Tal vez os hayáis topado con unos vídeos que se han hecho virales en las últimas horas sobre la gran nevada que nos está dejando la borrasca Filomena en buena parte de Europa. Se difunden desde España y circulan por Twitter, Facebook e incluso WhatsApp. En ellos, contemplamos cómo personas distintas recogen nieve, la hacen una bola como para lanzársela a alguien en un juego glacial y le aplican la llama de un mechero o de una vela. Y, al ver que parece ennegrecerse en lugar de derretirse, sacan la conclusión de que el temporal helado que se ha cernido sobre el continente no es natural.

La nieve y la conspiranoia de la geoingeniería encubierta

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El olor a plástico quemado que dicen percibir, por otra parte, les reafirma en esta postura. La de los conspiranoicos que creen que los gobiernos del mundo realizan geoingeniería encubierta para causar fenómenos meteorológicos como la presente borrasca. O para inhibir la lluvia, envenenarnos o provocarnos esterilidad. Todo ello con las fumigaciones de los imaginarios chemtrails y porque son auténticos villanos de James Bond o unos Lex Luthor con escaño en los parlamentos. Pero estos planes solo existen en sus mentes, y Filomena no es un temporal ajeno a la naturaleza invernal.

Ni algo propio de elucubraciones razonables asumir que el aumento evidente de los acontecimientos meteorológicos extremos se deba a una conspiración monstruosa en vez de al cambio climático antropogénico, cuya existencia rechazan a pesar del cúmulo ingente de estudios que han demostrado su realidad indiscutible. Y se ha repetido en multitud de ocasiones que lo que los conspiranoicos llaman chemtrails no son más que estelas de vapor de agua de la atmósfera, que se hace visible al interactuar con los gases de los motores calientes de un avión cuando pasa.

La explicación del biólogo Álvaro Bayón

https://twitter.com/VaryIngweion/status/1347986137470693376

Pero resulta difícil convencer de lo contrario a alguien que se tira de cabeza a la hipótesis más disparatada y no a lo que apuntan los datos contrastados. Como lo que explica el biólogo Álvaro Bayón, integrante de Círculo Escéptico o de la Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico, en un hilo esclarecedor de Twitter a raíz de las grabaciones sobre la nieve caída por Filomena. “Al usar un mechero, estamos quemando un combustible (butano o gasolina) que contiene una interesante cantidad de impurezas que, al quemarse, forman hollín. Ese hollín normalmente se ve como humo”, dice el divulgador.

De modo que se trata del “hollín del combustible depositándose sobre la superficie” de la bola de nieve. Y, si acercas la llama a un cristal limpio, “verás que también se pone negro”. Por otra parte, “el gas butano no huele, pero sí está mezclado con sustancias que huelen”, y “el olor viene de esas impurezas que se están quemando”. ¿Y por qué, en teoría, no se derrite el asunto? Resulta que el agua, aunque se congele así, cuenta con “un alto calor específico”, y “si la bola de nieve está apelmazada”, es decir, si “eliminas el aire que hay entre los copos”, el hielo está en contacto con más de lo mismo.

Un proceso que se enseña en educación secundaria

https://twitter.com/VaryIngweion/status/1347986163437604865

“La llama la estás aplicando sobre un punto localizado, y la mayor parte del calor que recibe va a disiparse por el resto de la masa de hielo, sin llegar a derretirse, a causa del alto calor específico”, continúa Álvaro Bayón en Twitter. “La poca agua que se derrita, se infiltra a la bola por capilaridad y se vuelve a congelar. Sin embargo, en el punto donde la llama impacta de forma más directa, el hielo, al pasar repentinamente de una temperatura muy baja a una muy alta, sufre un proceso bien conocido por cualquiera que haya estudiado Física y Química en la ESO, que es la sublimación”.

O sea, “el paso de hielo a vapor sin pasar por la fase líquida”, con lo que “muy poco sólido pasa a mucho gas, así que es normal que ese proceso sea poco aparente”. Y, no obstante, se llega a ver bien si se presta atención. En mayor medida si se usa nieve sin apelmazar, con la que una porción muy visible de la misma “se derretirá y se infiltrará hacia el resto por capilaridad, como antes, y buena parte de ella sublimará”. Porque el aire “atrapado entre los copos actúa como aislante térmico, impidiendo que el calor se disipe por el resto del hielo”, lo que deja “a los copos más expuestos al calor extremo de la llama”.