El canario Mateo Gil nos ha dado varias razones para que sea conveniente seguir su trayectoria en esto del séptimo arte. La primera que nos brindó fue un corto tremendísimo titulado Allanamiento de morada (1998), después coguionizó con sus directores tres películas más o menos notables: la oscarizada Mar adentro (Alejandro Amenábar, 2004), El método (Marcelo Piñeyro, 2005) y Ágora (Amenábar, 2009), y escogió la historia de ese western crepuscular admirable que es el poco conocido Blackthorn: Sin destino (2011) para llevar a cabo su segundo largometraje como realizador.

La idea de Tesis (1996) y el libreto de Abre los ojos (1997) también los elaboró mano a mano con su amigo, el eminente artífice de Los otros (2001); y luego rodó asimismo Nadie conoce a nadie (1999), Regreso a Moira (2006), Proyecto Lázaro (2016) y Las leyes de la termodinámica (2018), por si a alguien le interesa. Con lo más destacado de su crurrículum, era impepinable que estaríamos bien dispuestos a zamparnos Los favoritos de Midas (2020), la correcta miniserie que ha realizado para Netflix según el relato homónimo de Jack London (1901).

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Su inicio in extremis va al grano y el enigmático planteamiento nos lo lanzan muy pronto. Pero si logra despertarnos la curiosidad es porque las amenazantes circunstancias en las que se ve implicado el protagonista, Víctor Genovés (Luis Tosar), para su infortunio son de por sí intrigantes, no gracias a que los guiones de Arantxa Cuesta (El patio de mi cárcel), David Muñoz (El espinazo del diablo), Miguel Barros (Los sin tierra), que ya había escrito el libreto de Blackthorn y ha sido acreditado como correponsable de Los favoritos de midas y el propio Mateo Gil, resulte muy ingenioso o elocuente.

Ni porque la planificación visual y el montaje de sus seis capítulos se revelen especialmente férreos, hipnóticos o muy atractivos, con alguna clase de virguería o unas virtudes que nos complazcan mucho. Aquí no está el más lúcido Mateo Gil, en pleno uso de sus facultades como cineasta, y Los favoritos de Midas no cuenta ni con lo sorprendente y lo avasallador de Allanamiento de morada ni, sin duda, con el potente aparato audiovisual de Blackthorn y su agradable regusto clásico. Nada de esto quita, sin embargo, que la composición sea la que uno le supone a un director competente en todo momento, pero no brilla, nunca sobresale.

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Si algún mecanismo persistente hay en la letra y en la pantalla, tal es el montaje paralelo o simple con voz en off, lo que le proporciona coherencia narrativa. Por otro lado, algunos fragmentos de la digna banda sonora de Los favoritos de Midas, compuesta por Lucas Vidal (Mientras duermes), que ya firmó para Mateo Gil la de Proyecto Lázaro, nos traen a la memoria partituras de Ramin Djawadi en Westworld (Jonathan Nolan y Lisa Joy, desde 2016), y otros, las de Hans Zimmer para Interstellar (Christopher Nolan, 2014) o Blade Runner 2049 (Denis Villeneuve, 2017).

De su elenco nada malo se puede decir. A Luis Tosar (Celda 211) se le nota el oficio con cada gesto e inflexión de su Luis Genovés, Marta Belmonte (Los simuladores) ofrece una Mónica Báez creíble y da mucho gusto ver a Guillermo Toledo (La lengua de las mariposas) como Alfredo Conte. Y los demás cumplen. De lo contrario, no podría sostenerse en su aceptabilidad como entretenimiento con giros sobrios y trasfondo político, más cerca en nivel a Proyecto Lázaro y muy lejos de la estupenda Blackthorn. Porque, en verdad, no es el mejor Mateo Gil quien ha rodado Los favoritos de Midas.

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