Cuando un cineasta llega a la primera línea del panorama artístico, en el ámbito comercial o de los festivales más prestigiosos, sube el interés por su filmografía previa, si la hubiese. Los cinéfilos se preguntan si esconderá alguna joyita que haya motivado la confianza depositada en él para su nueva obra de alto presupuesto o, por otra parte, si le ha sonado la flauta también en una ocasión anterior. A Jac Schaeffer, por ejemplo, Disney Plus le ha encomendado la esperada WandaVision, primera serie o miniserie del Universo Cinematográfico de Marvel, y la historia de la película Viuda Negra (Cate Shortland, 2021).

Si uno hurga en su currículum, descubrirá que ha dirigido un único largometraje, TiMER (2009), que compitió en el respetado Festival Internacional de Cannes y cuya premisa, no bien aprovechada, nos resulta hoy bastante familiar. Verlo antes que los episodios “Hang the DJ” (4x04) de Black Mirror (Charlie Brooker, desde 2011) y “Matchmaker” (1x01) de la malograda Dimension 404 (Will Campos, Desmond Dolly, Daniel Johnson y David Welch, 2017) o que la base de Soulmates (William Bridges y Brett Goldstein, desde 2020) se sentiría una experiencia mucho más novedosa que después, claro.

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Ciencia ficción fallida hasta la fantasía

Los conceptos que manejan estas ficciones, una de las cuales es conocida por el público del mundo entero, ya estaban en la propuesta de Jac Schaeffer, que aquí firma también el guion. Y, aunque se pretenda desarrollar la idea básica como una especie de avance tecnológico y, entonces, a TiMER como una película de ciencia ficción, lo inverosímil de esta la empuja sin posible remedio al ámbito de la fantasía. Porque la explicación del modo en que funciona el asunto no es nada convincente en sus paparruchas científicas. Y que el salto genérico no suceda a propósito, por otro lado, puede considerarse un problema fundamental.

Lo paradójico de TiMER es que, para tratarse de un filme sobre un interés exacerbado por encontrar por fin el amor, el romance de mayor importancia resulta un tanto insulso. Lo cual se extiende a la propia obra. Con esta circunstancia, uno puede comprender que no alcanzase ninguna notoriedad ni en Cannes. Y que Black Mirror le haya tomado la delantera con un argumento semejante en la mente de los espectadores. Además, de Emma Caulfield (Érase una vez) como Oona O’Leary no podemos quejarnos, pero el Mikey Evers de John Patrick Amedori (El protegido) carece por completo de carisma.

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Lástima de partitura con el tiempo en los oídos

Ninguno de sus colegas desluce la función porque son profesionales, y menos aún merecería un aplauso. Sea Michelle Borth (¡Shazam!) como Steph Depaul, Desmond Harrington (Dexter) encarnando a Dan, JoBeth Williams (Kramer contra Kramer), Tom Irwin (21 gramos), Hayden McFarland (Polar Express) como Marion, Paul y Jesse Depaul o Sandra Márquez (Boss) en la piel de Luz Morales. Nada destaca especialmente de todo el aparato audiovisual, que no aterriza más lejos de lo digno, y el guion tampoco parece que sobresalga ni en elocuencia, chispa o ingenio narrativo en absoluto.

En el último tramo procura sobreponerse a su obstinada mediocridad, pero no lo consigue. Y desconocemos si la realizadora le dio indicaciones muy específicas al músico Andrew Kaiser (Time Lapse), pero lo cierto es que la banda sonora que entregó para TiMER posee una esencia evidente de ecos temporales, muy oportuna por la trama de la película. Es decir, contiene elementos instrumentales que suenan sin lugar a dudas como la maquinaria de un reloj, y así transmite al oído la pertinente idea del paso del tiempo. Lástima de partitura aquí. A ver si Jac Schaeffer se reivindica más con WandaVision.

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