Que un cineasta tan hábil como Alejandro Amenábar decida meterse en la ficción televisiva con la miniserie La Fortuna (2021), adaptación del cómic El tesoro del Cisne Negro, del guionista Guillermo Corral y el dibujante Paco Roca (2018), para la AMC y Movistar Plus, debería alegrar a todos los cinéfilos entusiastas. No obstante, cualquiera podría objetarnos con buena vista que este director español nacido en Chile lleva, como poco, doce años sin estrenar nada verdaderamente destacable.
Dio la campanada en los Premios Goya con su ópera prima, la sobrevalorada Tesis (1996), a la que le siguieron la aceptable Abre los ojos (1997), las monumentales Los otros (2001) y Mar adentro (2004), que triunfaron en los Goya y, la segunda, en los Oscar también, la interesante Ágora (2009), la fría pero muy honesta Regresión (2015) y la desaprovechada pero muy digna Mientras dure la guerra (2019).
Lo primero que debemos decir sobre La Fortuna es que Alejandro Amenábar se ha dado cuenta, como todo espectador que esté muy atolondrado, de que resulta por completo imposible que su secuencia inicial no nos traiga a la memoria la de Titanic (James Cameron, 1997); y lo resuelve con una inteligencia intachable.
Una miniserie ágil pero sin el nervio de Alejandro Amenábar
Sin embargo, y a pesar del talento evidente del realizador, podríamos temer que errara el salto de la pantalla grande a la pequeña. Pero se lo ve con bastante soltura en este medio; quizá porque antes saltó la perspectiva cinematográfica al entorno televisivo y, a estas alturas, en las productoras españolas se han enterado y hoy dispone de cuantos recursos necesita para ofrecernos una planificación tan ajustada. Sin embargo, es él quien la colma de una agilidad sutil y de coherencia audiovisual.
Así y todo, Alejandro Amenábar debería haberse currado la transición temporal de La Fortuna; al menos, en el primer instante que se produce, con un montaje encadenado o incluso un corte con una asociación de conceptos. Además, le falta nervio a la narración; en especial, al la parte decimonónica; y difícilmente puede emocionarnos el empeño legítimo de los protagonistas sin ello y sin la destreza para los diálogos chispeantes de un tipo como Aaron Sorkin (Algunos hombres buenos).
No es que a Alejandro Hernández y al propio director se los pueda considerar unos mantas en este sentido, claro; del segundo, ya sabemos, y la firma del otro está en los guiones de Habana Blues (Benito Zambrano, 2005), Caníbal, Todas las mujeres (Manuel Martín Cuenca, Mariano Barroso, 2013), El autor (Martín Cuenca, 2017), Mientras dure la guerra o Adú (Salvador Calvo, 2020), y por los cinco últimos ha obtenido nominaciones a los Goya y una estatuilla. Pero no se vive de las rentas con los nuevos proyectos.
Un reparto que cumple y una banda sonora ambivalente
La labor del elenco es siempre creíble pero nunca fabulosa, de modo que lo dejamos en que no se le puede afear ni los andares a Álvaro Mel (La otra mirada) como Álex Ventura, ni a Ana Polvorosa (Mi gran noche) encarnando a Lucía, ni a Clarke Peters (The Wire) en la piel de Jonas Pierce, ni a Stanley Tucci (El caso Slevin) como Frank Wild, ni a Karra Elejalde (Nos miran) interpretando al Ministro de Cultura ni a T’Nia Miller (La maldición de Bly Manor), Manolo Solo (30 monedas), Pedro Casablanc (White Lines) o Blanca Portillo (Siete mesas de billar francés) como Susan McLean, Horacio Valverde, el embajador de España y Ceta.
Por otro lado, el gusto de Alejandro Amenábar por la ópera se deja sentir una vez más en La Fortuna, y las indicaciones que le ha debido de darle a Roque Baños (Crimen ferpecto) para componer la banda sonora, mayormente adecuada y con alguna partitura de cuerda vibrante, adolecen de nuevo de esas notas de viento ingenuas que oímos cuando algún personaje lanza un discurso solemne, muy típicas de ciertos dramas más o menos académicos de Hollywood. Y no es que le falte elocuencia a esos discursos, cuidado, pero se resienten un poco a causa de este asunto.
El candor y la narración apurada de ‘La Fortuna’
No es lo único así. La miniserie se muestra candorosa en general, y hay otros detalles de ese estilo exacerbados en ciertas interacciones, y alguno hasta ridículo, que parecen bastante impropios de un cineasta con casi treinta años de trayectoria artística. Tan impertinentes como la repetición de algún tema musical, podríamos añadir. La mayoría de los episodios acaba en alto, eso sí, con un remate muy consciente de la faena; y no caben vacilaciones sobre que el realizador ha comprendido la virtud de lo impredecible en la serie de la AMC y Movistar Plus.
Casi no hay giros que el público pueda anticipar al margen de a dónde se encamina por el tono, y eso se agradece. Y tal vez la mejor decisión de Alejandro Amenábar e ídem Hernández como guionistas de La Fortuna supone lo que probablemente sea respetar el hilo del relato en el cómic. Así, apura las posibilidades de su intriga como si la repelara con un cuchillo jamonero. De esta forma, nos satisface; pero se queda en una breve ficción televisiva que no desagrada a los que valoramos a su director pero tampoco enamora ni un pelín ni, desde luego, hasta las trancas.