De un tiempo a esta parte, los creadores de cierto número de producciones televisivas han decidido ambientarlas en lugares más o menos apartados, inusuales o recónditos de la geografía española. Y las que acuden a la mente son casi todas thrillers. Ya se trate de El embarcadero (Álex Pina y Esther Martínez Lobato, 2019-2020) y la Albufera valenciana, Néboa como nombre de una isla gallega ficticia, la ibicenca White Lines, Patria y su pueblecito vasco, El desorden que dejas (Xosé Morais, Víctor Sierra y Alberto Guntín, Álex Pina, Aitor Gabilondo, Carlos Montero, 2020) y la imaginaria localidad orensana de Novariz o de 30 monedas (Álex de la Iglesia, desde 2020) y la segoviana Pedraza.
Porque la idiosincrasia propia de estos sitios supone un plus en sus posibilidades narrativas y, digamos, lo exótico puede aumentar el interés del público. Aquello a lo que no estamos acostumbrados, nos llama más la atención generalmente. Hierro (Pepe Coira, 2019-2021), la intriga seriada de Movistar Plus, participa también de estas particularidades e ideas. Su misterio se desarrolla en la más remota isla canaria de la que obtiene su título. Nos recuerda un poco en los elementos de su relato a la británica Broadchurch (Chris Chibnall, 2013-2017). Y, como esta, sabe hacer que nos la tomemos muy en serio y vapulear nuestras emociones a base de bien siempre que resulta necesario.
El dominio audiovisual de 'Hierro'
Hay en Hierro, no solo un claro dominio de la gramática cinematográfica, sino también una evidente comprensión de que el cine son imágenes en movimiento y no única ni especialmente diálogos a porrillo. Y esta virtud pareciera una tontería, pero no lo es tal como está el patio. Se nota mucho mimo en la configuración de los encuadres. Y, por su planificación visual tan diversificada, con múltiples perspectivas cenitales y de todo tipo, y un montaje así de dinámico, nuestros ojos no pueden aburrirse en ningún momento. Jorge Coira (18 comidas), hermano del artífice principal de la serie, es el responsable de la dirección en los catorce capítulos que componen sus dos temporadas, de manera que se lo debemos a él.
Además, las conversaciones se han escrito muy atinadamente porque aúnan naturalidad y elocuencia, sin rimbombancias ni sosería alguna, en un equilibrio difícil de conseguir. Las firma el propio Pepe Coira (As leis de Celavella), por supuesto, y su equipo de guionistas: Fran Araújo (La peste), Araceli Gonda (Serramoura), Alfonso Blanco (Mareas vivas), Coral Cruz (Incierta gloria), Alberto Marini (La unidad) y Carlos Portela (Matalobos). Y la banda sonora sutilísima que han compuesto Elba Fernández (Auga Seca) y Xavier Font (El apóstol) contribuye bastante a la atmósfera de Hierro al estilo de la de Ólafur Arnalds para Broadchurch, y termina metiéndose en nuestra cabeza.
Como para quitarse el sombrero
Al reparto no se le puede poner ni un solo pero en su trabajo interpretativo. Candela Peña (Princesas) asume con una firmeza impecable el papel de su dura tocaya, la jueza Montes. Y toda la experiencia de su oficio la destila Darío Grandinetti (Relatos salvajes) para encarnar al antiheroico Antonio Díaz. Las réplicas de sus compañeros se ajustan a lo que exige el guion, desde la de Juan Carlos Vellido (La zona), Luifer Rodríguez (Cuéntame cómo pasó) o Kimberley Tell (45 revoluciones) como Alejandro Morata, Bernardo y Pilar Díaz hasta la de Antonia San Juan (El Hoyo), Tania Santana (Luca) o Maykol Hernández (Canción sin nombre) en la piel de Samir, Idaira y Braulio.
Sin ninguna duda, el decisivo giro en medio de la primera temporada es de una gran e imprevista osadía, que transforma la estructura del thriller y su protagonismo. Con un vivo aroma a Patricia Highsmith, sobre todo, e incluso a Alfred Hitchcock. Y en la segunda temporada repiten esta maniobra; no con las mismas características, pero el propósito de sacudir a los espectadores y dar un volantazo en la trama es idéntico; y se les debe reconocer lo estupendamente que han vinculado todos los hilos narrativos. Además, en el último episodio de Hierro se logra una tensión, una elegancia, una economía de recursos y un virtuosismo como para quitarse el sombrero. Bien por los hermanos Coira.