado, a que esta nueva aproximación al espeluznante personaje del relato The Forbidden, editado por el novelista Clive Barker en 1985, la haya puesto en marcha el estimulante Jordan Peele con Nia DaCosta a la cabeza, que ha sido elegida para afrontar luego The Marvels (2022).

Por otro, queríamos ver cómo encajaría este largo fantasmal con el supuesto reflejo de la primera adaptación (Bernard Rose, 1992). A la que hay aficionados al género que tienen en alta estima; no así a sus dos secuelas, las pedestres Candyman: Farewell to the Flesh (Bill Condon, 1995) y Candyman: Day of the Dead (Turi Meyer, 1999). Pero debemos avisar a los espectadores de que este reciente filme no es lo que parece, sino un proyecto con la posición de El escuadrón suicida (James Gunn, 2021).

La composición milimétrica de Nia DaCosta

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Lo mejor que podemos decir de Candyman es que deseamos que Marvel Studios, y el productor ejecutivo Kevin Feige, le permitan a Nia DaCosta llevar a cabo lo mismo en The Marvels que a Cate Shortland con Viuda Negra (2021); es decir, imprimirle su estilo audiovisual para que se luzca como una película diferente; aunque no se salga de los raíles de la cohesión en su Universo Cinematográfico.

Porque esta artista neoyorkina nos ofrece con su segundo largometraje un ejercicio preciso hasta lo milimétrico, sin nada libre de su control, y sabe muy bien el efecto emocional que quiere producir en los espectadores a cada instante. Su capacidad estupenda para trasladar a la pantalla el concepto fantasmagórico de las apariciones, al margen de ellas, y hacerlo rápidamente comprensible es muy grato; y de este modo nos brinda hermosas y extrañas visiones sin un componente sobrenatural.

Está clarísimo que Nia DaCosta se desenvuelve a las mil maravillas con el fuera de campo, y sus inteligentes elecciones sobre el horror que nos muestra sin tapujos, el que nos permite entrever y lo que nos esconde, todo ello con la mezcla necesaria para conseguir intrigarnos, aturdirnos de inquietud y estremecernos según convenga y que nos resistamos a despegar los ojos de Candyman, son encomiables. Y se encuentran muy lejos de la sobriedad indie de Cruzando la línea.

De lo burdamente sencillo a lo complejo

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El compositor Robert Aiki Aubrey Lowe, que ha colaborado en el apartado vocal y de los sintetizadores y la percusión en filmes como Sicario, La llegada (Denis Villeneuve, 2015, 2016) o Madre! (Darren Aronofsky, 2017), será muy feliz de haber podido obsequiarnos con su adecuada partitura, emparentada con la de Wendy Carlos y Rachel Elkind para El resplandor (Stanley Kubrick, 1980) y que nos regala detalles especiales muy reconocibles, en un filme importante tras otros cinco sin demasiada relevancia. En especial, porque contribuye lo suyo a enrarecer la pesadilla de Candyman.

Como su elenco, a que la experiencia de la violencia sobrenatural de la misma resulte verosímil, desde Yahya Abdul-Mateen II (El gran showman) en la piel de Anthony McCoy, Teyonah Parris (WandaVision) y Nathan Stewart-Jarrett (Utopía) como Brianna y Troy Cartwright o Colman Domingo (The Knick) encarnando a William Burke. No se les puede reprochar ni uno de sus ademanes.

Pero lo que justifica la existencia de Candyman, aparte del aparato audiovisual estilizado de Nia DaCosta, es la sustanciosa vuelta de tuerca que Jordan Peele, Win Rosenfeld y ella misma le han dado al origen del espíritu monstruoso. Porque transforma lo burdamente sencillo planteado, tal vez, por el relato corto de Clive Barker y, sí, la película de Bernard Rose en algo complejo; y, además, lo vincula con las razones sociales por las que se desata el espanto en un nexo mucho mayor. Y, si a ello le añadimos el asombro que nos ilumina en cierto momento para entender la naturaleza de esta obra, solo podemos admitir que se trata de la mejor sobre el temible espectro del garfio.