Cuando escuchéis a alguien despreciando el cine de entretenimiento por sistema, huid; muy especialmente, si se trata de un crítico profesional, que haberlos, haylos. La sencilla razón para poner pies en polvorosa reside en que una película no es buena o mala en función de si forma parte de la hornada comercial de cada temporada fílmica o de la que se encuentra más alejada de ello, sino de sus propias virtudes audiovisuales y narrativas. Así que, con los esnobs dichosos, que estarían dispuestos a denigrar una aventura tan decente como The King’s Man: La primera misión (Matthew Vaughn, 2021), unos buenos tapones en los oídos.

Máxime cuando su director, al que conocemos por producir otros largos de mayor interés que los suyos, como Snatch: Cerdos y diamantes (Guy Ritchie, 2000), Eddie, el Águila o Rocketman (Dexter Fletcher, 2015, 2019) y, claro, por realizar Layer Cake (Crimen organizado) [2004], Stardust (2007), Kick-Ass: Listo para machacar (2010), X-Men: Primera generación (2011) y los dos primeros que adaptan los cómics homónimos de Mark Millar y Dave Gibbons (2012-2018), Kingsman: Servicio secreto (2014) y Kingsman: El círculo de oro (2017), ha logrado que se mantenga el mismo buen nivel en las tres películas.

El mismo espíritu enérgico que las películas anteriores de la saga

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20th Century

El público o los analistas que se sientan a ver The King’s Man: La primera misión tienen claro lo que esperan que les brinde Matthew Vaughn, quien ha escrito los guiones de seis de sus siete largometrajes hasta el momento, con lo que el control que puede ejercer sobre su obra y, por lo tanto, la responsabilidad que debe asumir de cómo resulte es superior a la de otros colegas más mercenarios, que no se meten en la camisa de once varas de la escritura, el esqueleto cinematográfico. Lo que queremos de esta precuela, decíamos, es una intriga atractiva y espectacular.

El británico, por fortuna, cumple con nuestras humildes expectativas; y, si en Kingsman: Servicio secreto y Kingsman: El círculo de oro nos había despachado dos thriller de acción en los que el nervio visual y una desfachatada vena cómica se revelan como sus características más evidentes, la nueva película de la saga insiste en ellas para gozo y disfrute del respetable. Tal vez, algo menos en el ámbito del humor porque acaba revelándose más solemne que las anteriores la mayoría del tiempo. Pero, cuando se decide a hacernos reír con absoluta desvergüenza, no falla.

Rhys Ifans roba la función en ‘The King’s Man: La primera misión’

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20th Century

Si, en los otros dos filmes, Taron Egerton y Colin Firth eran la pareja protagonista como Eggsy Unwin y Harry Hart, en The King’s Man: La primera misión tenemos a Ralph Fiennes (El Dragón Rojo) y Harris Dickinson (Trust), quienes encarnan a Orlando y Conrad Oxford con suma dignidad. No inferior a la de sus compañeros de reparto: Djimon Hounsou (En América), Gemma Arterton (Tamara Drewe), Daniel Brühl [Salvador (Puig Antich)] o Matthew Goode (Match Point) en la piel de Shola, Polly Wilkins, Erik Jan Hanussen y Morton.

Tanto como Charles Dance (Juego de tronos) interpretando a Herbert Hitchener, Tom Hollander (Piratas del Caribe) por triplicado con sus Jorge VI de Inglaterra, Guillermo II de Alemania y Nicolás II de Rusia o Aaron Taylor-Johnson (Anna Karenina) y Stanley Tucci (El caso Slevin) dando vida a Archie Reid y al embajador de Estados Unidos, que casi pasaban por allí. Pero mención aparte merece Rhys Ifans como Grigori Rasputín; consigue con él uno de sus personajes mejor construidos en su excentricidad y más memorables por ello.

Por otro lado, de entre las secuencias en la franquicia de Matthew Vaughn que permanecen en la memoria, no hay duda de que la lucha eclesial en la es de lo más recordado. Pues en The King’s Man: La primera misión, que no anda escasa de otras bélicas y multifocales bastante potentes, la definitiva con el oscuro místico ruso destaca como para ocupar el mismo puesto, sostenida por la viva partitura de Dominic Lewis y Matthew Margeson (Kingsman: Servicio secreto). Nada desdeñable en un largo de esta solidez y energía dramáticas, que justifican nuestra recomendación.

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