Ni sesudos manuales de química, ni vademécums, ni gruesos compendios de recetas. Lo indispensable en la biblioteca de todo buen médico, según detalló en 1925 Lewis Sinclair en su novela Doctor Arrowsmith, cabe en una balda: la Biblia, una antología con las obras de William Shakespeare y Anatomía de Gray. Aunque a Sinclair le otorgaron el Nobel de Literatura, no el de Química o Medicina, su opinión puede considerarse bien fundada.
Para documentarse y elaborar su libro, el escritor estadounidense se asesoró con el bacteriólogo Paul de Kruif, autor de un clásico de la divulgación: Cazadores de microbios (1926), en el que se relata la obra, legado y peripecias de grandes científicos que vivieron entre los siglos XVII y XX, como Anton van Leeuwenhoek, Louis Pasteur o Émile Roux.
Anatomía de Grey, la Biblia que llegó a la tele
Sinclair murió en los años 50. Kruif algo después, en la década de los 70. Así que no, cuando en Doctor Arrowsmtih cita Anatomía de Gray entre esa selecta terna de bibliografía médica, su autor ni se refería a la exitosa serie creada por Shonda Rhimes a principios del siglo XXI ni tampoco se equivocaba al escribir su título. Anatomía de Gray -así, con “a”, no como el apellido de la protagonista de la serie: Meredith Grey- es el título de uno de los volúmenes más consultados, leídos y reeditados de la larga historia de la Medicina. En 2018 se cumplen 160 años de su llegada a las librerías, en Reino Unido.
Desde su primera publicación, en 1858, el manual suma decenas y decenas de reediciones en diferentes idiomas. Se ha modernizado, adaptado, ampliado… hasta convertirse en -para muchos- la Biblia de la Anatomía. El parecido entre su título y el de la serie que estrenó en 2005 la cadena ABC no es fruto del azar.
La trama de Anatomía de Grey se desarrolla en un hospital -el Grey Sloan Memorial- y Rhimes se inspiró en el título del manual que generaciones enteras de galenos tuvieron que estudiar durante sus años de universitarios. Como recoge la BBC en un artículo en el que se hace eco del vínculo entre el nombre del libro y la serie de televisión, el primer título que escogió Rhimes fue Complications, pero acabó desechándolo.
El guiño que Rhimes lanza al tratado de Anatomía no es el único que liga la serie con los estudios de Medicina. Casualidad o decisión meditada, la madre de la protagonista se llama igual que otro de los grandes manuales médicos: Ellis.
Un manual imprescindible sobre el cuerpo humano
¿Quién era entonces el auténtico Gray? ¿Cuál es el origen del manual que inspiró el título de las aventuras y desventuras de la doctora Meredith Grey? El tratado de Anatomía de 1858 es obra de dos jóvenes galenos ingleses: Henry Gray y Henry Vandyke Carter. Durante año y media trabajaron codo con codo diseccionando los cuerpos que obtenían de las morgues. Poco antes, en 1832, el Parlamento británico había promulgado la Anatomy Act, una ley con la que pretendía regular el acceso de las facultades a cadáveres y frenar la oleada de robos de tumbas que padecía Reino Unido y que, entre otros muchos escritores, plasmó Stevenson en su relato El ladrón de cadáveres.
Tanto Gray como Carter eran muy jóvenes -en 1858 tenían 31 y 27 años, respectivamente- y se volcaron en el proyecto. El primero se encargó de la parte teórica y las anotaciones. El segundo, de desplegar su gran talento con las pinturas y el pincel para trazar detalladas ilustraciones del cuerpo humano. Su objetivo común era elaborar un manual didáctico, de referencia, que ayudase a los futuros galenos a tratar a sus pacientes.
Mientras los dos Henry avanzaban en su libro, Reino Unido participaba en la Guerra de Crimea (1853-1856) contra el Imperio Ruso, lo que exigía a los galenos que acompañaban a las tropas a Sebastopol disponer de detallados conocimientos de anatomía. Gray conocía bien esa necesidad. Con 26 años ya impartía clases en la Escuela Médica del hospital universitario St. George´s.
El libro llegó a las librerías hace ahora 160 años. Se imprimieron unos 2.000 ejemplares y su éxito fue casi inmediato. Adrian E. Flatt recuerda cómo diferentes publicaciones aplaudieron la calidad del manual. “No hay un tratado en ningún idioma en el que las relaciones de Anatomía y Cirugía se muestren de manera tan clara y completa”, se podía leer en una crítica que apareció en la revista The Lancet Review. En 1861 aparecía una segunda edición británica. Tiempo antes ya se había realizado una nueva para los Estados Unidos.
El olvido del dibujante Carter
Aunque su trabajo conjunto dejó a la Medicina uno de sus tratados más importantes, la relación entre Gray y Carter no era especialmente buena. En gran parte debido al carácter y la tremenda ambición del primero, que le llevó a hacer lo posible por acaparar méritos.
La mejor prueba es que 160 años después de la publicación del libro en su título solo se mantiene el apellido Gray. Y eso a pesar de que en gran medida el éxito que alcanzó se explica por los exquisitos dibujos de Carter.
“Fueron las ilustraciones las que vendieron el libro”, apuntaba en 2008 a Telegraph Ruth Richardson, historiadora, quien reivindica el papel crucial que jugó Carter: “Fue el verdadero héroe, nunca obtuvo el crédito que merecía”. “Desde su primera edición los diagramas han sido el gran valor para explicar la anatomía”, coincide el British Medican Journal.
El compendio de Anatomía no fue el primer proyecto en el que los dos Henry se embarcaron juntos. Años antes Gray había escogido a Carter por sus dotes artísticas para que le ayudara con un trabajo en el que -de forma muy parecida a lo que ocurrió con el manual de 1858- borró su nombre de un plumazo. Poco después volvió a echar mano del talento de Carter para la ambiciosa idea que tenía en mente: Anatomía de Gray. Lo lógico hubiese sido que el artista rechazara trabajar con él, pero necesitaba el dinero y no le quedó más remedio que aceptar la propuesta.
Gray se encargó de que el tratado de Anatomía pasase a la posteridad como un mérito suyo. De forma deliberada consiguió que el nombre de Carter figurase en la portada del volumen con un tipo de letra más pequeño que el suyo. Incluso dejó todo bien atado para que, en el caso de que muriera -lo que ocurrió en 1861, cuando tenía 34 años, tras enfermar de viruela- los derechos de publicación recayesen en otras personas, no en Carter, el autor de las magníficas ilustraciones.
Un prisionero que aprovechó su tiempo entre rejas
Ironías del destino el ambicioso galeno no vivió lo suficiente para ser testigo del éxito de su manual. Sí lo hizo Carter, que se trasladó a la India para investigar las enfermedades que castigaban a las capas más pobres de la sociedad. El genial cirujano y artista falleció tiempo más tarde, 1897, en Scarborough, cuando estaba a punto de cumplir 67 años. Más de un siglo después de la muerte de ambos su legado sigue comentándose en las facultades de Medicina y las aulas de disección.
En 2008, coincidiendo con el 150 aniversario del libro, el diario Telegraph publicaba un reportaje que ayuda a entender el éxito de Anatomía de Gray. En el verano de 1939 Nowel Peach, un joven británico, acariciaba con los dedos su sueño de ser cirujano. Tras años de estudio y esfuerzo había conseguido al fin una plaza en la universidad. El estallido de la Segunda Guerra Mundial, en septiembre de ese mismo año, hizo saltar por el aire sus aspiraciones. Peach, de 26 años, se alistó en la reserva de la Real Fuerza Aérea Británica y tras movilizarse a Java terminó en un campo de prisioneros de Japón.
En la cárcel nipona Peach disfrutó de pocas comodidades. Entre ellas sí gozó, sin embargo, de la oportunidad de disponer del ejemplar de Anatomía de Gray que le había facilitado poco antes el teniente coronel Edward Dunlop. Como relata Telegraph, Peach arrastró aquel raído y pesado mamotreto, que pesaba más de dos kilos y contaba con cerca de 1.400 páginas, por media docena de campos de prisioneros. “Fue una manera de sacar mi mente de aquella situación”, explicó al rotativo inglés.
Tiempo después, ya de vuelta a Reino Unido, Peach retomó la carrera de galeno que había truncado la guerra. En 1946 aprobó su examen de Anatomía gracias a las horas que se pasó entre rejas, escudriñando las páginas que -nueve décadas antes- habían elaborado con cariño Gray y Carter. Las mismas que décadas después inspirarían a Rhimes en uno de los éxitos televisivos más grandes e indiscutibles de inicios del siglo XXI.