Los nuevos negacionistas del cambio climático son los que no lo niegan como tal, pero sí libran al ser humano de toda culpa. Según ellos, es un fenómeno natural, que ha ocurrido siempre, por lo que opinan que se están exagerando tanto sus consecuencias como su origen antropogénico. Buen ejemplo de este tipo de negacionistas es el espectáculo (por llamarlo de alguna manera) ofrecido el pasado 29 de agosto en el programa Todo es Mentira por Esperanza Aguirre y Francisco Javier Hervías, como respuesta a la intervención de Javier Peña, biólogo y divulgador medioambiental. 

Mientras que este último daba datos contrastados sobre las consecuencias del cambio climático, ellos dos insistían en que los humanos no han tenido nada que ver. Además, rechazaban ser negacionistas. Pero, por definición, sí que estaban negando algo: el cambio climático de origen antropogénico. 

Hay suficientes estudios que demuestran que, a pesar de lo que dicen, sí que estamos teniendo un papel clave en este cambio climático. A lo largo de la historia, mucho antes de que los humanos caminaran sobre la Tierra, hubo otros cambios en el clima. Pero la mayoría fueron mucho más paulatinos. La progresividad es esencial para que los ecosistemas puedan responder en consecuencia y que nosotros estemos pisando el acelerador no ayuda para nada. Eso es incuestionable y, dados los datos científicos de los que disponemos, oponerse a ello no deja de ser negacionismo.

¿Qué es el cambio climático?

Empezando por lo más sencillo, cabe destacar que se define como cambio climático a una variación en el estado del sistema climático terrestre. A lo largo de los 4.600 millones de años de antigüedad de la Tierra, se han dado varios de estos cambios, caracterizados principalmente por eras glaciales interrumpidas con periodos de calor.

Los ha habido progresivos o muy abruptos. Generalmente, los primeros se han originado por la deriva continental, parámetros orbitales o variaciones en las radiaciones solares. Los abruptos los han provocado fenómenos como la caída de un meteorito o un periodo de vulcanismo muy elevado. Los primeros, al ser tan progresivos, daban lugar a que las especies pudieran adaptarse y los ecosistemas no se resintieran demasiado. En cambio, los segundos provocaron grandes extinciones masivas. Contra ninguno de ellos se pudo hacer nada. No había humanos de por medio; pero, aunque los hubiera, no habríamos tenido nada que hacer.

Ahora sí que podemos intervenir, básicamente porque somos nosotros los que estamos generando el cambio. En esta ocasión, el cambio climático lo está originando un calentamiento global derivado del aumento del efecto invernadero. Y ese efecto invernadero tan excesivo lo está propiciando sobre todo el incremento en las emisiones de gases como el dióxido de carbono (CO2). 

¿Qué tiene que ver el efecto invernadero con la actividad humana?

El efecto invernadero se presenta siempre como el malo de la película. Sin embargo, es importante recordar que sin él la Tierra sería un planeta mucho más hostil. 

Los gases que se encuentran retenidos en su atmósfera ayudan a que las radiaciones solares que se reflejan desde la superficie terrestre vuelvan a ella en vez de disiparse en el espacio. Si no fuese así, la temperatura media terrestre sería de -18 °C. 

Estos gases de efecto invernadero proceden de procesos naturales, como la actividad bacteriana, los procesos digestivos de algunos animales o los incendios forestales, entre otros. Además, también se pueden retirar de la atmósfera de forma natural algunos de estos gases. Por ejemplo, mediante la fotosíntesis, las plantas captan de la atmósfera grandes cantidades de dióxido de carbono. Todo esto se encontraba en un equilibrio muy adecuado hasta que llegamos los seres humanos. En un principio aumentamos parte de esas emisiones, explotando algunos de esos procesos naturales. Pero no llegaron hasta el punto de romper el equilibrio antes mencionado. El problema llegó con la industrialización. 

Desde ese momento, la explotación de los combustibles fósiles llevó a un drástico aumento de estas emisiones perjudiciales. Tanto desde las fábricas como desde los medios de transporte, así como para la obtención de energía doméstica, esta combustión llevó a que los niveles de dióxido de carbono y otros gases perjudiciales estuviesen muy por encima de lo que las plantas podían captar naturalmente. Además, otras actividades aparentemente más naturales, como la ganadería, aumentaron drásticamente los niveles de gases como el metano.

Para los negacionistas del cambio climático, todo esto es irrelevante. Pero lo cierto es que está más que demostrado que supone un serio problema.

La equivocación de los negacionistas

En 2013, un equipo de científicos de la Universidad de Stanford elaboró un informe en el que se mostraba la gran diferencia entre el cambio climático actual y los que se han dado en el pasado.

Dicho informe se basaba en el estudio de los cambios del clima terrestre en los últimos 65 millones de años. En todo ese tiempo, uno de los cambios más drásticos se dio cuando el planeta emergió de una edad de hielo. Hubo un aumento de la temperatura global de entre 3 y 5 °C. Esto es justo lo que se espera que suba en no demasiado tiempo si no hacemos nada para evitarlo. La diferencia es que entonces el cambio se dio en 20.000 años y ahora podría darse en décadas. También hubo un descenso de entre 11 y 12 °C, pero se dio en más de 34 millones de años.

Además, ese mismo informe señalaba que si las temperaturas globales aumentan 1,5 °C en el próximo siglo, como podría ocurrir según la tendencia actual, la tasa de crecimiento de este cambio climático sería 10 veces más rápida que cualquiera observada en 65 millones de años. Y peor aún, si se llega a un aumento de 5 °C, estaríamos ante una tasa de 50 a 100 veces más rápida.

Por todo esto, en las Conferencias de París sobre el Clima celebradas en 2015, un total de 195 países firmaron un convenio por el que se comprometían a poner todos los medios posibles para que la temperatura global no aumentara hasta los 2 °C con respecto a las cifras preindustriales. 

Desde entonces se han intentado buscar formas de reducir las emisiones, unos países con más éxito que otros. Sin embargo, la temperatura sigue en ascenso, lograr el objetivo cada vez parece más complicado y, por desgracia, las consecuencias ya empiezan a ser perceptibles.

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La temperatura global no es lo que los ellos creen

El calentamiento global y el cambio climático no se caracterizan solo porque hace calor. De hecho, uno de los grandes problemas de los negacionistas es que perciben que un aumento de 2 °C no es nada. Si ayer tuvimos 28 °C de máxima y hoy 30 °C y nadie se ha muerto, ¿dónde está la tragedia?

Pero es que, en realidad, esos 2 °C no tiene nada que ver. Cuando hablamos de temperatura global nos referimos en realidad a algo conocido como temperatura de equilibrio radiativo. Es algo mucho más uniforme, que deriva de una ley de la física, conocida como ley de Stefan-Botzmann. Según esta, existe una relación matemática entre la temperatura y la cantidad de energía emitida por radiación. Por eso, midiendo esto se puede obtener algo parecido a una media de la temperatura global del planeta.

Ahora bien, al ser un dato que engloba toda la Tierra, es mucho más difícil de perturbar que la temperatura en un punto, que lógicamente cambia más fácilmente. Se entiende que mientras que en un punto de la Tierra la temperatura sube en otro puede estar bajando y, por lo tanto, la media se mantiene similar.

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Las consecuencias del cambio climático

Un aumento de 2 °C supone un problema que ya podemos ver, por ejemplo, con la desaparición de algunos glaciares. Esta, a su vez, supone un aumento del nivel del mar que ya empieza a ser tangible en algunos lugares del planeta. Y será aún peor. 

De hecho, en 2017 la NASA publicó un informe en el que se aportaba una lista de 300 ciudades que podrían estar sumergidas en 2100 a causa del aumento del nivel del mar, la erosión de las costas o los fenómenos meteorológicos extremos, derivados también del cambio climático. Entre ellas se encontraban, por ejemplo, Tokio, Nueva Orleans o Jakarta, la capital de Indonesia.

Además, si el hielo se derrite demasiado rápido, la capa de permafrost bajo la que se encuentran dormidas algunos microbios podría traer de vuelta enfermedades del pasado. Y no es la única forma que tiene el cambio climático de extender enfermedades. Algunos mosquitos conocidos por transmitir ciertos patógenos están viéndose cada vez más lejos de sus ecosistemas habituales, con todo lo que eso conlleva.

Ni qué decir tiene que el aumento de la temperatura global también nos traerá más fenómenos meteorológicos extremos. Las intensas olas de calor de este verano, banalizadas por los negacionistas, son un aperitivo. Se espera que haya más DANAs, pero también sequías. Además, todo esto puede afectar a nuestra alimentación, al perjudicar las cosechas o dificultar la ganadería. 

Sobran los motivos por los que deberíamos ponernos manos a la obra e intentar cuidar de nuestro planeta. Porque no se trata solo de lo que nosotros ya estamos viviendo, sino de la pesadilla que le dejaremos a los que están por venir. El cambio climático es una realidad y mirar para otro lado no hará nada para solucionarlo. 

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