Hombres discutiendo sobre el útero y la libertad de una mujer. Esa es la disputa que tanto está dando que hablar en los últimos meses, desde que el tema de la ley del aborto vuelve a estar en el candelero. ACM tenía 27 años cuando abortó. Fue en 2002, aún con la ley de 1985, que establecía que solo se podía abortar bajo tres supuestos: violación (supuesto criminológico), malformación del feto (supuesto eugenésico) o riesgo para la salud física o psíquica de la embarazada (supuesto terapéutico). En su caso fue claramente el último, pues en ese momento tenía a una hija de menos de un mes y, además, se encontraba atravesando una depresión. Aunque su marido no estaba del todo de acuerdo con su decisión de interrumpir el embarazo, la apoyó en todo momento y la acompañó a la clínica privada, en la que primero se encontró con el médico, que la asesoró sobre el mejor método para abortar en su caso, y después con el psicólogo. Ante las preguntas de este no pudo más, se desmoronó y le contó que tenía un bebé de menos de un mes, que sentía que era una mala madre y que no quería convertir a otro niño en un desgraciado. El profesional confirmó lo que ya suponía: su caso se catalogaría como supuesto terapéutico, por “problemas psicológicos”.
Pasado todo el proceso, pasó un mes y medio con bastantes molestias, pero lo peor no era el dolor físico, sino el mental. Se sentía una persona horrible y no se atrevía a contárselo a nadie. Finalmente reunió el valor para contárselo a dos amigas, que la comprendieron y apoyaron, haciéndola sentir más reconfortada. Han pasado diecisiete años desde entonces. Ahora sabe que tomó una buena decisión al abortar: “si no lo hubiese hecho no estaría contando esto, porque me habría suicidado”, narra tajante a Hipertextual.
Como ella, muchas mujeres deciden interrumpir sus embarazos por razones muy variadas: porque no se encuentran bien anímicamente, porque no tienen suficiente dinero para mantenerlos o, simplemente, porque no quieren. No es necesario que haya de por medio una violación o un problema de salud para decidir no seguir adelante. Solo la mujer embarazada conoce “lo que tiene dentro” y solo ella sabe si lo desea o no. Nadie debería imponerle nada. Por eso, en 2010 se cambió la ley a una de plazos, en la que se establece que cualquier mujer puede abortar si lo hace antes de la semana 14, mientras que si hay graves riesgos para su vida o la del feto el plazo se amplía hasta la 22. Más tarde, en 2015, se añadió una pequeña reforma, por la que las chicas menores de edad no pueden tomar la decisión por sí solas, sino que deben acudir al centro de interrupción de embarazo acompañadas de un tutor legal, que autorice el procedimiento.
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Ese es el estado actual de una ley muy discutida, tanto por políticos como por personas pertenecientes a diferentes grupos sociales, que esgrimen todo tipo de razones para defender que el aborto no debería ser una decisión libre. Paradójicamente, la mayoría de ellos son hombres, cuyos argumentos se desmontan fácilmente, con esa herramienta tan necesaria cuando se intenta ayudar a imperar a la razón: la ciencia.
La decisión de la semana catorce
El 5 de julio de 2010 entraba en vigor la Ley Orgánica 2/2010 de salud sexual y reproductiva y de la interrupción voluntaria del embarazo, conocida más comúnmente como ley de plazos. En ella, se establecía que cualquier mujer que quiera interrumpir su embarazo, sea cual sea la causa, puede hacerlo de forma legal, siempre que sea antes de la semana 14. Además, este plazo se amplía hasta la semana 22 en caso de que exista serio peligro para la salud de la embarazada o riesgo de anomalías graves para el feto. Para ello existen centros homologados concertados con la seguridad social, a los que las pacientes pueden ir directamente o derivadas desde su médico de cabecera, como ha explicado a Hipertextual la presidenta de la Asociación de Clínicas de Interrupción Voluntaria del Embarazo (ACAI) y directora médica de las clínicas GineGranada y GineAlmería Francisca García Gallego.
En el momento que la mujer acude a la clínica o a su centro de salud con la intención de abortar, se le informa sobre cuáles son las técnicas y a qué centros se pueden dirigir. Además, se le entrega información sobre las ayudas a la maternidad de las que dispondría en caso de seguir adelante, mientras que si es un caso de malformación fetal se le entrega información diferente, sobre las ayudas para personas con discapacidad. Por otro lado, si no hay malformación la ley regula que una vez que se entrega la información la mujer dispone de tres días para decidir qué quiere hacer, aunque, según García Gallego, esto no suele ser necesario. “Por nuestra experiencia, cuando la mujer acude a solicitar un aborto lo tiene ya más que decidido, por lo que pasa todo ese tiempo dando vueltas a una decisión que ya ha tomado”.
De cualquier modo, en todo momento se favorece que la embarazada tenga claro qué quiere hacer, informándola sobre todos los caminos que puede seguir. Ahora bien, todo esto solo puede llevarse a cabo si es dentro de las catorce semanas. ¿Pero por qué esa cifra?
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“El criterio utilizado para tomar esta decisión es el escaso desarrollo del feto en ese momento, aunque el hecho de que sea la semana catorce carece de más relevancia”, cuenta a este medio el doctor en filosofía y derecho e investigador del Observatorio de Bioética y Derecho de la Universidad de Barcelona Manuel López Baroni. ”Había que elegir una fecha y se eligió esa”. Por otro lado, apunta que la elección de la semana catorce permite a las mujeres elegir si quieren interrumpir su embarazo o no. “Lo relevante no es tanto la semana en concreto (podría haber sido algo antes o algo después, y lo mismo el criterio cambia algún día), sino que se permita a la mujer ejercer ese derecho”.
Va más allá la presidenta de ACAI, quien lo enfoca desde el punto de vista del desarrollo embrionario. “En nuestra asociación planteamos que la libre decisión de la mujer tendría que plantearse en torno a la semana 24, porque es cuando el embarazo ya puede ser independiente”, aclara. “De todos modos, la ley establece que sea la semana 14 y en la práctica creo que está siendo útil”.
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Algunos detractores del aborto alegan que con él se termina con la vida de una persona. Sin embargo, es una afirmación que depende más de ideologías que de un consenso científico. “La ética depende de variables ideológicas”, puntualiza López Baroni. “La definición de qué es un ser humano, también”. “Para un católico, un embrión es un ser humano; para un materialista, un laicista, o simplemente un ateo, no. En esta temática, un médico o un biólogo no definen condicionados por sus conocimientos científicos, sino por sus coordenadas ideológicas, aunque no sean consciente o no lo acepten”. Además, añade que, jurídicamente, el Tribunal Constitucional español dictaminó que los embriones no son personas (lo que no significa que no tengan cierta protección). “Éticamente, depende de las coordenadas ideológicas desde las que se parta”, aclara. “Las religiones dependen de sus respectivos credos. El protestantismo es más proclive a aceptar el aborto en determinados casos, así como el divorcio, al igual que determinadas interpretaciones del islam y al contrario de lo que sucede, por ejemplo, en el catolicismo”. Por otro lado, es una cuestión que también depende de la época. “Durante bastantes siglos, la Iglesia Católica aceptó el aborto”. En definitiva, las soluciones a los problemas son éticas o no en función de criterios ideológicos, no científicos.
Cuando las cifras hablan
Otro de los grandes temores de algunos detractores del aborto es que por su causa la población disminuya tanto que en un futuro sea imposible financiar las pensiones. ¿Pero es esto realmente un argumento de peso?
Si esto fuese así, el número de abortos habría aumentado notablemente desde 2010, pues fue el año en que se legalizó la interrupción libre del embarazo, sin necesidad de alegar ningún supuesto. Sin embargo, si se observan las cifras del Ministerio de Sanidad se puede observar que, en realidad, estos han seguido una línea descendente desde entonces.
Es cierto que en 2011, justo después de la aprobación de la ley, se pasó de una tasa de **11’49 por cada 1.000 mujeres con edades entre los 15 y los 44 años a un 12’47. Efectivamente, se observa el cambio en la legislación, pero inmediatamente estas cifras comienzan a caer cada año, hasta posicionarse en un 10’51 en 2017, siendo este el único año en el que se experimentó un ligero aumento, con respecto al anterior, que fue de 10’36.
Estas estadísticas reflejan también otro factor tan importante como el momento en el que preferentemente abortan la mayoría de mujeres, ya que en 2017 el 70’22% lo hicieron antes de la semana 8** y solo el 23,38% entre la 9 y la 14, perteneciendo el resto al grupo de gestantes que deben interrumpir el embarazo más tarde, por posible peligro para ellas o el feto.
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Esto indica que, incluso fijando la ley un tope máximo para el aborto libre en la semana 14, la mayoría de mujeres tienen claro lo que quieren y lo hacen antes de la 8, cuando el embrión, de apenas 20 milímetros, se encuentra a una distancia abismal de ser independiente.
Cuestión de derechos
La bioética es la rama de la ética dedicada a proveer los principios para la conducta más apropiada del ser humano con respecto a la vida y se rige en base a cuatro principios fundamentales: autonomía, beneficiencia, no maleficiencia y justicia. El primero, que utiliza como bandera en medicina e investigación científica el consentimiento informado, defiende que el paciente debe poder actuar y decidir sobre su salud de forma independiente, sin presiones. Es por este motivo que López Baroni expone este principio como el más importante para defender la importancia del aborto libre: “La mujer decide de forma autónoma si interrumpe o no su embarazo”, expone al ser preguntado al respecto. “Sin embargo, personalmente prefiero enfocar esta cuestión desde la perspectiva de los derechos sociales. Si se prohíbe el aborto, a quien se perjudica es a las mujeres con menores recursos económicos, que acaban abortando en la clandestinidad. Las mujeres con más recursos abortan fuera”.
Esta afirmación hace inevitable otra pregunta. ¿Qué pasaría si se eliminara la ley del aborto o se retrocediera de nuevo a la de 1985? Esto es algo que a día de está aún muy presente en muchos países y que se vivió en España en el pasado. Como muestra, un artículo publicado en El País en mayo de 1985, a apenas un par de meses de que se aprobara la ley de supuestos. En él, se comentan alguna de las técnicas llevadas a cabo por las mujeres que no tenían recursos para abortar en el extranjero y, por lo tanto, tenían que hacerlo de forma clandestina.
Este artículo comenzaba citando que entre 1975 y 1979 habían muerto en España 48 mujeres a causa de un aborto inducido, aunque a estas podrían añadirse otras defunciones por motivos relacionados con esta intervención, como la infección por tétanos o las infecciones de riñón.
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Algunos de los métodos más empleados de forma casera y tradicional eran los baños de agua muy caliente o el consumo de purgantes o brebajes preparados a base de plantas tóxicas, como la ruda o un alga llamada pericelo de laminaria.
Estos y otros métodos siguen vigentes a día de hoy en países como Argentina, en el que el aborto libre continúa sin ser legal. Todos ellos pueden verse de una forma muy clara en un vídeo publicado el año pasado por la publicista Laura Visco. En él, se observa cuáles son las opciones más buscadas en Google para abortar con cada una de las letras del abecedario. Por ejemplo, en la A se pueden ver ejemplos tan escalofriantes como agujas de tejer, en la B el fármaco buscapina, en la C Coca Cola (recomendada en inyección) y así hasta la Z.
Los peligros de abortar en casa
Más allá de los rudimentarios métodos descritos en el vídeo de Visco, son muchos los foros sobre el aborto en los que se habla del uso de misoprostol para abortar en casa.
Este fármaco, a la venta bajo el nombre comercial Cytotec, se usa principalmente para el tratamiento de la úlcera duodenal y para la prevención de lesiones gastrointestinales inducidas por la administración de antiinflamatorios no esteroideos en tratamientos de larga duración. Sin embargo, también aumenta el tono uterino y las contracciones durante el embarazo, de ahí que pueda utilizarse para la práctica de abortos. Por todo esto, su venta en España está sujeta a prescripción médica, ya que un uso indebido puede generar graves efectos secundarios. Sin embargo, no es difícil encontrarlo en ciertas páginas de internet en las que se advierte de los peligros de tomarlo durante el embarazo, pero no se exige ningún documento médico. Todo esto es realmente peligroso, ya que, si bien es verdad que este fármaco puede utilizarse para realizar abortos en casa, debe hacerse en conjunto con otros medicamentos, y siempre bajo la supervisión de un profesional. “Una vez que la mujer va a la clínica, puede elegir este método si su embarazo se encuentra por debajo de las 8 semanas”, explica la presidenta de ACAI. “Previamente se le da otra medicación y entre las 24-48 horas posteriores toma el misoprostol. Puede hacerlo en su domicilio, pero siempre con una referencia telefónica”. Además, tiene que haber un protocolo previo y posterior. “Antes hay que hacer una ecografía, para comprobar que no hay patologías, y después se debe hacer una revisión a los 15 días, porque el aborto farmacológico puede fracasar y en ese caso habría que elegir otras opciones”.
Más educación y menos prohibición
Las mujeres que abortan lo hacen porque no desean tener hijos. Entonces, ¿no sería más útil evitar que se queden embarazadas, antes que obligarlas a seguir adelante con todo? Está claro que la educación sexual es un punto muy importante, al que a veces no se le da la importancia que merece, como ha explicado a este medio la psicóloga y sexóloga Laura Morán. “En mi opinión, a día de hoy la educación sexual sigue siendo deficitaria y reduccionista, centrada casi exclusivamente en profilaxis y anticoncepción”, relata. “Sé que algunos sexólogos, además, hablan de identidad de género y orientaciones sexuales, pero aun así son los menos y sigue siendo insuficiente”. “Si al hablar de sexo con los adolescentes solo les hablamos de preservativos y embarazos, parece que reducimos el sexo al coito, la protección frente a las ITS (infecciones de trasmisión sexual) y a la planificación familiar, aspectos esenciales e ineludibles, pero insuficientes para educar en sexualidad”. Además, la experta añade que los jóvenes terminarán buscando la información que necesiten y si no se les da de una forma adecuada lo harán en internet y lo más probable es que no encuentren precisamente contenido educativo: “Todos sabemos que lo que sale cuando googleas la palabra sexo en internet suele ser porno”.
Por otro lado, Morán recuerda que, si bien se suele comenzar a impartir educación sexual a partir de la adolescencia, el momento para empezar a hacerlo debería ser mucho antes. “Tendemos a asociar adolescencia con ‘despertar’ sexual y no es correcto”, aclara. “En la adolescencia tienen lugar unos cambios físicos, hormonales y sociales que influyen en la sexualidad, pero esta ya existía de antes y cómo se haya conformado influirá en cómo evolucione en la adolescencia”.
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Cita la definición de la OMS, que asegura que la sexualidad “es un aspecto central del ser humano, presente a lo largo de su vida, y abarca el sexo, las identidades y los papeles de género, el erotismo, el placer, la intimidad, la reproducción y la orientación sexual." Por lo tanto, la educación sexual debe formar e informar acerca de todas ellas. “Es importante que conozcan su cuerpo, los nombres y funciones de sus genitales, que se puede ser niña teniendo pene y niño teniendo vulva, que el respeto por el otro no significa sólo no pegar o no insultar, sino que hay que respetar también cómo el otro se siente y lo que le gusta (orientación sexual) aunque no sea la opción de la mayoría”.
Por último, destaca que en estos aprendizajes, seguramente, los padres y madres necesiten ayuda, vocabulario y herramientas para poder hablar de sexualidad con sus hijos.
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Por otro lado, ¿deberían añadirse a todos estos conceptos algunas nociones sobre el aborto? La sexóloga lo tiene claro. “Por supuesto”. “Creo que ha de informarse a los chicos y las chicas de las opciones que hay si se mantienen relaciones sexuales de riesgo, tanto de trasmisión de enfermedades como de embarazo, o en el caso de que fracase el método anticonceptivo empleado, de las consecuencias y de las soluciones”, argumenta. “La información es poder. La necesitan para poder tener y mantener relaciones afectivas y sexuales con conocimiento, saludables y funcionales”. De nuevo, incide en la importancia de asegurarnos de que reciben la información por las vías adecuadas. “Si no les damos esa información, la buscarán en internet o preguntarán a un amigo de una amiga del primo del vecino. No hablar de ello no hará que repriman las ganas de saber, experimentar o poner en práctica su sexualidad, sólo lograremos que lo hagan mal”.
Todo esto puede contribuir notablemente a que se reduzca el número de abortos, uniéndose a la eficacia de la pastilla del día después; que, según Morán, puede ser en parte gran responsable de la disminución en el número de interrupciones del embarazo que se ha dado en los últimos años. “Antes era muy complicado conseguirla, especialmente en fin de semana, ya que debía adquirirse con receta médica”, recuerda. “Sin embargo, en 2009 pasó a poder comprarse sin receta. Puede que esto haya favorecido la reducción del número de abortos”.
¿Cómo funciona la píldora del día después?
Educación sexual, anticoncepción de emergencia y, en el último de los casos, aborto. Aunque lo primero se puede mejorar, en España disponemos de todos los pasos necesarios para que una mujer sin problemas de fertilidad pueda tener hijos única y exclusivamente cuando lo desee. Cualquier otra cosa es un paso atrás y eso, en una sociedad que pretende caminar hacia delante, no deja de ser una equivocación.