Si hay una serie que en los últimos tiempos haya causado expectación y no pocas conversaciones en Internet y que, por añadidura, nos haya regalado un nuevo icono popular, esa es **The Mandalorian (desde 2019). Y su responsable no es otro que el neoyorkino Jon Favreau*, cuya carrera como cineasta e intérprete comenzó hace veintidós años, y de la que se le conocen, sobre todo, películas como Iron Man (2008) y su primera continuación (2010), El Libro de la Selva (2016) y El rey león* (2019), y estas dos últimas son los largometrajes más interesantes que ha dirigido de los nueve en su haber.
Su relación con la pequeña pantalla es ya vieja, y se ha encargado de episodios como “Moving On” (9x16) en The Office (Greg Daniels, Ricky Gervais y Stephen Merchant, 2005-2013), “Old Wounds” en The Orville (1x01) o el piloto de “El joven Sheldon” (Steven Molaro y Chuck Lorre, desde 2017), el spin-off de *The Big Bang Theory* (Lorre y Bill Prady, 2007-2019). Pero The Mandalorian **es la segunda serie televisiva en la que actúa como el mandamás creativo tras la documental The Chef Show** (desde 2019), que a su vez se trata de un spin-off de su filme *Chef* (2014) para Netflix.
Tanto las dos películas que realizó para el Universo Cinematográfico de Marvel como sus logradas readaptaciones realistas de los filmes animados de Disney y, en fin, The Mandalorian pertenecen a tal compañía. Y **se ha dicho que todo lo que tiene de bueno esta serie de televisión es lo que le falta a Star Wars: El ascenso de Skywalker* (J. J. Abrams, 2019), y que cuanto debiera ser como aventura de space opera lo ha comprendido Jon Favreau mucho mejor que Abrams. Pero se olvidan de que este dirigió también El despertar de la Fuerza* (2015), una de los mejores capítulos de la saga galáctica.
El primer episodio de The Mandalorian se titula igual que esta, y a su inicio, con la presentación del cazarrecompensas de Pedro Pascal (Narcos) y aires indiscutibles de *western* por su escena típica de enfrentamiento “en el saloon” (y otras posteriores), no le saca demasiado jugo el realizador Dave Filoni, curtido en Star Wars: The Clone Wars (2008), Star Wars Rebels (2014-2018) o Star Wars: Resistance (desde 2018): quizá lleve un poco de tiempo la adaptación del cine animado al de acción real. Y **el verdadero vigor narrativo y de la puesta en escena no surge hasta que se asoma el cliente de Werner Herzog**.
Este alemán es más conocido como director por El enigma de Gaspar Hauser (1974), *Nosferatu, vampiro de la noche (1979) o Fitzcarraldo* (1982), y luce su carisma todo lo que no puede lucirlo Pascal por el dichoso casco que usa siempre su colega de Boba Fett, opuesto en su carga dramática negativa. Y caray, **lo de la orfandad traumática o simplemente dispuesta ya parece una obsesión en las historias de Star Wars**, pues nuestro mandaloriano perdió a sus padres como, de una manera u otra, Qui-Gon Jinn, Obi-Wan Kenobi, Anakin, Luke, Leia y Rey Skywalker. No hay familias felices es esta galaxia muy, muy lejana.
Pero el meollo se pone más interesante cuando aparece IG-11, el droide pistolero al que le presta la voz Taika Waititi, el cineasta detrás de Lo que hacemos en las sombras (2014), *Thor: Ragnarok (2017) o Jojo Rabbit (2019): trae con él el humor de los robots de Star Wars y su compañerismo, además de sus grandes habilidades, inéditas en un personaje de su especie, en *una secuencia de tiroteo que hunde más las raíces de The Mandalorian en el western**. Pero la verdadera curiosidad se nos despierta con la revelación de Baby Yoda y la estampa central de la Capilla Sixtina. Te compramos la serie, Jon Favreau.