Durante cinco años, la historia de los Skywalker regresó al cine con una propuesta que intentaba narrar a toda una nueva generación de fans la historia de la Space Opera cinematográfica más querida. Lo hizo, además, con todos los recursos a su alcance —un elevadísimo presupuesto y el apoyo del estudio Disney para llevar a cabo todo tipo de reinterpretacions de la saga original—. No obstante, terminado el recorrido y con el último capítulo de la llamada trilogía aún exhibiéndose en las salas de cine del mundo, la gran pregunta de buena parte de los seguidores es casi la misma: ¿era necesaria esta tercera aproximación al universo creado por Lucas?¿Fue suficiente la forma en que se planteó la narración? ¿Qué deja a su paso la historia de Rey (Skywalker) y el capítulo final que comenzó en la década de los setenta del siglo pasado?

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Se trata de una pregunta complicada de responder, sobre todo cuando el balance es mixto cuando no directamente negativo. No solo cuando se analiza el éxito de crítica o taquilla que haya cosechado —o no— cualquiera de las películas de la época Disney, sino también por la forma en que la franquicia profundizó en sus propios símbolos a través de cinco películas distintas.

Desde la trilogía que comenzó con Star Wars: Episodio VII — El Despertar de la Fuerza (J.J. Abrams — 2015) hasta Rogue One: A Star Wars Story (Gareth Edwards — 2016), la gran pregunta sobre la trascendencia de la modernización del lenguaje de Star Wars parece más relacionada con la idea de un tipo de madurez narrativa que la saga no alcanzó del todo y más allá de eso llevó a la clásica historia a reflexionar sobre sus propias debilidades.

Como producto cinematográfico, la reinvención para Disney de la mitología creada por Lucas tuvo muy poco que aportar al universo general de la franquicia. Como narración, deja mucho que desear y hace inevitable el cuestionamiento sobre qué ocurrirá de ahora en adelante con la franquicia.

Por supuesto, no se trata que el disparejo resultado de las películas evitará que Disney continúe narrando historias en el mundo de Lucas: la serie animada Star Wars: Las Guerras Clon vuelve este año a Disney+ y ya hay planes concretos para todo tipo de shows y propuestas basadas en la saga y sus personajes, incluyendo una miniserie sobre Obi Wan Kenobi (protagonizada por Ewan McGregor y que ya se rumorea que mostrará a un joven Luke Skywalker). Una serie de precuelas protagonizada por Cassian Andor (Diego Luna) de Rogue One: A Star Wars Story y el droide descarado K-2SO (Alan Tudyk). Y por supuesto, la segunda temporada del gran éxito del recién llegado canal de suscripción streaming del estudio: The Mandalorian, de Jon Favreau se convirtió en un éxito de inmediato y además, una muestra pulcra del buen uso de los elementos de la saga para crear algo por completo nuevo, sin dejar atrás lo esencial de la franquicia. De modo que la disyuntiva parece nacer de una pregunta concreta: ¿el futuro de Star Wars se parecerá mucho más a The Mandalorian que a Episodio IX — El Ascenso de Skywalker?

Un recorrido por una Galaxia desconocida

El final de temporada de The Mandalorian fue un triunfo de crítica y público. Fue aclamado por los fanáticos e incluso fue considerado como un gran ejercicio de estilo y buen hacer visual por parte de la prensa especializada, lo que le garantizó de inmediato una segunda temporada que se estrenará en otoño de este año.

Al mismo tiempo, una lluvia de críticas sacudía el paso por la pantalla grande de Episodio IX — El Ascenso de Skywalker, la tercera película peor valorada de la franquicia. Con una recaudación que dejó claro que, aunque sigue siendo de éxito taquilla, no es el fenómeno que Disney esperaba, el film enfrentó un duro debate sobre la forma que un guión deficiente pareció más interesado en responder preguntas y rellenar espacios narrativos, que sostener una historia original.

La diferencia entre ambas experiencias mostró que tanto la serie como la película simbolizan momentos distintos de la saga: The Mandalorian y Episodio IX — El Ascenso de Skywalker se encuentran extremos de la misma idea y, sobre todo, en espacios por completos nuevos de lo que la saga representa.

Mientras que The Mandalorian abrió la posibilidad de explorar la Galaxia imaginada por Lucas desde las pequeñas historias con cualidad emocional, la película de J.J. Abrams fue un cierre precipitado e incompleto a una historia que, desde su origen, carecía de una línea coherente sobre la narración que deseaba mostrar en la pantalla grande.

El director — famoso por “completar” trilogías o brindar aire renovado a franquicias clásicas — tomó la arriesgada decisión de crear una versión de la legendaria Episodio IV — Una Nueva Esperanza de Lucas, con la salvedad de cambiar el género del héroe. Pero a partir de allí, la historia transcurre de manera muy semejante a la original, con un añadido de nostalgia que Abrams intentó utilizar para apuntalar las ideas brumosas sobre —de nuevo— una herencia legendaria, en manos de un jovencísimo líder que debe hacer frente a un pasado misterioso para encontrar su destino.

La película fue un éxito de taquilla resonante, pero fue recibida con críticas tibias. En esencia por la poco disimulada intención de Abrams de utilizar a los grandes símbolos de la franquicia a su favor. El reencuentro en pantalla de Han Solo (Harrison Ford) y Leia (Carrie Fisher), el regreso del Halcón Milenario, las decenas de guiños a la clásica trilogía original, transformaron a la película en un vehículo para rememorar los puntos fuertes y más emocionantes de la historia en lugar de una narración independiente. De modo que se trató de un regreso agridulce, que no agradó ni molestó demasiado a nadie.

Una perturbación en La Fuerza

A Star Wars: Episodio VIII — El Último Jedi (Rian Johnson — 2017) le acompañó la polémica desde el día de su estreno. La continuación inmediata de la historia de Star Wars: Episodio VII — El Despertar de la Fuerza fue una ruptura completa con la forma de contar historias en la saga y con el rígido canon establecido por libros, cómics y sobre todo la devoción de millones de fans alrededor de mundo. Con su aire experimental, su uso en ocasiones inexplicables del humor y su reducción drástica de líneas narrativas, la película dividió a los seguidores y que puso en tela de juicio los planteamientos a futuro de Disney con respecto a la mitología de Lucas.

Después del apego riguroso de Abrams a cada punto de la gran primera historia Skywalker en la pantalla, el tono renovador de Johnson asombró, irritó y provocó malestar, y además abrió por primera vez la posibilidad que la franquicia pudiera dejar de depender del todo del arco ideado por Lucas cuarenta años atrás. Todo a la vez y mezclado por una estética depuradísima y momentos dramáticos que crearon una atmósfera extravagante, novedosa y engañosamente épica.

Al final, las preguntas que planteaba la película tenían más relación con encontrar nuevas dimensiones a sus símbolos — La Fuerza, la Orden Jedi, sus grandes héroes— que con ampliar lo planteado por el film que le precedió. El choque entre ambas versiones de una historia blanda terminó por sacudir la trilogía y convertir su futuro en una gran incógnita.

A la vez, la franquicia seguía expandiéndose de manera irregular: Rogue One: A Star Wars Story creó una historia de enorme solidez, con personalidad propia y enorme sentido de pertenencia, que además meditó sobre la saga desde una rara madurez que le otorgó una considerable consistencia. Eso a pesar de los inevitables experimentos visuales fallidos —el “regreso” innecesario de Peter Cushing fue un elemento criticado de forma casi unánime— y sobre todo del hecho que para bien o para mal, el argumento seguía dependiendo de manera casi integral de la saga original. Pero Rogue One: A Star Wars Story fue un limpio ejercicio narrativo que superó los escollos y sobre todo, el debate inevitable entre fanáticos.

Entonces llegó Solo: A Star Wars Story y de nuevo los temores sobre el futuro de la franquicia se volvieron punto de debate. La película resultó el primer “fracaso” de taquilla de la saga, además de menos apreciados por los fans, lo que demostró que había síntomas de inevitable agotamiento en el hecho de Star Wars como fenómeno cultural. Las preguntas sobre si la decisión de LucasFilm y Disney de llevar una historia anual a la pantalla era saludable para la consistencia de la franquicia comenzaron a multiplicarse y para cuando se anunció el inicio del rodaje de Episodio IX — El Ascenso de Skywalker — con Abrams de vuelta a la silla del director— era evidente que Disney comenzaba a replantearse su estrategia.

Un recorrido a una nueva manera de comprender la saga

Garret AJ

The Mandalorian es todo lo que El Ascenso de Skywalker no es. Tiene personalidad, una profunda noción sobre el estilo y un argumento sencillo que se sostiene sobre una estética cuidadosa, inmersa con cuidado en la mitología y la estética de Star Wars. En conjunto, Jon Favreau logró captar el espíritu de la franquicia, y también elaborar un concepto novedoso sobre el hecho de los pequeños personajes de la mitología, casi siempre opacados por los grandes iconos.

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En esta ocasión, se trataba de un mandaloriano que jamás se quita el casco, con una misión en apariencia simple en medio de una región inhóspita. A diferencia de la espectacularidad de la película de Abrams, The Mandalorian es una historia íntima, que conecta de inmediato al espectador con sus personajes, un grupo de marginados entrañables como alguna vez lo fueron Luke, Han e incluso, Leia, pero sin tratar de imitarlos.

Y además, en términos de la cultura de las redes sociales, The Mandalorian fue un éxito gracias por supuesto, a ese pequeño gran protagonista: Baby Yoda —The Child, en la serie— se transformó en el símbolo de todas las cosas buenas por las cuales los fanáticos siguen atesorando a la Saga y continúan sintiendo un vinculo profundo con sus historias. A pesar que en ninguno de los ocho episodios se menciona la frase La Fuerza, ni tampoco rinde homenaje a las películas originales, The Mandalorian es una legítima joya de la saga, de la misma manera que lo es Rogue One: A Star Wars Story y casi por las mismas razones.

Ambas narraciones reflexionan sobre lo que Star Wars es y pudo ser a través de una serie de ideas enlazadas entre sí, que profundizan la mitología con inteligencia y sutileza.

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Y mientras el Episodio IX es una trepidante, fallida y exagerada épica a los viejos símbolos nostálgicos tan torpe como caer en sus propias trampas argumentales, The Mandalorian sabe exactamente qué dirección recorrer para lograr un vinculo emocional con los televidentes, que jamás dejaron de preocuparse por Mando o por el niño, que se asombraron y disfrutaron con cada pequeño detalle de un Universo construido con gracia y buen gusto.

Un futuro nuevo

¿Se resquebrajó la tercera trilogía con el peso de las expectativas que llevaba a cuestas? Tal vez, pero también un motivo obvio del colosal fallo argumental con que cierra la historia Skywalker es su completa incapacidad para contar una única historia.

Mientras Abrams insistió en rellenar los agujeros narrativos usando trozos mal encajados de la mitología original, Johnson se atrevió a experimentar, pero sin analizar las posibles consecuencias que su propuesta podía tener para la saga en conjunto. Al final, el recorrido de Rey y Kylo Ren como símbolo del bien y del mal, la muerte de los grandes iconos y el silencio narrativo sobre las posibles preguntas que podría plantearse la saga, terminó por convertir el El Ascenso de Skywalker en un recorrido mediocre y precipitado por un universo mucho más amplio, rico y sobre todo detallado del que pudo mostrar la película.

¿Es The Mandalorian la respuesta a las nuevas propuestas sobre la mitología? Es probable que la historia de Obi se parezca mucho más a ese íntimo viaje de un cazarrecompensas hacia una desconocida humanidad que la batalla de extraordinaria belleza entre dos Jedis en busca de comprender sus límites.

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De modo que sí, lo más probable es que el futuro de Star Wars esté en las nuevas historias (en los nuevos recorridos por lugares inexplorados de un mundo tan amplio como sustancioso), antes de las revisiones de personajes que al final, no son otra cosa que metáforas de una gran experiencia que necesita sin duda, una nueva forma de mirarse a sí misma.

El 2020 será el año en que Star Wars tendrá que analizarse desde el origen. Y quizás, el que se reencuentre — otra vez — con su formidable esencia.

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