Atar los cabos sueltos de una historia compleja, con múltiples detalles e hilos narrativos y aristas afiladas, y concluirla con dignidad y transparencia y sin dejarse nada en el tintero ni a los espectadores en un mar de confusión no resulta tarea fácil. Una polémica realmente absurda hubo cuando terminó Lost (J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, 2004-2010) porque muchas personas consideraron que sus guionistas les debían explicaciones que no habían obtenido, y necesitaban una buena aclaración para quejicas. Pero esperemos que no ocurra lo mismo con Dark (Baran bo Odar y Jantje Friese, 2017-2020).
Porque no lo merecería viendo lo bien que encajan las piezas de su fascinante puzle, bajo control desde el principio, y de qué manera tan satisfactoria han puesto punto y final a su devastadora aventura de ficción científica con viajes en el tiempo. En su tercera y última temporada, sus creadores se han dedicado a tres cometidos ineludibles: llenar las lagunas de la trama, aquellas cosas que debían contarnos para que pudiésemos tener delante un panorama completo de lo ocurrido en los desplazamientos temporales, aclarar el verdadero origen del impresionante embrollo y ofrecer un final apropiado a sus seres de ficción de Dark.
El verdadero origen del ciclo temporal en ‘Dark’
Han cumplido con nota, y si hubiera que ordenar su relato para hacerlo menos deliciosamente confuso, su inicio sería la tragedia de H. G. Tannhaus (Christian Steyer). Este relojero obsesionado con la física teórica y la posibilidad de los viajes en el tiempo pierde a su hijo Marek (Merlin Rose), a su nuera Sonja (Svenja Jung) y a su nieta Charlotte en un accidente de tráfico, durante una noche lluviosa de 1971 en la que había conseguido enfadar al primero y que decidiese marcharse antes de hora. Abrumado por lo sucedido, se propone fabricar una máquina del tiempo para volver al pasado e impedir sus muertes. Pero lo que logra cuando la estrena en 1986 es catastrófico para Winden.
En vez de un desplazamiento temporal, ocasiona que su universo se desdoble, creando otras dos realidades alternativas a la suya en las que los viajes a través del tiempo y el espacio son posibles. En esta circunstancia, diversos personajes se mueven de un año a otro y de una dimensión a otra en una concatenación causal de tal calibre que, no solamente los de una época influyen en otras distintas a las que les hubiese correspondido en el curso del tiempo normal, sino que hasta sus relaciones de parentesco son muy extrañas e incluso grotescas en determinados casos. Pero el rasgo común de sus vidas es el sufrimiento general e inevitable.
Los personajes ‘Dark’ y su endogamia a través del tiempo
Así, el joven Mikkel Nielsen (Daan Lennard Liebrenz) de 2019 se planta sin querer en 1986 y se convierte en el padre de Jonas Kahnwald (Louis Hofmann), que se enamora de Martha Nielsen (Lisa Vicari), su propia tía, y el sentimiento es mutuo. El Noah (Max Schimmelpfennig) de 2021 se ocupa de Elisabeth Doppler (Carlotta von Falkenhayn) cuando su padre, Peter (Stephan Kampwirth), es asesinado en 2020, y acaban como pareja de adultos (Mark Waschke y Sandra Borgmann) y teniendo una hija, Charlotte (Karoline Eichhorn), que es criada por Tannhaus desde 1971 y siendo mamá de Elisabeth, su propia madre. Caray con Dark.
El policía Ulrich Nielsen (Oliver Masucci) de 2019 termina recluido en un manicomio desde 1953 por intentar matar al niño Helge Doppler (Tom Philipp) para que en el futuro no se implique en el secuestro y la muerte de los críos desaparecidos en 1986 y en 2019, víctimas de los experimentos brutales de Noah para construir su máquina del tiempo. Katharina Nielsen (Jördis Triebel) viaja a 1987 en busca de Mikkel, el hijo de ambos, y es asesinada por su propia madre cuando pretendía liberar al anciano Ulrich (Winfried Glatzeder), que así permanece en su encierro por todo lo que le queda de vida.
Su ex amante, Hannah Kahnwald (Maja Schöne), mantiene una relación con Egon Tiedemann (Sebastian Hülk) en 1954; había ido al año anterior desde 2019 para vengarse de Ulrich. Fruto de dicha relación es una niña, Silja. Se la presenta a su hermanastro, el adulto Jonas (Andreas Pietschmann), en 1911, ya muy desfigurado, quien estrangula a su madre y envía a su hermanastra al lejano futuro. Y, cuando crece (Lea van Acken), la remite a 1890, y ella se lía entonces con el Bartosz Tiedemann (Paul Lux) de 2020. Lo que para este último significa que su bisabuelo es el padre de su mujer, con la que engendra al parricida Noah.
La realidad alternativa en la tercera temporada de ‘Dark’
Por añadidura, los acontecimientos en ambas realidades alternativas de Dark conducen a un apocalipsis en 2020, cuando se estimula la Partícula de Dios con los barriles radiactivos desenterrados y el portal en funcionamiento en 2053 y en 1921. Pero en la segunda de esas realidades, de la que procede la Martha interdimensional, Jonas no existe porque Mikkel nunca viaja al pasado. Y hay otras diferencias con la realidad que conocimos antes; por ejemplo, que Ulrich abandona a Katharina por Hannah, con quien va a tener un hijo, y le pone los cuernos a esta también con su compañera Charlotte, cuyo marido, Peter, es sacerdote.
Además, la sordomuda de sus dos hijas no es Elisabeth, sino Franziska (Gina Stiebitz), cuyo romance con Magnus Nielsen (Moritz Jahn) va viento en popa de puro apasionado. Y Ulrich arriba a 1986, no a 1953, y el viejo Helge (Hermann Beyer) lo mata. En la temporada tres nos sumergimos en esta nueva realidad, y se nos presenta a su Martha como la verdadera antagonista del Jonas anciano en sus planes opuestos sobre el hilo temporal que los une a todos: Adam (Dietrich Hollinderbäumer) y Eva (Barbara Nüsse), enfrentados. El uno quiere destruirlo, y ambos mundos, para acabar con el sufrimiento; y la otra, garantizarlo por la pervivencia de sus familias en este entramado crónico de la endogamia de Winden.
‘Dark’ y el gato de Schrödinger
Para ello, Eva envía a su hijo sin nombre, procreado con Jonas, en sus tres edades de niño, joven y viejo a que elimine a cualquiera que suponga una amenaza para el orden establecido. Ese ciclo interminable del ouroboros, sin comienzo ni fin según el símbolo popular de la infinitud y con una particularidad clave: en cada retorno cíclico, la segunda Martha aparece después de que asesinen a la primera y justo antes del apocalipsis y recoge a Jonas para llevárselo a su dimensión y, en el siguiente, no lo hace. Por tal causa, él está vivo y no lo está como el gato de Schrödinger, tiroteado o no por Martha según de qué vuelta del ciclo se trate.
Parece que la paradoja ontológica, la de la predestinación y el principio de autoconsistencia de Nóvikov se mantienen en Winden, tal como desea Eva, y que lo de Adam es un fracaso rotundo. Nada puede modificarse ni lo más mínimo en el bucle temporal, y las tentativas en su contra solo forman parte de lo que siempre ha ocurrido, con objetos e informaciones perennes, sin un origen que se pueda identificar. Como el reloj de bolsillo de Charlotte, la medalla de San Cristóbal de la madre de Katharina o el artilugio del tiempo de Tannhaus y sus planos. Pero ¿seguro que el ciclo no puede romperse? Atención al último giro de Dark.