Es lo más comentado en el evento y en redes: el Nokia 3310 es la estrella del Mobile World Congress 2017. Y no, no es un simple caso de boca a boca. Las noticias relacionadas con el 3310 están eclipsando en relevancia a todo lo demás, al nivel de un terminal de gama alta realmente innovador. No es casualidad, es exactamente lo que quería la empresa que ahora controla el nombre Nokia, la finlandesa HMD Global. Una estrategia de marketing que pese a tener grandes carencias y utilizar la nostalgia de forma pobre, ha funcionado.
Ese éxito tiene implicaciones (negativas) más grandes para la industria tecnológica presente aquí en Barcelona, e incluso para la no presente. El domingo llegaron de la mano de fabricantes tan potentes como Huawei o LG nuevos terminales con grandes novedades como el LG G6, actual adalid de la tendencia de la eliminación de los marcos tras el limitado Xiaomi Mi Mix. También los Huawei P10, con los que después un gran acercamiento a Samsung y Apple con el Mate 9, la marca quiere situarse ya de una vez por todas en ese rango de consideración.
Aunque con productos menores para lo que suele ser el (su) flujo mediático, Samsung también tuvo presentación aquel día con tablets que se esperaban pese a que el mercado en esos precios esté cada vez más cerrado. Otro fabricante importante ha sido Lenovo con los nuevos Moto G5 que, sin maravillar, les vuelve a situar en el mapa tras duros tiempos nadando en irrelevancia. Todo, absolutamente todo esto, sólo importó hasta que a las 17:32 horas del domingo, a modo de "One more thing", HMD Global mostró el nuevo Nokia 3310, e Internet explotó.
Que un terminal que no se parece al que quiere evocar en nuestra memoria sea el más relevante de un evento de esta magnitud tiene una explicación: tras años de progreso continuado en la era del smartphone moderno, la industria ha alcanzado una madurez que lleva a estancamiento. El smartphone se ha convertido en commodity, ha perdido lo que le hacía especial, que no su importancia. Esto no es novedad, lleva siendo la tónica de varias ediciones del Mobile World Congress, pero nunca había habido un depredador tan potente como el Nokia 3310.
Y por primera vez, con un hecho como miles y miles de páginas vistas, el público lo ha dicho claro: "sí, el smartphone estrella presentado que mejora muy poco al que en este momento tengo en la mano me importa mucho menos que una curiosidad nostálgica que quiere traer a 2017 un producto del año 2000". Ese, el smartphone que el público ya posee, es tan capaz que, de 16,6 meses de plazo de renovación del smartphone por usuario en España en 2013 se ha pasado a 20,5 en 2016, según datos de Kantar Worldpanel.
Que el smartphone haya alcanzado definitivamente la madurez tras 10 años no es malo. Que incluso hace cuatro se democratizara con el Lumia 520 aquí en Barcelona tampoco lo es, sino todo lo contrario. Pero el 3310 es un aviso muy serio a quien ha parado de intentar seguir cambiando reglas y disrumpiendo: el modelo de negocio se ha acabado con la carrera hacia el abismo, y el público ha asumido que el futuro en el que creía vivir por tener un smartphone, de futuro ya tiene muy poco.
Es un presente corriente y sólo queda ver qué es lo próximo, porque lo que las compañías pensaban que lo era a corto plazo, realidad virtual y smartwatches, en este punto, tal y como se están planteando, aburre incluso más que los smartphones. Estos se seguirán vendiendo, es obvio, pero para atraer el consumidor a un determinado terminal hará falta mucho más que hasta ahora.