Como vimos en el anterior artículo, el equipo que podemos llevar para esta modalidad fotográfica es muy sencillo, y ha variado mucho desde la entrada de la fotografía digital. Si no queremos complicarnos la vida, basta con una sencilla cámara compacta. No podemos olvidar que la cámara no es más que un instrumento, o como decía Schommer, una prolongación del ojo.

Si no queremos cargar peso, y esto facilita mucho las cosas, tendremos que llevar una compacta avanzada o una CSC, con un buen zoom, que nos permita jugar con la exposición, es decir, con los diafragmas y las velocidades. Y desde luego, lo mejor es una cámara réflex, por la comodidad que da su sistema de visión y la posibilidad de cambio de focales, junto a una buena compacta, por si se estropea la primera cámara.

Las cámaras digitales han permitido algo muy importante, evitar tener que cargar con dos cámaras a todos aquellos que querían hacer B/N y color. Además no podemos olvidar que no sólo podemos comprobar en el momento si la foto ha salido, sino que podemos ver al instante si nos hemos equivocado en la exposición, en el encuadre...Pero no nos convirtamos en esclavos del LCD.

Respecto al tema de la óptica, lo más importante para esta especialidad es que sean las mejores que nos podamos permitir, con el fin de conseguir sacar los mejores detalles, los más finos. Un objetivo malo destaca por la indefinición que da en los bordes y por el viñeteado que provoca. Compensa tener un buen objetivo que varios de mala calidad. Lo más cómodo es llevar dos buenos objetivos zoom, por ejemplo, un 24-70 mm y un 70-200 mm, o unas lentes fijas.

Y por último, ¿B/N o color? El mundo digital nos permite tener lo mejor de los dos mundos. No hay que olvidar llevar dos o tres tarjetas y una batería de recambio. No hay nada peor que ver la foto y no poder hacerla.

Es cierto que la mayoría de las  veces no tenemos tiempo, ni ganas, para estar esperando a que la luz alcance su máximo esplendor, pero podemos servirnos de unos cuántos trucos que nos permitirán conseguir unas buenas fotos en aquellas situaciones en las que todos los manuales al uso sólo dicen una cosa: huye de ellas.

La exposición

Todas las cámaras tienen un fotómetro incorporado, que aunque muchos digan que sí, no es en absoluto inteligente, y se confunde continuamente. Para evitarlo, estamos nosotros para llevarle por el buen camino. Así, nosotros somos los culpables cuando las fotos salen mal, con los cielos quemados o las tierras negras. La cámara no se equivoca.

La correcta combinación de diafragma y velocidad de obturación consigue una representación rica en matices de una situación normal o irrelevante. De hecho, lo que hay que hacer es jugar con estas combinaciones hasta alcanzar el resultado deseado, y recordar siempre la ley de la reciprocidad. A partir de una combinación de diafragma y obturación, se pueden generar otras combinaciones con resultados idénticos, pero que den más o menos profundidad de campo.

Cuando en la imagen hay muchas zonas oscuras rodeadas de otras claras, el fotómetro prioriza el exceso de oscuridad y sobrexpone el elemento claro, lo mismo ocurre en el caso contrario. Una solución es medir de manera puntual, o realizar tres o cinco disparos con diferentes diafragmas y elegir posteriormente cuál es el mejor. Hoy en día, gracias a la tecnología digital, el histograma nos puede sacar de muchos apuros.

La influencia del cielo es también decisiva en la medición de la luz. Puede ocurrir que un par de horas después de la salida del sol en un día despejado, si enfocamos hacia el oeste, el fotómetro indique los mismos parámetros para el cielo que para el suelo; pero basta con girar la cámara hacia el este, por donde sale el sol, para que la diferencia de iluminación entre el cielo y el suelo se acentúe. Si no nos percatamos de estas cosas, el fotómetro nos podría gastar de nuevo una broma pesada.

Tenemos que tener siempre en cuenta, o previsualizar, como decía Ansel Adams, la imagen final, y decidir qué es lo que más nos importa, si un cielo perfecto, o la tierra llena de detalles. Muchas veces esta decisión nos puede llevar a decidir que tenemos que eliminar el cielo o dejar una parte testimonial de la tierra.

El tipo de luz influye bastante sobre cómo enfrentarse al tema de la exposición. La dura luz del mediodía soleado y veraniego, que genera sombras muy duras exige exponer siempre para las luces, y dejar las sombras en el negro más absoluto.

La luz del amanecer y la del atardecer son muy agradecidas, ya que tiene una paleta de colores mucho más extensa que la luz del mediodía. En estos casos la medición es muy sencilla, y podemos sacar detalle tanto en las sombras como en las luces. Pero hay que recordar, como hemos señalado más arriba, que si queremos sacar cielo y tierra, no nos queda más remedio que elegir uno de los dos, o servirnos de las técnicas digitales de edición.

Durante un día nublado, predominan los matices azulados, pero escasean los contrastes extremos, por lo que sacar la cámara y hacer fotos se convierte en un placer, y para la fotografía de paisaje es una panacea, la solución a todos sus males. Con mal tiempo, y pese a la opinión de la mayoría de los fotógrafos aficionados, es cuando mejor salen los paisajes. Las nubes, la niebla, el sol que busca infiltrarse... todas estas situaciones facilitan la medición de la luz, pues siempre quedará bien. Con menos luz, el aspecto de las cosas, el paisaje que es lo que tenemos ahora entre manos, siempre quedará mejor.

 

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