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En 2013, el iPhone 5s inició la era de la biometría moderna con Touch ID. Todos comprendimos que hacía falta mayor seguridad que la que elegía usar el usuario medio por aquel momento (ninguna, PINs sencillos o patrones de desbloqueo), pero sobre todo, mayor comodidad a la hora de desbloquear un smartphone, un hecho que se repite hasta 80 veces por día. El lector de huellas fue la solución: ofreció y ofrece una conveniencia sin precedentes a la vez que los terminales están mucho más protegidos. Dos años antes de aquello, sin embargo, el reconocimiento facial ya apuntaba maneras.

En 2011, con la llegada de Ice Cream Sandwich y el Galaxy Nexus, Google introdujo la función de reconocimiento facial para desbloquear el sistema. Se trataba de una función muy arcaica, y por tanto, muy poco segura. De hecho, en los mensajes de configuración, Google alertaba de que estábamos ante una función menos segura que un patrón o un PIN. Por ello, pese a suponer un avance importante, nunca fue demasiado popular, cayendo en el olvido rápidamente.

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La función ha estado presente desde entonces en todas las versiones de Android, aunque pasó de ser una función publicitada como prioritaria (junto a biometría, por ejemplo) a "enterrarse" en Smart Lock, donde incluso a día de hoy la podemos encontrar en el smartphone más moderno de Google, el Pixel 2 XL. Eso sí, continúa la advertencia de que no es muy de fiar, y junto a métodos de dudosa fiabilidad como el reconocimiento de voz o la detección corporal. Sin embargo, más allá de los Nexus y de terminales muy antiguos, pocas compañías han activado desde entonces esa opción para quien quisiera hacer uso de ella, y si lo han hecho, no presumían de ello en campañas de marketing. Volvemos a lo mismo: no lo hacían por falta de seguridad.

Face ID no sólo enterró Touch ID, también inició una moda a priori beneficiosa, pero en el fondo perjudicial para la seguridad.

A partir de ahí, la mecha se encendió con el iPhone X y su reconocimiento facial 3D Face ID. Excepto Samsung, que no consiguió marcar tendencia con su desbloqueo de Iris, ninguna compañía le estaba dando importancia a ir más allá de del lector de huellas, e incluso los surcoreanos, cuyo sistema era aparetemente más seguro que la huella por las características únicas del iris, acabaron sufriendo la acción de los hackers. Lo mismo ocurrió con su sistema de reconocimiento facial simple: una foto era suficiente para romper su seguridad.

Los problemas del presente

El mayor de los problemas del presente es que no son presentes, sino que vienen de 2011, y la cosa realmente no ha mejorado. Lo que ha ocurrido es que Apple ha vuelto a influir en la industria, y los actores se han dado prisa para emular su propuesta. Mi compañero Luis ya repasó este tema, pero ahora la cosa ha ido a peor, con matices.

El Xiaomi Mi 8 sí llega con un sistema de reconocimiento facial en el que a priori podemos confiar.

La parte buena es que terminales como el Xiaomi Mi 8 o el Oppo Find X ya cuentan con desbloqueo facial con captación de profundidad 3D, con lo que sus sistemas deberían ser tan seguros como el todavía no superado Face ID. La parte mala es que, casi todas las compañías, en vez de ponerse manos a la obra a lanzar terminales que ya tuvieran esos sensores integrados, han optado por el camino "fácil".

Luis ya repasó que terminales como el Honor 7X o el OnePlus 5 obtendrían desbloqueo por reconocimiento facial mediante una actualización OTA, y así fue. El asunto era preocupante, porque ambos modelos fueron diseñados sin esa función en mente. Añadirla meses después de su lanzamiento, sin hardware dedicado, no generaba demasiada confianza. Pero, aun así, hablábamos de terminales recientes, con mejores cámaras que los de 2011 y con mayor inteligencia a nivel de procesadores de imagen, DSP, etc.

No transmite demasiada seguridad que, habiendo llegado en 2016 sin él, un OnePlus 3 soporte hoy reconocimiento facial.

El gran problema llega cuando dispositivos más antiguos, como el Huawei Mate 9, o los OnePlus 3 y 3T también reciben reconocimiento facial en actualizaciones, y funciona igual de rápido que en los últimos modelos, donde como hemos dicho, tampoco se caracteriza por su seguridad. De hecho, en Shenzhen, donde estuvimos con motivo de la presentación del Huawei Mate 10, pudimos preguntar a altos cargos de Huawei por qué no añadían reconocimiento facial, y en lugar de decir que llegaría después, como finalmente ocurrió en ese y en el resto de modelos, se nos argumentó que no que porque "no era tan seguro como el lector de huellas".

Conclusión

Lo único positivo que se puede extraer de la experiencia es ver que marcas como OnePlus o Huawei están actualizando los dispositivos de hace dos generaciones, manteniéndose así al día no sólo en parches de seguridad o en versiones de Android, sino en funciones que podrían ser exclusivas para los últimos modelos presentados.

Por la parte mala, lo primero y primordial es la seguridad. La pregunta que cabe hacerse es ¿si desde hace siete años ha estado disponible el reconocimiento facial en Android y no se ha promocionado ni prácticamente implementado por motivos de seguridad, por qué ahora se lleva a manos del consumidor, sin que exista un apoyo real en nuevos componentes de hardware?

Si la preocupación por la privacidad de los datos de los smartphones existía desde 2011, y por ello no triunfó la implementación de Ice Cream Sandwich, ahora debería importar aún más, pues la cantidad de información sensible que llevamos en ellos no sólo no se ha reducido, sino que ha crecido muchísimo. La seguridad no puede depender de las modas, y aunque el reconocimiento facial ha llegado para quedarse, en este caso sólo se explica desde una de ellas, impulsada por Face ID en el iPhone X.

Hasta ahora, la celeridad había traído lectores de huella lentos o que funcionaban mal, dobles cámaras sin uso o sensores de presión en pantalla a los que no se les daba uso, pero nunca se habían recuperado y promocionado viejas funciones no muy mejoradas y a medio cocinar, simplemente porque fuese "lo que el público demandaba". Preocupante, cuando menos.

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