Lo que señala a una serie de televisión como algo digno de contemplarse, igual que a cualquier relato cinematográfico que lo amerite, no es solamente una realización extraordinaria, con un formidable aparato visual, sino también el ingenio para resolver situaciones y la capacidad de entregarnos el drama creíble y agudo de unos personajes realistas (porque lo que se vive en las comedias es un drama que nos hace desternillarnos) y, así, emociones verdaderas. Y la planificación de las imágenes que nos arroja **la británica *Broadchurch*, creada por Chris Chibnall en 2013**, no nos deja patidifusos de ningún modo porque han optado por la sensatez de no desviar la atención de los espectadores del drama tremendo que se desarrolla, y en la lucidez de su exposición se halla la indiscutible fuerza de esta serie.
Y es que *Broadchurch* **se ve casi sin pestañeos porque atrapa gracias a la enorme seriedad con la que ahonda en los crímenes** que investigan los inspectores Alec Hardy y Ellie Miller, unos impecables David Tennant y Olivia Colman, en la región del pueblecito costero inglés que le da nombre y, sobre todo, las sombrías consecuencias de los mismos. **No hablamos del típico procedimental en el que estos crímenes son meros ingredientes para la intriga**, sino que **el respeto y la profundidad con la que analizan y enseñan el sufrimiento que estos ocasionan, tan variado como la propia vida, sólo pueden venir del más sincero interés por brindarnos un poquito de verdad sobre la experiencia humana**.

En marzo de 2013 comenzó a emitirse la temporada uno, **llena de tensión contenida que estalla a veces en el suspense fascinante**, fijando el estilo con el que continuó en las sucesivas de no saber si es posible descartar por completo a cada sospechoso hasta el final, y una resolución del caso tan inesperada como explosiva y desoladora. En la segunda, estrenada en enero de 2015, colean las repercusiones del crimen de la anterior, manteniéndonos en vilo, y un hecho espinoso del pasado de Hardy al que antes únicamente se había aludido un poco, quizá con vistas a servirse de él más adelante, se transforma en el caso investigado.
**La central es la temporada en la que casi se saldan todas las cuentas pendientes**, y más que el del crimen sobre el que Hardy y Miller indagan, el desenlace para la tragedia de la familia Latimer conduce, primero, al horror y al asombro más absolutos, y después, a un audaz giro de los guionistas que nos hace sonreír de satisfacción porque **exorciza los demonios conjurados que habían poseído a los espectadores** y, a la vez, sazona el gusto con la seguridad de estar asistiendo a una manera distinta e ingeniosa de resolver el conflicto.
Y qué bien comenzó la tercera temporada de *Broadchurch* en febrero de este 2017, **qué gusto da seguir una narración audiovisual elaborada con sutileza y mimo**. Qué adecuada es Julie Hesmondhalgh para interpretar a Trish Winterman; está perfecta. Qué forma tan inteligente de unir las tramas de la primera temporada con la de las otras dos, y qué necesario y honesto resulta cómo abordan la violencia sexual contra las mujeres; y así nos muestran el modo en que aún reacciona la sociedad ante estos crímenes a estas alturas y, lo que es más importante, cómo se sienten las víctimas, su manera diferente de encajarlo según cada mujer, **los sentimientos encontrados y dolorosos que experimentan al lidiar con ello**.

**Qué sabias interpretaciones, por otro lado, las de Jodie Whittaker y Andrew Buchan como los sufridos Beth y Mark Latimer en los tres ciclos de la serie**, con su fortaleza desigual para resistir la desgracia que se le viene encima a su familia rota; y qué placentero ver a la Maggie Radcliffe de Carolyn Pickles demostrar que es una periodista como la copa de un pino, o al reverendo Paul Coats de Arthur Darvill esforzarse y comprender finalmente cuál es la decisión correcta respecto a su labor comunitaria. Y disponer de Charlotte Rampling para encarnar a la huraña abogada Jocelyn Knight en la temporada dos es un auténtico lujo para el equipo y para los espectadores.
Se nota el esfuerzo por involucrar a los personajes de la primera temporada en la narración de las siguientes aunque no estén relacionados con los casos investigados, lo que demuestra que **el objetivo de Chibnall está en el lugar correcto, y que él no es un simple titiritero para estos trozos de vida ficticia, sino que de veras desea darles un tratamiento noble como trasunto elaborado de personas de carne y hueso que son, merecedoras de empatía**. Cómo vamos a echar ahora de menos a *Broadchurch* tras su conclusión, y cuánto nos va a costar quitarnos de la cabeza la magnética banda sonora de Ólafur Arnalds y, sí, la imagen del barranco cortado a cuchillo ante esa infausta playa lamida constantemente por las olas.