Finales de febrero de 2017. La industria de los medios tecnológicos acude atónita a ver como un refrito sin ningún mérito como el nuevo Nokia 3310 supera en expectación y en tráfico al resto de novedades de la feria, incluyendo a flamantes flagships como el LG G6, el primero de la firma en llegar sin marcos, o al Sony Xperia XZ Premium, con pantalla 4K y una grabación de vídeo récord en cámara lenta, 960 fotogramas por segundo. Nada de ello pudo con el aluvión de artículos con el que los medios alimentaron la nostalgia del público.

Un uso pobre de la nostalgia, pues en ningún caso evocaba algo que en otra época fuese bueno o pudiera echarse en falta en la actual, en la que vivimos en un futuro del que muchas veces no somos conscientes. El MWC 2017 fue terrible en cuanto a ritmo y novedades, y lo que dominó más allá del móvil, el 5G y noticias de asistentes personales como la universalización de Google Assistant, interesaron muy poco. El Internet de las Cosas tendrá su momento, o incluso lo va teniendo sin hacer ruido, y los smartwatches y wearables o no hacen ruido más allá del Apple Watch o se adquieren en unos números que no son los que las marcas esperaban para tener algo más allá del estancamiento de ventas del móvil, tras 10 años de crecimiento vertiginoso en la industria.

El éxito del Nokia 3310 explica a la perfección lo terrible que ha sido el MWC 2017

En el MWC 2017 se dijo que el Nokia 3310 había ganado por la incomparecencia del Samsung Galaxy S8, que la compañía surcoreana decidió retrasar a un evento propio más tarde. Algo de ello había, claro, y está claro que Samsung ha generado muchos más titulares con el Samsung Galaxy S9 que los que generó con sus productos del año pasado, las tablets Galaxy Book y Galaxy Tab S3. No obstante, los cambios respecto a las anteriores generaciones de flagships de Samsung son tan pequeños que la compañía ha necesitado dar protagonismo a una función como la apertura variable, que nos parece tan técnicamente impecable como gran herramienta de marketing.

Por debajo, encontramos unos ARMojis que no funcionan tan bien como podría esperarse y que copian a unos Animojis cuyo momento de máximo fervor pasó semanas después del momento del lanzamiento de iPhone X. También se han presentado como novedad los 960 fotogramas por segundo que, como ya hemos indicado, se presentaron justo hace un año, y sobre los que no hay novedad.

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Todo ello tiene sentido. La industria móvil alcanzó la madurez hace años y que los nuevos smartphones hagan cada vez menos ruido, en comparación a la contidad de novedades que llegaban allá por 2007-2014, es una consecuencia directa de que el dispositivo que tenemos entre manos ya nos hace completamente felices desde años, si tenemos en cuenta que en 2013 se produjo la democratización del smartphone, que redujo para siempre las diferencias existentes entre la gama alta, la media y la baja. La tendencia de la "evolución sin revolución" es lo que nos espera para los próximos años, como ha ocurrido durante décadas en la industria del automóvil.

Sólo grandes cambios en autonomía o en capacidades que puedan hacer de campos como la realidad virtual algo mucho más avanzado e inversivo pueden provocar un gran cambio adelante. A ello podrían sumarse las nuevas posibilidades traídas por el 5G, del que aún desconocemos todo el potencial, y al que los fabricantes se aferrarán como nueva vía de venta. Pero todas sus promesas tampoco han impresionado al público, y es probable que tampoco lo hagan el año que viene. El Nokia 3310 también habría ganado el Mobile World Congress, y a buen seguro tripitiría en 2019. Larga vida a lo brillantemente aburrido.

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