El negacionismo ha existido siempre. De hecho, ya en 1969, cuando Neil Armostrong se convirtió en el primer ser humano en poner un pie sobre la Luna, miles de personas en todo el mundo se apresuraron a decir que era todo mentira y que aquello no era más que una película que se había grabado para tener a la humanidad engañada. De todos modos, esa obcecación en negar la evidencia no era algo nuevo. Antes ya habían existido, por ejemplo, los negacionistas del Holocausto. Después llegaron los del cambio climático y otros muchos más. Pero parece que con la desesperación de llevar dos años inmersos en una pandemia todo se ha disparado.

Por supuesto, al saber de la existencia del SARS-CoV-2 no tardaron en aparecer los negacionistas de este virus. Más tarde llegó Filomena, dejando vía libre a los negacionistas de la nieve. Y basta con una pequeña vuelta por redes sociales para encontrar a personas negando un amplísimo abanico de cuestiones. Hay negacionistas del clítoris, de los telescopios, o incluso de las horas. Sí, recientemente un grupo de tuiteros iniciaron un hilo en el que debatían que las horas no existen porque ya no duran lo mismo que duraban antes.

¿Qué está pasando? ¿Qué les pasa por la cabeza? ¿Hay alguna razón para que los virus ahora proliferen casi tan rápido como el virus que causa la pandemia? Solo la psicología puede dar una respuesta a estas cuestiones.

La psicología detrás del negacionismo

Decían en un estudio publicado el año pasado por científicos de la Universidad Noruega de Ciencia y Tecnología, que todos los seres humanos creemos al menos en una conspiración. La duda es prácticamente algo intrínseco a nuestra condición humana. Y a veces, de hecho, es beneficiosa. Nos ha sido beneficiosa como especie cuando dudamos si acercarnos a una serpiente de colores intensos o comer una baya silvestre desconocida. La duda es la base del pensamiento crítico y eso es algo muy beneficioso. Pero a veces nos lleva a un punto en el que esa duda se convierte en obsesión.

Y de eso se aprovechan muchos oportunistas. Porque, reconozcámoslo. La base del negacionismo a veces es una semilla que se siembra en busca de provechos egoístas. Se ve muy claro con el cambio climático. Si difundo la idea de que el cambio climático es un timo, podré seguir contaminando con mis fábricas y nadie se preocupará por las consecuencias para el planeta. Otras veces no hay un origen claro. Simplemente una duda que se magnifica a pasos de gigante, especialmente ahora que disponemos de altavoces como el de las redes sociales. ¿Pero cómo surge esa duda?

La clave del negacionismo puede estar en un sesgo de confirmación

Para Aarón Del Olmo, neuropsicólogo del Hospital San Juan de Dios, de Sevilla, la clave está en un sesgo de confirmación. “Lo ideal sería que todas las personas tuviéramos una capacidad de analizar toda la información disponible para sacar unas conclusiones ajustadas con la realidad y así tomar decisiones”, relata.  “Pero ni tenemos toda la información disponible, ni muchas veces las queremos. En general, tenemos una tendencia o sesgo a aceptar las informaciones que nos encajan y aquellas que no suelen ser desechadas o se les suele quitar importancia”. 

Esto es algo que coincide con la postura del psicólogo Steve Taylor; quien, en 2015, explicó en un artículo para Psychology Today que a veces tendemos a lidiar con las situaciones difíciles a través del autoengaño

Una tendencia a no creer lo que no queremos creer; que, además, para Del Olmo supone la clave de la identidad de grupo de los negacionistas. “Precisamente ese es uno de los mecanismos que genera cierta identidad de grupo entre los negacionistas. El hecho de que informaciones que les contradicen van a ser desechadas tendiendo a dar explicaciones alternativas, generalmente conspiranoicas”.

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El papel del miedo

Como decía Taylor, las situaciones difíciles nos hacen autoengañarnos. Se evitan incomodidades. Este psicólogo citaba en su artículo el ejemplo del cambio climático. Pero también nos hemos visto en una situación similar con la pandemia de coronavirus. Se ha convertido en un caldo de cultivo perfecto para la proliferación de negacionistas. No solo negacionistas de la COVID-19. También de una gran cantidad de cuestiones de lo más variadas. 

Esto, para Del Olmo, es un ejemplo más de lo interconectada que está la sociedad

“Yo creo que movimientos negacionistas los ha habido siempre, pero en este caso el fenómeno de la pandemia ha sido un fenómeno global, que nos ha afectado a todos. Eso y una sociedad mucho más interconectada, con informaciones que viajan más rápido implican una mayor difusión de ideas. Sean o no correctas. Y aplicando la idea del sesgo de confirmación, siempre vas a encontrar algo que te confirme, aunque a veces sea un dato escaso en comparación con los datos que existen”.

Aarón Del Olmo, neuropsicólogo

Pero incluso con el aliciente del miedo o el sesgo de confirmación debe haber un motivo por el que los negacionistas creen concretamente en la opción que, con los datos en la mano, es menos razonable. Es decir, ¿por qué le damos más importancia a esa información que a la que nos llega de fuentes científicas? Según Del Olmo, puede deberse en parte a cómo nuestras experiencias previas moldean nuestras decisiones. “Nuestras experiencias previas y nuestro conocimiento previo nos lleva a considerar más relevantes unas informaciones que otras”, cuenta el experto.  “Creo que precisamente los prejuicios y las ideologías se basan en mecanismos similares, ya que descansan en múltiples sesgos y en orientarse a aquellas fuentes de información que nos dan la razón y no nos cuestionan”. 

"Cuando los debates se politizan, hacer una afirmación puede constituir una señal de falta de confiabilidad"

Neil Levy, filósofo

De hecho, esto es algo que contempla también Neil Levy, profesor de filosofía en la Universidad de Monash, en un estudio publicado en 2019. Señala que generalmente “ confiamos en las señales de benevolencia y competencia para distinguir a los testificadores confiables de los no confiables”.  Sin embargo,  “cuando los debates se politizan profundamente, hacer una afirmación puede constituir en sí mismo una señal de falta de confiabilidad”.

Si a esto unimos el hecho de que, según Del Olmo, cuestionar a veces puede ser un refuerzo y que los seres humanos tendemos a buscar refuerzos en nuestra conducta, tendríamos combustible de sobra para encender la hoguera del negacionismo.

Los negacionistas son peligrosos

A veces las afirmaciones de los negacionistas resultan divertidas. ¿Cómo puede alguien asegurar que el clítoris no existe? Eso seguro que se debe a que nunca lo ha encontrado. Ronda de memes en internet.

Sí, algunos son bastante inocentes. Pero el negacionismo también puede ser muy peligroso cuando se relaciona con la salud. Por ejemplo, mucho antes del negacionismo del coronavirus llegaron los negacionistas del VIH. Individuos que negaban la existencia de un virus que, a fecha de 2017, había matado a 35 millones de personas en todo el mundo.  

El negacionismo del SIDA ha puesto en peligro algunas campañas de prevención en África

Por desgracia hoy en día no existe una cura, pero sí tratamientos que ayudan a los pacientes a tener una calidad de vida muy buena. Ya no tiene la mortalidad que tuvo antaño. Pero claro, para que un paciente se someta al tratamiento debe creer que la enfermedad que tiene es real. Lo mismo para que evite contraerla. Y por desgracia, en lugares como África, donde la incidencia de este virus es altísima, ya se ha visto cómo los movimientos negacionistas han puesto en peligro las campañas de prevención.

Lo explicó en 2008 el investigador David Gisselquist en un estudio para la revista International Journal of STD & AIDS. En él no hablaba sobre negacionismo del VIH, sino más bien sobre negacionismo del SIDA.

Hablaba de movimientos en los que sí que creen en la existencia del virus como tal, pero consideran que es muy difícil que transmita una enfermedad. Señala que estas personas pueden llegar a tener un gran peso en la población del África subsahariana, afectando peligrosamente a las campañas de prevención. 

Y también lo hemos visto con el coronavirus. No es fácil tener una cifra sobre la cantidad de personas que han muerto por el negacionismo de la COVID-19. Pero está claro que si alguien cree que la enfermedad no existe hasta el punto de dejar de protegerse a sí mismo y a las personas que dependen de él, es muy probable que finalmente esto impulse el virus hacia pacientes vulnerables, causándoles la muerte. Quizás no sea el propio negacionista, pero sí su vecino, su abuela o la madre de su compañero de trabajo.

Y, por supuesto, cuando se trata de fenómenos naturales, también puede ser peligroso. El cambio climático es un buen ejemplo. Y un caso más extremo sería el descrito en la película No mires arriba. Es una parodia, pero una parodia que se convierte casi en película de terror cuando nos damos cuenta de lo bien retratada que está la sociedad. 

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Bonus: ¿Qué le pasa a los negacionistas de las horas?

Unos de los negacionistas que más han llamado la atención en internet últimamente son los que se conocen jocosamente como los negacionistas del tiempo. Son personas que dicen que las horas ahora no duran lo mismo que antes. Incluso que el segundero de los relojes se mueve a una velocidad diferente. Las causas de este negacionismo pueden ser todas las que hemos visto hasta ahora. Pero lo cierto es que, en este caso concreto, sí que hay motivos que pueden hacernos creer que el tiempo no pasa a la misma velocidad que cuando éramos niños. 

Concretamente, cuando éramos pequeños nos parecía que el tiempo pasaba más lento. La escuela primaria era todo un abismo temporal ante nosotros. Sin embargo, a medida que nos hacemos adultos, tenemos la sensación de que seis años pasan en un pestañeo.

El hecho de tener más estímulos nuevos que procesar podría hacer que percibamos el tiempo más despacio cuando somos pequeños

Existen numerosas teorías para explicar este hecho, como bien señaló en 2016 el profesor de biología matemática Christian Yates en un artículo para The Conversation. Una de las más interesantes es la que culpa a la cantidad de nuevos estímulos que percibimos. Cuando somos pequeños todo es nuevo, por lo que nuestro cerebro necesita más tiempo para procesarlos. El resultado es una sensación de que todo pasa más despacio. De hecho, se cree que este podría ser el motivo por el que, tras un hecho traumático, lo recordamos todo a cámara lenta. Demasiado que procesar.

Esto también se explica con la adaptación al entorno. Cuando somos niños hasta nuestra propia casa es un lugar desconocido, con nuevos rincones por explorar. Sin embargo, cuando nos hacemos mayores y tenemos una casa fija y un lugar de trabajo permanente, no hay recovecos en los que pueda distraerse nuestro cerebro. 

En definitiva, no, el tiempo no ha cambiado. El segundero del reloj se sigue moviendo a la misma velocidad. Por lo tanto, si eres de los que buscan en internet una conspiración que explique por qué nos han modificado las horas, prueba a cambiar eso por lanzarte a conocer sitios nuevos. Quizás consigas estirar las horas un poquito más. Pero eso no es una conspiración. Es ciencia.