De Star Wars de George Lucas a la saga Rebel Moon de Zack Snyder, pasando por el clásico western Los 7 magníficos de John Sturges. Lo cierto es que Los siete samuráis, con 70 años a cuestas, han influenciado de manera definitiva el cine, tal y como se conoce en la actualidad. Mucho más, la cinta se ha convertido, en el punto central de una forma de entender la acción, la tragedia y la redención, que todavía resulta novedosa. En específico, cuando el escenario que plantea Akira Kurosawa en su cinta, es atemporal y sin duda, puede profundizarse en cualquier género.

El resultado es una cinta pulcra, emocionante y compleja, que va más allá de solo ser una historia clásica de Japón. A la vez, se trata de la manera en que el director profundiza en las heridas de su país, traumatizado por los eventos que rodearon su derrota en la Segunda Guerra Mundial. Kurosawa, trató de llevar el miedo atómico, la violencia de la ocupación estadounidense y la humillación colectiva del fracaso, a un terreno en la que pudiera brindarle un segundo significado. Lo que convierte a Los siete samuráis, en un relato más cercano a lo simbólico que al drama histórico. 

También, en la mejor representación del esplendor del cine asiático en la década 1950. El largometraje es una mezcla entre la tradicional visión del bien y el mal de la cultura japonesa y una versión más audaz, sobre el sentido del honor. Lo que la convierte en puente entre un cine costumbrista en que la figura del Samurái era una figura de poder y otro más moderno, en que se convierte, también, en emblema del sufrimiento. Entre ambas cosas, esta cinta precisa, en la que Kurosawa demostró su talento para recrear batallas y utilizar el apartado visual de manera poética, sigue asombrando y deleitando a partes iguales. 

Una historia complicada relatada con elegancia 

La película, que relata la historia de un pueblo entero a punto de sucumbir al hambre, es dolorosa por necesidad. No solo por mostrar los estragos de la pobreza. A la vez, por también, explorar en la violencia desde un punto de vista por completo singular. Ambientada en las guerras feudales japonesas, alrededor del siglo XVI, relata el cómo, la peor amenaza que sufren los más desvalidos, son de los que pueden imponer su voluntad a través de las armas y la crueldad. 

Puede parecer una premisa común, hasta que el cineasta integra todo lo anterior en un dilema de supervivencia. Uno de los aldeanos del pueblo sitiado por ladrones, decide que la única posibilidad para evitar que la cosecha de la que depende el futuro de la población sea robada, es protegiéndola. Lo que le llevará, a entablar contacto con Kambei (Takashi Shimurai), un ronin — samurái sin amo — que atraviesa un momento especialmente desolador en su vida. La oferta es sencilla: tendrá qué comer, si puede evitar que la aldea sea atacada. 

Un relato que se aleja de lo patriótico

Kambei acepta las condiciones y además, recluta a seis hombres más, en situaciones parecidas a la suya, para la misión. Lo que lleva al grupo de guerreros, en horas bajas, a decidir que la mejor forma de evitar la destrucción de la localidad es enseñando a sus habitantes a defenderse. El guion, también de Akira Kurosawa, a cuatro manos con Shinobu Hashimoto y Hideo Oguni, toma entonces las mejores decisiones para convertir la cinta en algo más que un escenario de lucha. 

A la vez, dignifica al pueblo japonés, al establecer paralelismos entre el pueblo vencido y al borde de desastre, con el Japón de la postguerra. A medida que la acción avanza, Kurosawa logra enlazar la idea de la responsabilidad de la reconstrucción del país, con una iniciativa colectiva. Gradualmente, la película, que comienza como un drama costumbrista, se vuelve una épica. Una, en que la identidad japonesa se muestra en toda su ferocidad y capacidad para la redención. Lo que convirtió la cinta en una pieza que deslumbró y emocionó al país. 

Lo mejor de Akira Kurosawa

Para Kurosawa, crear una épica moral, sin que fuera sermoneadora o nacionalista, se convirtió en un reto. En particular porque con Rashōmon (1950), ya había llegado a conclusiones parecidas. Mucho más, en la medida que el drama con tintes enaltecedores, podía ser, también, una mirada política sobre Japón. No obstante, para el realizador, la idea estaba más enfocada en explorar en las razones para continuar, cuando, al parecer, no hay ninguna para hacerlo.

De modo, que construyó un apartado visual de blancos y negros muy contrastados, en que la batalla es más compleja que solo evitar que el pueblo centro del conflicto, sea arrasado. Asimismo, se trata de consideraciones a la sociedad y cultura japonesa, en sus momentos más bajos. Por lo que hay juegos de escala para sugerir diferencias sociales que terminan por destruirse o desaparecer en la necesidad de la batalla. A la vez, que el argumento analiza la idea de los perdedores y ganadores — de la guerra, en la vida — desde lo emocional. 

Pero es la atención precisa a las escenas de acción, lo que convierte a la película en un clásico, que todavía sigue sin ser igualado. La cámara sigue a los samuráis y a los campesinos, para convertirse en testigo de sus hazañas, triunfos y muertes. Con lentitud, la cinta se vuelve más elaborada en símbolos. Lo que incluye la forma en que las muertes se hacen, una forma de entender la lealtad y la búsqueda del bien. Una combinación que brinda a Los siete samuráis varios de sus mejores momentos. 

Una mirada a una sociedad en crisis 

A pesar de no ser estrictamente política, Los siete samuráis analiza, con elegancia, las heridas sociales de Japón. Lo hace, además, a través de la mítica figura de sus guerreros feudales, convertidas en leyenda en la historia del país. 

No obstante, en esta ocasión, los samuráis no son solo héroes, en lo que eventualmente se convierten. A la vez, expresan la desilusión del japonés promedio. Eso, luego de la caída en desgracia de la nación en medio de los dolores de la postguerra. 

Kurosawa lo logró con un recurso sencillo. Al ser un grupo de rónins, los encargados de entrenar al pueblo en desgracia, también buscan su propia salvación. Japón, que en el momento del estreno de la película atravesaba una de sus peores épocas, encontró en ella, los puntos más altos y bajos de su cultura. Pero, a la vez, una manera de comprender que el pasado doloroso al que se enfrentaba, formaba parte de su historia y así debía ser analizado. 

Al final, una cinta para la historia del cine

Con 70 años de estrenada, Los siete samuráis, continúan siendo una combinación excepcional entre la cultura japonesa y el mejor cine de acción. Desde la creación de un nuevo estilo — el director integró el uso de teleobjetivos para brindar a la cinta su especial estética — hasta el uso de varias cámaras. Lo cierto es que la película revolucionó la forma de narrar en el cine y le llevó a un nuevo nivel. 

Pero más allá de eso, para Kurosawa lo realmente era captar un especial estado de ánimo del Japón postbélico. La capacidad de vencer el dolor de sus heridas y volver a encontrar su lugar en el mundo. Algo que la cinta muestra en todo su esplendor y la convierte en una joya del séptimo arte. 

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