El sentido del humor está presente en el Universo Cinematográfico de Marvel desde el principio, más o menos agudo o delirante según lo ocurrentes que se mostraran los guionistas en cada caso y lo oportuno de la puesta en escena que ideasen los cineastas. Porque los intérpretes suelen cumplir. Y, veintinueve largometrajes y siete series televisivas después, estas aventuras superheroicas continúan sin alteraciones en ese sentido con Thor: Love and Thunder (2022).
Pero solo tres de sus conjuntos de filmes protagonizados por personajes concretos son comedias abiertamente: los volúmenes de Guardianes de la Galaxia (2014, 2017), las entregas de Ant-Man (2015, 2018) y las del Dios del Trueno a partir de Thor: Ragnarok (2017) gracias a la satisfactoria intervención del neozelandés Taika Waititi, que venía de despepitarnos con Lo que hacemos en las sombras (2014) y que repite en la cuarta película como sus compadres James Gunn y Peyton Reed en lo suyo.
Sin embargo, un narrador jocoso no puede mantener siempre la misma altura de sus chistes, igual que uno dramático no logra composiciones muy intensas emocionalmente en todas sus historias audiovisuales. Ni siquiera genios de la hilaridad como los Hermanos Marx, Billy Wilder o Woody Allen lo han conseguido en las propias. Y es justo lo que le ocurre al director de las antípodas en Thor: Love and Thunder, que no les alcanza por lo pronto en ingenio ni categoría fílmica.
Taika Waititi resucitó las aventuras del Dios del Trueno
El propio Taika Waititi ya expresó en una entrevista para la revista Empire que “quería apoyarse un poco más en el drama de esta película y en algunos de los aspectos más emocionales”, que “le encanta cuando la gente ríe y llora” en cualquiera de las suyas, como la sobrevalorada Jojo Rabbit (2019), pero “no cree que haya llorado en Thor: Ragnarok”. Y tampoco era preciso en absoluto, pues este largometraje se defiende a las mil maravillas con su locura cómica.
En realidad, lo que de veras nos complace del tercero sobre el hijo de Odín, tan alejado de los dos anteriores, dirigidos por Kenneth Branagh (2011) y Alan Taylor (2013) y correctos pero poco interesantes en su relato y elaboración estética, es que sacó a esta saga específica de la triste irrelevancia y el letargo artístico en los que se encontraba sumida, aportándole una personalidad vivaracha, decididamente graciosa a un nivel disparatado y con secuencias potentes que se sustentan en música popular.
Y Thor: Love and Thunder sigue por ese camino, que sabe transitar también, con mayor descaro probablemente, el James Gunn de Guardianes de la Galaxia. El corazón dramático que Taika Waititi ha querido potenciar en su nueva propuesta no evita la hilaridad alocada. Como tampoco, por supuesto, la indiscutible vivacidad ni la planificación entusiasta de sus coreografías de acción, muy diferente de la dureza y el realismo clásicos en el género por sus ideas físicas, enfoques y montaje. En Marvel inclusive.
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Las decisiones originales no reducen el pecado capital de ‘Thor: Love and Thunder’
No cabe duda, sin embargo, de que el meollo sobre el villano, el espeluznante Gorr de Christian Bale, nos resulta mucho más atractivo que las intenciones de la Hela de Cate Blanchett en Thor: Ragnarok. Por su sustrato emocional, sobre todo. Con el que las decisiones del realizador neozelandés, autor del libreto en compañía de Jennifer Kaytin Robinson, ayudan a que se eleve por encima de la costumbre en el último tramo, tras una digna batalla final.
Los enemigos suelen ser irredimibles en el Universo Cinematográfico de Marvel. Y el de Thor: Love and Thunder no parecía que fuese a acabar revelándose como una excepción. Los destrozos y las vidas arrebatadas que dejan a su paso no nos empujan a pensar que lo merezcan, ni ellos mismos están dispuestos. Pero el héroe logra convencerle hablándole, y Gorr desiste de su destructivo propósito original, el genocidio de los dioses, para conseguir lo que verdaderamente desea.
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Ello, sin obviar el paralelismo de su muerte con la de la Jane Foster de Natalie Portman. Una tragedia doble de la que surge una situación positiva y muy inesperada para el Dios del Trueno y los espectadores: la paternidad adoptiva. Thor pierde el amor curtido de la mujer y termina obteniendo el de una hija insospechada. Pero ni estas novedades son suficientes. Porque a Taika Waititi le flaquea la puntería de su ingenio y no hay carcajadas tan gratificantes como las de Thor: Ragnarok. Un pecado capital en una comedia.