Hay realizadores de cine en activo que, de tan encumbrados que están por los cinéfilos, suelen servir de diana para los dardos críticos más despiadados de los esnobs de turno. Como Christopher Nolan. Por supuesto, a nadie tienen por qué maravillarle sus aportaciones, pero de ahí a abominarlas como si fuesen las de un Uwe Boll (Alone in the Dark) de tres al cuarto o demostrar un desdén a todas luces injusto por ellas media un buen trecho. Aunque uno se llame Charlie Kaufman (¡Olvídate de mí!) y sea un guionista estupendísimo: en su novela Antkind (2020) se puede leer que “Starbucks es el café inteligente para la gente tonta. Es el Christopher Nolan del café”. ¿O lo pensará sólo su protagonista?
Sea como fuere, resulta obvio que el director británico no puede codearse con Ingmar Bergman (Secretos de un matrimonio), Martin Scorsese (Infiltrados) o cualquiera a su altura porque carece de la profundidad y la lucidez del uno y del poderosísimo estilo audiovidual del otro, pero sí con los muy habilidosos Steven Spielberg (La lista de Schindler), Robert Zemeckis (Forrest Gump) o Frank Darabont (Cadena perpetua). Y lo ha demostrado en obras como Memento (2000), Insomnio (2002), El truco final (2006), El caballero oscuro (2008), Origen (2010), El caballero oscuro: La leyenda renace (2012), Interestellar (2014) o Dunkerque (2017).
Así, ocho de sus diez largos estrenados hasta el momento y en las últimas dos décadas, con Tenet (2020) en la parrilla de salida demorada por los estragos producidos por el coronavirus, son unos ejercicios cinematográficos muy interesantes. Pero solo dos de los mismos, realmente buenos: El caballero oscuro y Origen. El primer filme es el mejor de Nolan y, probablemente, de cuantos hay sobre superhéroes salidos de los cómics; pero el segundo es el más cautivador que nos ha entregado el cineasta. Por sus ingredientes narrativos, su estructura y la fuerza de su montaje audiovisual, sensacionales en conjunto desde cualquier punto de vista.
Uno es perfectamente consciente de que la técnica de comenzar in media res, en un punto muy avanzado de esta singular historia para espolear el interés voluble de los espectadores, no puede parecernos muy novedoso hoy en día después de que nos lo hayamos tragado tantísimas veces. Pero tal circunstancia no quita que continúe siendo de lo más eficaz cuando se ha planteado así de bien en Origen, con una revelación paulatina de la situación, giro tras giro, y el funcionamiento y las reglas de la manipulación onírica. La mezcla de elementos es tan fascinante en este thriller de intriga, ciencia ficción y acción y se expone de un modo tan atractivo que a uno nada más le queda rendirse a sus encantos.
No obstante, Christopher Nolan cae de nuevo en su pecado capital como guionista, bastante recurrente en su trayectoria, al presentarnos unos personajes sin demasiada hondura. Pero lo cierto es que se ha superado en esta ocasión y ha sabido aderezar la trama para hacerla más sabrosa con un trágico misterio sobre su protagonista, el Dom Cobb de Leonardo DiCaprio (Titanic). Que los personaje arrastren dramas internos que influyen en su conducta y que suponen algo que esclarecer tampoco podemos decir que sea ninguna novedad. Pero, en Origen, este detalle del pasado de Cobb se liga íntimamente con el quid del argumento y hasta con el propio título de la película.
Ninguno de los miembros del reparto nos deslumbra con su interpretación, a tono con sus personajes solamente esbozados. Pero su buen hacer es indiscutible y todos están intachables, desde DiCaprio como Cobb, Ellen Page (X-Men: La decisión final) en la piel de Ariadne, Joseph Gordon-Levitt (Brick) como Arthur, Tom Hardy (Mad Max: Furia en la carretera) encarnando a Eames o Ken Watanabe (El último samurái) como Saito hasta Marion Cotillard (Big Fish) en los zapatos de Mal Cobb, Cillian Murphy (Peaky Blinders) como Robert Fisher, Tom Berenger (Platoon) de Peter Browning, Dileep Rao (Avatar) como Yusuf o Michael Caine (La huella) dando rostro a Miles.
Sus seres de ficción no gozan ni de un respiro en la mayoría de los 148 minutos de Origen, cuyo ritmo vigoroso es gracias a un montaje dinámico y con varios hilos narrativos paralelos en largas secuencias, flashbacks que hurgan cada vez más en el pesado fardo psíquico de Cobb, una deliciosa cámara lenta con objetos que acentúan la sugestión, la potente e iterativa banda sonora de Hans Zimmer (Hannibal) y un total e imaginativo aprovechamiento del entorno onírico para regalarnos imágenes indelebles. Y, como guinda, una conclusión para darle vueltas tras el fundido a negro. Así, que esta película cautive es fácil. Solo hay que desprenderse de los prejuicios y dejarse llevar por su fábrica de sueños.