Leo lleva un año intentando que en su DNI figure el nombre que él ha elegido, el que se corresponde con su propia identidad y no con la que se le asignó por su apariencia al nacer. Ha conseguido que aparezca en su tarjeta sanitaria y en el carnet de la asociación a la que pertenece. Sin embargo, el proceso para que figure en su documento nacional de identidad está siendo mucho más arduo. Aún más complicado es el caso de Ra, pues él no quería cambiar solo su nombre, sino también su sexo. Después de dos años hormonándose, tuvo que entregar la documentación del médico certificando que, efectivamente, había pasado todo ese tiempo haciéndolo. Además, también añadió a su solicitud un informe de su psicólogo, en el que se acreditaba su disforia de género. Sin ambos certificados no podía acomodar el documento a su verdadera identidad. Un año después, al no recibir ninguna noticia, acudió a los juzgados en busca de una respuesta a su petición. Afortunadamente, esta fue positiva: había recibido una sentencia favorable. Ahora, en su DNI figuran su nombre y su sexo, ¿pero realmente era necesario todo por lo que tuvo que pasar?
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En la actualidad, cualquier persona transexual que quiera solicitar el cambio de su nombre y sexo en el DNI tendrá que hacerlo después de presentar un diagnóstico de disforia de género y pruebas de haberse hormonado durante un mínimo de dos años para acomodar sus características físicas a las del género reclamado. Este requisito resulta denigrante para los miembros del colectivo trans, que llevan un año esperando el resultado de la reforma planteada por el Congreso para la ley 3/2007 del 15 de marzo, que establece estos requisitos médicos. Ahora, justo un año después de que la propuesta de reforma fuera aprobada por el Pleno, con el único voto en contra del PP, el Partido Popular vuelve a la carga, presentando una enmienda en la que se propone que al menos se mantenga el requisito de que los solicitantes certifiquen un diagnóstico de disforia para poder optar a las modificaciones de su documento de identidad.
¿Blanco o negro? Los grises también importan
En biología, como en otras muchas disciplinas y sectores, tendemos a clasificar todo en parejas: ¿Blanco o negro? ¿Dulce o salado? ¿Partidos de izquierdas o de derechas? ¿Playa o montaña? Sin embargo, no nos damos cuenta de que hay muchos tonos de gris, que un alimento puede ser dulce, con ciertos matices salados, los partidos de centro son cada vez más frecuentes y alguien puede disfrutar de vacaciones en cualquier destino, sin preferencias por playa o montaña. Ahora bien, ¿qué pasa con esta otra pareja? ¿Hombre o mujer?
Tendemos a considerar que solo se puede ser una cosa o la otra. Sin embargo, la ciencia ha demostrado que la escala de grises en este caso es muy amplia y que no porque los extremos sean mucho más frecuentes deben ser considerados como únicos. Lo explicó a la perfección en su charla de Naukas 2018 la bióloga y bioquímica de la Universidad del País Vasco Ana Aguirre. En ella, como se debe hacer con cualquier buen relato, cuenta la historia de la definición del sexo humano desde el principio: el estado embrionario.
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En un inicio, los embriones humanos poseen una gónada común, que poco a poco, a partir de la semana sexta de gestación, comienza a diferenciarse, bien hacia testículos, o bien hacia ovarios. Que el destino sea uno u otro depende de los cromosomas sexuales del individuo, que por lo general suelen ser XX en mujeres o XY en hombres. ¿Pero qué hay en esos cromosomas que pueda dirigir la diferenciación sexual hacia un extremo u otro? Concretamente, uno de los genes esenciales en este caso es el SRY, ubicado en el cromosoma Y. Este gen codifica para una proteína que a su vez activa otra colección de genes implicados en la diferenciación de los testículos. Así, si hay un cromosoma Y esa gónada común inicial tomará el camino “masculino”, mientras que en su ausencia continuará hacia el “femenino”.
Pero ese no es el único gen importante en estos procesos. También son importantes otros, ubicados en el cromosoma X o incluso en los cromosomas no sexuales. Entre estos últimos se encuentra el gen que codifica para la proteína 5-α-reductasa, cuya función es transformar la testosterona en dihidrotestosterona. Esta última es una hormona mucho más potente, que se une con más fuerza a los conocidos como receptores de andrógenos, con el fin de participar en la generación de los caracteres sexuales masculinos. ¿Pero de dónde salen esos receptores de andrógenos? De nuevo se trata de una proteína, codificada en su caso por un gen que se encuentra en el cromosoma X.
Por lo tanto, si alguno de estos tres genes falla, se pueden generar “apariencias” sexuales poco habituales. Por ejemplo, si se presenta una mutación en el gen SRY, aunque el individuo tenga cromosomas XY, su gónada inicial en estado embrionario no evolucionará hacia testículos, por lo que tendrán los caracteres sexuales de una mujer, con la única salvedad de que sus ovarios son no funcionales. Algo similar ocurre cuando un individuo tiene una mutación en el gen codificante del receptor de andrógenos. Para que la testosterona y la dihidrotestosterona puedan llevar a cabo su función deberían unirse a esta proteína, por lo que si esta no está presente no podrán hacerlo. Por lo tanto, estos individuos tendrían la apariencia de una mujer, pero con testículos formados. En cuanto a la 5-α-reductasa, si hay una mutación de este gen en un principio estos individuos XY tendrían la apariencia de una niña, pero al llegar la pubertad se produce una gran cantidad de testosterona, que compensa la falta de dihidrotestosterona, por lo que finalmente terminan desarrollando la apariencia de un varón.
¿Existe el gen de la homosexualidad?
Estos son solo unos pocos ejemplos de las muchísimas combinaciones de mutaciones que pueden ocasionar que un individuo tenga una apariencia diferente a la que le corresponde por sus cromosomas. Todas estas mutaciones llevan a que, como bien explica Aguirre en su charla, se tienda a considerar el concepto del sexo como una línea continua, en la que los extremos son los sexos masculino y femenino y en medio se encuentran todos los conocidos como intesexos. Cita también en su intervención un artículo de Nature en el que se finaliza diciendo que si queremos saber el sexo de un individuo deberíamos simplemente preguntárselo. El problema viene cuando no solo no se les pregunta, sino que se les impone un sexo que no es el suyo, simplemente por su apariencia física. Esto tiene solución, claro, pero siempre que puedan demostrar que tienen una “enfermedad” a ojos de la ley. Lo explicado anteriormente podría apoyar este requisito, ya que el término “mutación” nos lleva inevitablemente a pensar en enfermedades. Sin embargo, caracteres tan comunes como los ojos azules o el cabello pelirrojo también se deben a mutaciones. Los seres vivos evolucionamos a base de mutaciones que se van seleccionando con el tiempo. ¿Significa eso que estamos enfermos? Por supuesto que no.
https://hipertextual.com/juno/ted-lluis-montoliu-crispr-genetica-adn-albinismo
¿Un trastorno psiquiátrico?
Una vez demostrada la biología del sexo no binario, solo queda pensar si la transexualidad podría considerarse como un “trastorno mental”. De hecho, el requisito que el Partido Popular pretende perpetuar para el cambio de sexo en el documento de identidad es precisamente acreditar el padecimiento de una disforia de género. Esta condición se encuentra dentro de la quinta edición del manual diagnóstico y estadístico de trastornos mentales (DSM-V), ¿pero tiene sentido que sea considerado como un trastorno? En Hipertextual nos hemos puestos en contacto con Ana Adán, psicóloga, sexóloga y co-directora del centro de psicoterapia especializado en LGTBI Tú y Yo Psicólogos, que contesta así a esta pregunta:
El concepto trastorno describe las señales de anormalidad y de alteración de la salud en las que se encuentra una persona y la transexualidad no conlleva anormalidad o alteración de la salud. Se habla de disforia de género cuando existe malestar significativo o un deterioro en lo social, laboral u otras áreas importantes del funcionamiento. Si esto no se da, bajo mi punto de vista, no debería diagnosticarse nada.
De hecho, como también señala Adán, en la última revisión publicada del DSM se sustituyó el término trastorno de identidad de género (TIG) por el de Disforia de Género, ya que la transexualidad no puede ser considerada como un trastorno en sí mismo. Es un avance, como también lo es el hecho de que la Organización Mundial de la Salud sacara la transexualidad este mismo año de su lista particular de enfermedades mentales. Sin embargo, todavía falta mucho para acabar con la estigmatización a la que se someten diariamente estas personas.
La OMS ya no considera a la transexualidad como una enfermedad mental
Lógicamente, los transgénero requieren ayuda psicológica, e incluso psiquiátrica, en algunos casos, como también la requieren a menudo otras personas a las que la sociedad les hace sentir que no encajan. “Según mi experiencia clínica, lo tratable en la disforia de género es el malestar asociado a no parecer lo que siento que soy o los efectos de la transfobia existente en la sociedad. Lo demás no es tratable”, explica la psicóloga. “Si a una persona no le genera malestar que su sexo biológico no sea congruente con su identidad sexual y/o expresión de género, no hay motivo alguno para que sea tratada”.
¿Es entonces necesario certificar esa disforia de género o sería más útil tomar medidas para frenar esa estigmatización? No se debe olvidar que muchas veces es el propio proceso burocrático el que lleva a estas personas a sentir malestar y requerir tratamiento psicológico. Así lo ha contado a este medio Ana Adán:
“En muchas ocasiones, el malestar que vivencian las personas que están inmersas en el proceso de reasignación está asociado a lo largo que es y a los desafíos que tienen que ir afrontando. No olvidemos que un diagnóstico es una etiqueta más, y en este caso patológica. Hacer pasar a alguien por un profesional para que les diagnostique algo que no considera que le genere malestar, lo único que puede generar es sufrimiento. Desgraciadamente, son bastante frecuentes los casos en los que el proceso provoca ansiedad y conflictos psicológicos”.
Desde México al mundo: la transexualidad no es una enfermedad
También se refiere a esto en sus declaraciones a Hipertextual Ra. "Pasé todo ese tiempo en un limbo legal porque no sabía nada, renuncié a cosas de mi vida porque mi aspecto ya no coincidía con el del DNI y eso podía traerme problemas, así que no hacía nada en lo que tuviera que enseñarlo", asegura el joven. "Todo eso me generó una ansiedad brutal y daño psicológico; porque, además, sentía que mis amigos dejaban de hacer cosas por mi culpa (ir de fiesta o de viaje si implicaba sacar billetes, etc). Por otro lado, también tenía que estar pendiente a todo, sobre todo en clase, para que no se cambiaran las listas y no hubiera problemas".
Es curioso que estemos rodeados continuamente de libros de autoayuda y todo tipo de marcas cargadas de frases súper positivas que insisten en convencernos de que podemos ser lo que queramos ser. Sin embargo, cuando una persona busca certificar, no lo que quiere ser, sino lo que sabe que es, se encuentre con un sinfín de trabas cuyo único resultado es el mismo malestar que esas máximas de la felicidad y el buen rollo buscan eliminar. Desde luego, es para pararse a pensar en ello.