Hay multitud de cinéfilos que no tienen muy claro lo que es y lo que no es el cine de autor. Unos piensan que se trata del cine independiente. Otros, que todo el campo es orégano y que cualquier director es autor, o únicamente los más conocidos. Y a montones lo relacionan con el cine más extraño o, para ellos, cultureta, y sobre todo, con aquel para paladares minoritarios que no se come una rosca en taquilla. Las películas de Alejandro Amenábar son un ejemplo de ello.

Pero cine de autor es algo mucho más transversal: los directores con autoría, además de poseer sus propios rasgos estilísticos en la elaboración de sus películas, albergan una visión particular del mundo. Un deseo de expresarla a través las imágenes en movimiento y un compromiso profundo con esta labor; y podemos encontrar a unos pocos de ellos en cada rincón de la industria.

Los demás son mercenarios que, con mayor o menor acierto, ruedan lo que se les encarga; mientras que los autores suelen escribir sus propios guiones. En ciertos casos, hasta controlar más aspectos de la producción, como el presupuesto, o incluso afrontar la composición de la banda sonora.

Por supuesto, que un director de cine sea autor no quiere decir que merezca la pena conocer sus ideas ni que sus aportaciones sean realmente valiosas; del mismo modo que puede incorporar a sus proyectos ingredientes comerciales, del gusto de la mayoría del público, y arrasar en taquilla sin problemas. Y no ha sido hasta que he visto la última película del totalizador Alejandro Amenábar cuando he comprendido de veras y por primera vez, quizá tarde, su trayectoria y sus intereses como autor cinematográfico.

Del divertimento de género al humanismo racionalista

Echando un vistazo a la pequeña ristra de las películas de Alejandro Amenábar, cualquiera podría pensar que se ha dedicado a dar brincos de un género a otro con el ánimo de probar a ver qué tal la experiencia y el resultado en cada uno. Del thriller a la ciencia ficción, el terror, el drama, el cine histórico y, de nuevo, al thriller, volviendo a sus orígenes tal como han proclamado algunos.

Pensar que Amenábar va probando géneros es una visión superficial y nada comprensiva de su obra

Pero esta es una visión superficial y nada comprensiva de su carrera o, más bien, de su obra, en cuya primera etapa hay un claro gusto por la pura narración. Un afán de contar historias diferentes a las que se suelen encontrar en el cine español, de armar artefactos narrativos por el sencillo deleite de armarlos para inquietar y sobrecoger al respetable, con una perspectiva sombría de la existencia y de las relaciones humanas.

Los cortos fallidos de Alejandro Amenábar

Sus primeros cortometrajes, fallidos, contienen intriga y explosiones de violencia, y hubo quien pudo intuir en su ejecución que el inexperto Amenábar podía dar más de sí en caso de que le proporcionasen más medios y, apunto, si puliese sus guiones de forma que escapasen a la inverosimilitud de los detalles. La cabeza (1991), imposible de encontrar, adapta una leyenda urbana sobre una mujer que espera la llegada de su marido a casa, con un giro final que lo convierte en una locura inadmisible.

El metacinematográfico Himenóptero (1992), que da nombre a su productora, acerca de unos jóvenes que ruedan un corto de terror en un instituto cerrado, aprovecha los escasísimos medios con los que cuenta, pero cae por la pendiente del lógico cutrerío y de lo inexplicable. Las dos versiones de Luna (1994 y 1995) le dan la vuelta a las tramas de autoestopista y funcionan bien, incluso con algunas decisiones de enfoque y montaje que le honran por lo tempranas, hasta que acaban precipitándose sin haber preparado lo suficiente para lo que se avecinaba y se sirven de algún elemento fuera de lugar.

Las películas de Alejandro Amenábar para la historia

La gran oportunidad, que sobrepasó sus expectativas y le colocó en el mapa cinematográfico al conseguir siete premios Goya, le llegó con Tesis (1996). Una universitaria (Ana Torrent) que prepara un estudio sobre violencia audiovisual y que se ve envuelta en un misterio acerca de las snuff movies, en el que se implican dos personajes interpretados por Fele Martínez y Eduardo Noriega. Muy sobrevalorada, quizá por la falta de costumbre en el cine español, se encuentra lejos de ser una obra madura y no podía serlo; sin embargo, posee un buen ritmo, ideas frescas de montaje, capacidad para intrigar y una última escena muy recordada.

En sus dos primeras películas, 'Tesis' y 'Abre los ojos', dejó sendas secuencias indelebles en el imaginario cinematográfico colectivo

Más interesante fue su siguiente película, Abre los ojos (1997), que cuenta la historia de César (Eduardo Noriega) y de cómo los celos de una antigua amante (Najwa Nimri) por la aparición de otra mujer (Penélope Cruz) le cambian la vida. Con un guion más complejo que da saltos temporales más complicados de lo que parece en un principio, y con el director afianzándose tras las cámaras y en posproducción, su trama se va enrevesando hasta alcanzar a una conclusión de lo más sorprendente. Y al contrario que en su opera prima, la secuencia más recordada de la película es la de apertura. No es poca cosa que, ya con sus dos primeras películas, Amenábar dejara dos recuerdos indelebles en el imaginario cinematográfico colectivo.

El triunfo de 'Los Otros'

Los otros

Pero su mayor logro de esta etapa, con el que su talento por fin descolló de veras, fue Los otros (2001), un impecable juguetito narrativo protagonizado por una espléndida Nicole Kidman, que se metió en la piel de Grace, una madre atormentada que vive con sus dos hijos en un caserón de la isla de Jersey tras la Segunda Guerra Mundial, y que ve tambalearse la estabilidad de su hogar y la suya propia por una serie de sucesos. La sutileza y el buen pulso con el que Amenábar va construyendo el relato fantástico, pieza a pieza, hipnotizándonos con su sabia elección de planos y movimientos de cámara, hasta sacudirnos con un final demoledor y escalofriante de doble fuga no tiene precio, y hace del todo inolvidable a este filme ganador de ocho premios Goya.

Su segunda etapa para las películas de Alejandro Amenábar comenzó con Mar adentro (2004), la oscarizada traslación al cine de los últimos años de vida de Ramón Sampedro (Javier Bardem), un tetrapléjico que pedía que se le concediese la eutanasia, y que Amenábar convierte en un drama esplendoroso, lleno de hallazgos visuales y de secuencias hermosas y conmovedoras que no pueden dejar insensible a nadie. Aunque, por supuesto, no gustó nada a aquellos que detestan reivindicaciones como'Los otros' y 'Mar adentro' son las cumbres de sus dos etapas cinematográficas las de Sampedro por cuestiones religiosas y que, además, no comprenden que la ideología no es un valor artístico y que una película no es mejor o peor según la que en ella se trasluzca.

El éxito internacional

Ágora (2009) también fue objeto de polémica para los mismos por el simple hecho de relatar algo que verdaderamente ocurrió, la historia de Hypatia (Rachel Weisz), intelectual de la antigua Alejandría que se enfrentó al fanatismo religioso de su época, el siglo IV. Sin titubear en ningún momento y ya dueño de su oficio, Amenábar nos presenta un fresco histórico en el que la tensión va en aumento y estalla en una emotiva y terrible secuencia final que, en cualquier caso, no consigue conmover todo lo que podría porque no se llegó a construir el clima emocional lo suficiente para ello. En cualquier caso, fue la guinda a una obra menor que sus antecesoras.

En 'Mar adentro' carga contra los liberticidas morales; en 'Ágora', contra la intolerancia religiosa; y en 'Regression', contra la insensatez colectiva

Y, con el simpático e insignificante cortometraje comercial Vale (2015) de por medio sobre la irrupción de una estadounidense en un grupo de amigos españoles, con Dakota Johnson, Quim Gutiérrez y Natalia Tena, ha sido Regression el filme que me ha abierto los ojos respecto a por dónde van los tiros con este director.

Trata sobre un detective de la policía de Minnesota (Ethan Hawke) que investiga lo que hay detrás de la acusación que una joven (Emma Watson) hace contra su padre en los años noventa del siglo pasado, y el desarrollo de los acontecimientos afecta profundamente tanto a la comunidad como a él mismo. Amenábar reduce aquí su labor a narrar esta historia con sencilla eficacia, no simplemente sin alardear con algún truco u ocurrencia visual, sino desapareciendo, pues no hay en esta película ningún rasgo de estilo por el que se pueda distinguir la mano de su director. Salvo, quizá, la elección del tema y su desenlace.

En busca de la libertad en las películas de Alejandro Amenábar

Si en su primera etapa escogía sus proyectos como narrador puro, sus últimas tres películas revelan un interés vigoroso por las causas y los dramas humanistas, por presentar conflictos en los que personajes racionales se enfrentan a los desbarros del mundo: en Mar adentro, por el derecho a una muerte digna y contra los liberticidas morales; en Ágora, por la libertad y la tolerancia y contra el fanatismo religioso; y ahora, en Regression, por la sensatez comunitaria y contra la histeria colectiva.

Esa es la visión particular del mundo que Amenábar nos quiere trasladar en los últimos tiempos, el hilo conductor que recorre su obra cinematográfica como autor maduro. No es moco de pavo con los vientos que soplan, y ganado me tiene para su causa en ese sentido. Lástima que una perspectiva noble no baste para producir grandes películas pero, si ya lo ha hecho antes con las cumbres de sus dos etapas, nadie le puede negar que es muy capaz de volver a maravillarnos en el futuro.

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