Uno de los tropos más recurrentes de la ciencia ficción es el de los mundos paralelos. Sin ir más lejos, ese es uno de los atractivos de la nueva serie de HBO, La materia oscura. Ya desde el primer capítulo, se deja entrever que existen otros mundos más allá de la realidad que nos presentan, en la que el alma de las personas se aloja fuera de su cuerpo y toma la forma de un animal. En la adaptación de la saga literaria de Philip Pullman también hay una sustancia llamada Polvo, que, nos dicen, viene del espacio y se adhiere únicamente a los niños. En ella, se vislumbran las sombras de ciudades lejanas e imposibles, una herejía para la religión imperante de la historia —una suerte de Iglesia católica absolutista—, pero por la que los académicos están dispuestos a arriesgarse a cualquier precio.
Al igual que los personajes de esta serie, los espectadores nos sentimos irresistiblemente atraídos a la narrativa de los mundos paralelos, los multiversos y las realidades alternativas. Nos fascina pensar que hay algo más allá: un portal, o tal vez una barrera invisible, que nos separa de un lugar de maravillas por encima de la racionalidad humana. Este recurso apela a lo más imaginativo de cada cual y se ha representado con frecuencia en la historia de la literatura y del cine, siendo Alicia en el País de las Maravillas uno de los mejores ejemplos.
La pequeña Alicia persigue al conejo blanco y acaba cayendo por la madriguera hasta llegar a un reino en el que las flores hablan, los brebajes le hacen crecer o empequeñecer y las rosas son rojas por decreto real. Y es que los portales a otros mundos están muy presentes en la ficción infantil: desde la obra de Lewis Carrol a otras más recientes, como Coraline, novela de Neil Gaiman y, más tarde, cinta de animación. En este caso, la niña Coraline está cansada de su vida ordinaria y encuentra un pasadizo a una realidad alternativa en la que todo es igual, pero mejor, y las personas tienen botones en lugar de ojos.
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En los libros de Kika Superbruja, escritos por el autor alemán Knister (Ludger Jochmann), una joven normal encuentra un libro de hechizos que le permite viajar a mundos de fantasía como una ciudad sumergida, una selva encantada o un castillo lleno de vampiros. La saga tuvo un gran éxito a principios de los 2000 y llegaron a producirse una serie de animación y tres películas de acción real: Kika Superbruja y el libro de hechizos (2009), El viaje a Mandolán (2011) y Nueva aventura de invierno (2017).
Incluso en la prolífica producción cinematográfica de Mattel para el universo Barbie se habla constantemente de cruzar hacia mundos mágicos, en algunas incluso de forma literal. Barbie y la puerta secreta (2014) es la historia de una princesa que, tras cruzar un portón escondido en su jardín, llega a un universo donde conviven hadas, sirenas y todo tipo de criaturas mágicas.
Más allá de la imaginación infantil
Al público más adulto también nos intrigan las posibilidades de tramas como esta. No hay más que ver el éxito de Stranger Things, la serie más vista de la historia de Netflix, que terminó por consolidar el posicionamiento de la plataforma allá por su estreno en 2017. En esto, jugaron un papel importante su estilo ochentero y el ambiente a nostalgia que desprende, pero también la inquietud curiosa que nos suscita ese otro mundo, el Upside Down, el Mundo del Revés o El Otro Lado. Lo llamemos como lo llamemos, no deja de ser lo mismo que en ejemplos anteriores: un portal que conecta nuestra realidad con algo extraordinario.
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Disney se sumó a esta tendencia en 2015 con Tomowrroland, una cinta que, si bien no es tan espectacular como prometía, resulta interesante por su origen. La trama, que cuenta la historia de una adolescente en busca de una puerta hacia un mundo mucho más avanzado que la Tierra y el científico que la ayuda, está basada en unos bocetos, borradores y dibujos del propio Walt Disney. Este proyecto, según dicen arrinconado en los almacenes Disney con la etiqueta “1952”, fue rescatado por el director Brad Bird (Ratatouille, Los increíbles) y convertido en película. Desgraciadamente, ni George Clooney ni Britt Robertson pudieron salvar la cinta, que no ha convencido ni a crítica ni a audiencia.
También los shows más serios, al puro estilo HBO, le hacen un hueco a la narrativa de los mundos paralelos. Es el caso de Counterpart, un thriller lleno de acción, intriga y misterios que parte de la base de que en Berlín existe un pasaje hacia un universo alternativo, en el que hay una “copia” de cada uno de nosotros. J. K. Simmons toma los papeles protagonistas en esta serie, donde interpreta a su yo de ambas realidades, dos personajes opuestos en carisma y personalidad. Se trata de un producto que mezcla con bastante atino los recursos del thriller con los de la ciencia ficción, logrando un gran resultado.
Si lo que buscamos es una aproximación más filosófica, nos decantaríamos por The OA, recientemente cancelada por Netflix tras su segunda temporada. Es una de esas series difíciles de entender. Está repleta de detalles pequeños, pero relevantes y de supuestos teorícos y abstractos que pueden marear a más de uno. Sin embargo, es también una serie bellísima, en la que cruzar los límites de la realidad material no es imposible.
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Cuando necesitamos una explicación científica
Del lado más duro de la ciencia ficción, nos alejamos de las diatribas filosóficas de The OA y de los mundos mágicos que no tienen explicación lógica. Chocamos así con producciones como la aclamada Interstellar (2014). Dirigida por Christopher Nolan y protagonizada por Matthew McConaughey, esta película nos propone una aproximación científica a los agujeros de gusano, en toda regla portales que juegan con el espacio-tiempo.
Nos encontramos con dos realidades que conviven en el mismo espacio, pero están separadas por el tiempo. Nolan explota esta paradoja basada en la Teoría de la Relatividad de Albert Einstein para plantearnos una pregunta crucial: si ambos tiempos ocurren de forma simultánea, pero en lugares diferentes del espacio, ¿todos los tiempos transcurren a la vez? Entonces, ¿cuál es la realidad real? Desde luego, una cinta que invita a la reflexión.
Con una base teórica sobre las realidades múltiples, Coherence (2013) plantea una cena entre amigos que se ve afectada por los efectos del paso de un cometa. Durante la noche, su realidad empieza a interactuar con otras paralelas y las casas del vecindario son, en realidad, la suya propia, pero en mundos alternos. Los pratogonistas vagan de una a otra durante la película, atravesando así el portal invisible que el cometa ha abierto a su paso y desperdigándose por las diferentes realidades.
Esto se explica gracias al Principio de Superposición, que desarrolla que dos realidades puedan coincidir en el mismo tiempo, del mismo modo que dos partículas pueden estar en dos lugares diferentes a la vez. Además, interfiere el Principio de Incertidumbre, que nos dice que una realidad no puede ser conocida hasta que no se mide; en este caso, hasta que los personajes no miran por la ventana de la casa no saben en qué realidad están.
Por último, podemos hablar de la serie de Netflix The Discovery (2017), que también emplea conceptos científicos para explicar los mundos paralelos. En este caso, juegan con la existencia de la vida más allá de la muerte, ya que se ha demostrado que hay un “más allá”, lo que ha disparado la tasa de suicidios mundioalmente. La película sigue los pasos del resposable de este descubrimiento, que intenta ayudar a una mujer a destapar los secretos de su pasado gracias a la conexión con el mundo de los muertos.
Se trata de una premisa interesante que le da sentido científico a otro de los anhelos más grandes de la Humanidad: conocer qué hay después de la muerte. En esta cinta, el portal no une dos mundos cualquiera, sino el nuestro con el que más ansiamos conocer. El giro romántico y algo predecible de la cinta le granjeó críticas bastante dispares, pero, aún así, merece la pena echarle un vistazo en Netflix.