Si al menos hay algo que podemos decir sin titubear acerca de las películas de Christopher Nolan es que siempre resultan interesantes. Este famoso director británico, bendecido por una legión fanática que espera su siguiente largometraje como el maná caído del cielo, suele aportar obras lo suficientemente atractivas para que hasta los más descreídos de sus capacidades sientan curiosidad y decidan tragárselas de todos modos. De la misma forma, también podemos afirmar sin miedo a equivocarnos que su mayor defecto narrativo es la escasa entidad de sus personajes, la poca profundidad de los perfiles dibujados.
En Tenet (2020) se repite este modus operandi, y con absoluta claridad. Nolan hace mucho de lo posible para erigir uno de sus desaforados espectáculos audiovisuales y, por el camino, sacrifica de nuevo la posibilidad de construir a la vez personalidades de ficción que merezcan ser recordadas por los espectadores. Debido a su ingenio, a su excentricidad, a sus peculiaridades, a su alcance emotivo o su fuerza para conmover; por algo tan simple como su encanto. Porque nada de eso se puede encontrar en su filmografía. Con el Joker de Heath Ledger en El caballero oscuro (2008) como honrosa excepción, por supuesto.
El plan listillo de Christopher Nolan en El truco final (2006), Origen (2010) o Interestellar (2014) es el que vuelve a ofrecernos en Tenet. Para su nuevo festival del asombro, ha escogido conceptos fascinantes de la física cuántica y, forzándolos de una manera verosímil para que nunca chirríe su combinación ni el el modo que los ha interpretado, nos ha propuesto una entretenida aventura de ciencia ficción con los intrigantes andamios del thriller de espionaje que, al fin y a la postre, cumple bastante bien con su cometido de entretenimiento popular sin ínfulas de trascender por sus sorpresas y tachanes y sus fuegos de artificio.
Nolan, que firma el guion de Tenet, parece muy empeñado en ayudar a comprender las complejidades de la idea sobre la que se levanta el filme, que necesita como mínimo un par de visionados para que uno lo capte del todo, sin perderse ni un solo resquicio. Así, tantas y tan machaconas conversaciones explicativas nos alejan del estado de hipnosis porque, en esta ocasión debilucha, a los recursos que las envuelven les falta un hervor. Ni el texto es muy perspicaz u ocurrente, ni el cabal montaje de Jennifer Lame (Hereditary) denota potencia ni la partitura decente de Ludwig Göransson (The Mandalorian) nos apabulla ni pizca.
La virtud para dejarnos boquiabiertos en el mismo territorio de esa serie imprescindible que es Dark (Baran bo Odar y Jantje Friese, 2017-2020), por ejemplo, brilla por su ausencia en Tenet. Además, hay unos cuantos giros con los que se van colocando las piezas de su puzle que son perfectamente previsibles. Sobre todo, por la experiencia de la trilogía de Regreso al futuro (Robert Zemeckis, 1985-1990) y aquella con la frescura de la serie alemana de Netflix. Y los detalles visuales de inversión temporal son muy chulos y su aprovechamiento, habilidoso, pero ninguna secuencia sobresale por un magnetismo irresistible.
E, igual que los propios personajes, el elenco de Tenet se limita a acatar lo que se les pide en su contrato, sin liarse la manta a la cabeza y componer a algún ser ficticio más singular, como el tambaleante capitán pirata de Johnny Deep. Desde John David Washington (Infiltrado en el KKKlan) como el bondiano protagonista, Robert Pattinson (Harry Potter y la orden del Fénix) en la piel de Neil o Aaron Taylor-Johnson (Kick-Ass) como Ives hasta Elizabeth Debicki (El gran Gatsby) encarnando a la sufrida Kat o Kenneth Branagh (Hamlet) como el inquietante Andrei Sator. Pero sus papeles tampoco les dan pie para algo distinto a esto.
De forma que nos encontramos a mucha distancia de las cotas superiores de El caballero oscuro y Origen, y más a la altura de Following (1998) y Batman Begins (2005); a años luz de la gran intensidad de Memento (2000) —con sus similitudes visuales—, Insomnio (2002), El caballero oscuro: La leyenda renace (2012), Interestellar (2014) y la vigorosa Dunkerque (2017), y de la efectiva traca listilla de El truco final. En resumen, Tenet es otro relumbrón de Christopher Nolan, que llenará los cines con alegría, sin arrepentimientos, pero que en absoluto debiera perdurar en la memoria de los cinéfilos exigentes.