Para su quinta temporada, que ya se puede ver en HBO Max en España y en Paramount+ en Latinoamérica, la serie El cuento de la criada encuentra por primera vez un punto de esperanza. Con June (Elisabeth Moss) convertida en una refugiada en Canadá, el tono del la serie cambia. O, al menos, varía lo suficiente como para permitir que su atmósfera cruel y violenta tenga un ligero matiz hacia una percepción nueva. ¿Puede el Estado de Gilead tener un final? La pregunta se la plantea el argumento en sus dos primeros capítulos, lo cual, por supuesto, no es casual.
La historia de El cuento de la criada, que recibió una sexta y última renovación, se encamina a su conclusión. Una que debe englobar, de una forma u otra, la caída del fascismo teocrático central o, al menos, vislumbrar su debilidad interior. La nueva temporada lo hace. Pero también incorpora elementos novedosos que sostienen la idea sobre el horror político convertido en parte de la vida común. Gilead ya no es un coloso invencible destinado a perdurar a pesar de cualquier esfuerzo en su contra. Su debilidad es más evidente, pero, justo por ese motivo, se hace más peligroso. Y su necesidad de permanecer a toda costa, más urgente.
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La serie llega a su quinta temporada retratando una sociedad tan distópica como plausible. Imperdible.
El cuento de la criada, cuyos capítulos anteriores fueron acusados de perpetuar una explícita crueldad en favor de espectacularidad, llega a un nuevo equilibrio. Uno que muestra a Gilead como una superpotencia destinada a derrumbarse, pero cuyas bases están sostenidas en el miedo. Incluso, de los que han huido y que ya pueden mirar el paisaje brutal del Estado desde la distancia.
Con una habilidad narrativa precisa, El cuento de la criada utiliza a June (Elisabeth Moss) para demostrar la profundidad del que será el conflicto de la temporada. Lo hace con tanta pulcritud como para que la sensación de amenaza y acecho sea más insistente que nunca. Eso, a pesar de que el personaje es la demostración viva de la posibilidad de la subversión desde la central del peligroso fascismo del que escapó.
Pero, aun con toda su cualidad rebelde, June sigue siendo una víctima. Una que, además, sabe que Gilead todavía la reclama a la distancia con un vínculo del que no puede escapar. De modo que el argumento muestra lo insalvable. El personaje debe analizar sus opciones y comprender que lo que la reclama al otro lado de la frontera no se puede salvar. Logró escapar de los rigores de Gilead, pero dejó atrás a su hija mayor. De nuevo, el guion analiza uno de sus puntos más duros de asimilar. Alcanzar la libertad (o una cuota de ella) a costa de un sufrimiento implacable.
El cuento de la criada: volver al lugar del terror
Antes, el guion profundizó con morboso detalle acerca de la violencia que supone el control del totalitarismo patriarcal que aplasta a sus personajes. Pero en los nuevos episodios se hace preguntas acerca de sus fisuras. También, muestra cuál es el coste (físico y mental) de enfrentar un aparato político destinado a la aniquilación de la personalidad y a la deshumanización. June sufre, está llena de una cólera destructiva que amenaza su estabilidad mental en el momento en que la necesita con más urgencia.
El cuento de la criada también ha sido siempre una historia de supervivencia. En los nuevos episodios, se hace preguntas directas acerca de lo que puede provocar una experiencia semejante a una víctima bajo un terror prolongado. June lo es y, a pesar de que se encuentra junto a su esposo Luke (O. T. Fagbenle) y Moira (Samira Wiley), la oscuridad no está lejos. La serie toma la acertada decisión de mostrar la cualidad escindida de la mente del personaje, que lucha por adecuarse al presente. Pero no solamente no lo logra, sino que sabe que el pasado —y todo lo que atravesó— está más cercano que nunca.
La cámara sigue a June a través de su nueva vida con una mirada descarnada. El baño del bebé Nichole, los amaneceres de irreal belleza, las reuniones entre conocidos. Las calles amplias, sin vigilancia, la total independencia de la que disfruta. Pero no es suficiente. June está marcada por una necesidad de venganza que no logró colmar y que, ahora, es más urgente que nunca.
De hecho, la serie pondera acerca de lo ineludible de la retaliación. Lo ocurrido con Fred Waterford (Joseph Fiennes) al final de la temporada anterior no es suficiente; fue puntual y no general. June desea algo más, necesita enfrentar un monstruo real que sigue siendo parte de su vida. Es a partir de esa premisa que el argumento comienza a construir los nuevos hilos de su historia.
Una nueva mirada a viejos dolores
Hasta ahora, El cuento de la criada atravesó una evolución que no siempre benefició a la historia central. Si antes la atención al sufrimiento físico fue considerada casi de detalle pornográfico, la nueva temporada hace lo propio con el sufrimiento emocional. Una transición que permite a la serie crecer y hacerse cada vez más profunda en sus planteamientos. Esta vez, el peso del dolor no está en las heridas visibles, en las sesiones de tortura o en el poder total sobre las víctimas. Se encuentra en el lugar contrario y el cambio de tono reinventa la serie desde sus cimientos.
June es otra mujer. Lo intenta, lo cree y, durante las primeras secuencias, parece inevitable asumir que atravesar la frontera cambió su vida en lo esencial. Pero, en realidad, la víctima que se enfrentó a la crueldad con todas las armas y triunfó excede la vida pacífica de la que ahora disfruta. La serie hace especial énfasis en sus dos primeros capítulos en dejar claro que June es un héroe roto. Un personaje destruido cuyas piezas mentales y emocionales están dañadas de manera permanente. ¿Qué necesita June, que finalmente se encuentra más allá del alcance del poder totalitario que la martirizó?
La pregunta en la serie no tiene respuestas. No inmediatas, aunque sí evidentes. June se mira al espejo, va de un lado a otro en silencio. La cámara se concentra en la expresividad dolorosa y tensa de Moss para lograr un mensaje entre líneas. El personaje está cerca de tomar una determinación y el ritmo del argumento sigue el de su mente. Canadá es luminoso, limpio, plácido. Un paisaje atemporal que no es otra cosa que una pequeña pausa entre algo mayor.
El horror convertido en pasado que no desaparece en El cuento de la criada
June está rota a niveles difíciles de comprender para quienes la rodean. La serie utiliza largos primeros planos para analizar su sufrimiento y, al menos durante el primer capítulo, la pregunta es obvia. ¿Puede superarse una experiencia como la vivió de una manera u otra? El personaje contiene las lágrimas, se aferra a una tranquilidad aparente. También a la cólera. La que la empuja a comenzar a ponderar una decisión que para ella es impostergable.
Por supuesto, la serie juega de nuevo con la paradoja de lo forzoso. June no deja de recordar las torturas, a Hannah atrapada en un lugar cada vez más corrosivo y violento. En realidad, ¿logró June abandonar Gilead? La serie deja claro que este breve espacio de tranquilidad solo es un momento para tomar fuerzas. Para crear un plan, para que la estrategia de enfrentar el poder se haga más firme.
Eso, mientras en Gilead el horror continúa siendo el mismo. Lo que, quizás, sea uno de los puntos bajos de la nueva temporada de El cuento de la criada. Gilead no cambia, a pesar de la demostración de poder del final de la anterior.
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Existe la posibilidad de la rebelión. Pero, en realidad, la serie está más interesada en demostrar que el monstruo del totalitarismo cura sus heridas con mayor control. ¿Qué pueda resultar del enfrentamiento entre una víctima convencida de su necesidad de luchar contra la oscuridad y un sistema implacable? Esa es la gran pregunta que El cuento de la criada deberá responder para sus nuevos episodios.