Muchas personas piensan que las humanidades no son ciencias, y eso ocurre por varias razones: la primera es que desconocen la polisemia del término ‘ciencia’, que tanto puede referirse a un “conjunto de conocimientos obtenidos mediante la observación y el razonamiento, sistemáticamente estructurados y de los que se deducen principios y leyes generales” como, en concreto y en plural, al “conjunto de conocimientos relativos a las ciencias exactas, físicas, En las humanidades también se puede aplicar la lógica y el rigor científico
químicas y naturales”; la segunda, que en humanidades, hoy por hoy, es muy complicado realizar pruebas experimentales porque en cada campo influye una multiplicidad de factores difícilmente controlables y los experimentos, por lo general, no se pueden reproducir; y la tercera, que en estas circunstancias, resulta mucho más fácil dejarse llevar por nuestros prejuicios y sesgos cognitivos.
Pero lo cierto es que, por un lado, esto último también ocurre o puede ocurrir en las ciencias naturales, y por otro, en las humanas es asimismo posible y necesario aplicar la lógica y el rigor científico con los aspectos que sí podemos conocer, nunca mejor dicho, a ciencia cierta en la actualidad. Porque el lenguaje humano, por ejemplo, no es un fenómeno menos real y analizable que, pongamos, las tormentas o los huracanes, y por tanto, la lingüística no es menos ciencia que la meteorología, y la consideración de los hechos históricos también depende de las pruebas recopiladas con rigor.
El revisionismo pseudohistórico y la conspiranoia
Si hay una ciencia humana maltratada por los sesgos ideológicos, esa es la historiografía. El negacionismo del Holocausto judío en la Segunda Guerra Mundial **y del alunizaje en julio de 1969, la aceptación del literalismo bíblico, de la idea de que el mundo tiene sólo 6.000 años, de la teleología**, es La historiografía es pasto de los sesgos ideológicos
decir, de que la historia humana tiene un propósito predeterminado por algún dios, inteligencia superior o providencia indefinida, que atraviesa, por ejemplo, las pretensiones territoriales de Israel con “su tierra prometida”, y de la historicidad de las hazañas paranormales de los personajes de la mitología religiosa, y todas aquellas proposiciones destinadas a privilegiar a un bando ideológico que haya luchado por prevalecer en la historia, como la idea peregrina de que la Guerra Civil Española la comenzaron los rojos con el alzamiento en Asturias de 1934, son ajenas al rigor científico, puro revisionismo pseudohistórico, y caen ante las pruebas físicas, arqueológicas, documentales y testimoniales con que contamos.
Por otra parte, el presente de las conspiranoias de los contactos gubernamentales con alienígenas, de los reptilianos, los Iluminati, los masones, las cinco familias de banqueros judíos, los miembros del Club Bilderberg que nos gobiernan, controlan nuestras mentes con la tecnología y los medios de comunicación y pretenden implantar un Nuevo Orden Mudial, los chemtrails, “la ciencia oficial” contra los supuestos beneficios de “la alternativa”, los ataques de falsa bandera del 11-S, el 11-M, contra la revista satírica Charlie Hebdo o el avión de Germanwings y “las creaciones” occidentales del terrorismo de Al Qaeda y el Estado Islámico **no soportan, me temo, un sencilloLa cantidad de personas necesaria para llevar a cabo semejantes conspiraciones y ocultarlas es tal que las hace del todo imposibles
análisis racional.
Los alienígenas, por lo visto, son incapaces de plantarse, pongamos, en mitad de la Puerta del Sol, de la Plaza Roja o de Times Square para que los veamos todos y decir “hola”. El mundo es lo suficientemente complejo, y cuenta con un número tal de actores y de intereses enfrentados o comunes, que simplificar los diversos acontecimientos políticos y económicos atribuyéndoselos al poder omnímodo de cuatro gatos con mucho dinero, cuya identidad es contradictoria entre sí, resulta disparatado. Los chemtrails, que los conspiranoicos toman por fumigaciones secretas para envenenarnos o intentos de impedir la lluvia, no son más que estelas de vapor de agua que ya se encuentra en la atmósfera a temperaturas muy bajas y que el calor que despiden los motores de un avión cuando pasa hacen que se condense y forme cristales acuosos visibles.
Como con cualquiera de las otras conspiranoias, el número de personas que deberían estar conchabadas para conspirar contra “la medicina alternativa” y ocultarlo es tal que resulta imposible, y sugerirlo supone desviar la atención de los estudios clínicos que las derriban. Y cada uno de los mencionados ataques que muchos creen que son de falsa bandera han sido desmontados con la pila de evidencias que fuimos conociendo sobre ellos.
La economía providencial
La economía estudia la creación y distribución de los recursos, y la pseudociencia económica pretende, por un lado, analizar el funcionamiento económico con postulados no demostrados, y por otro, proponer recetas y predecir el futuro de la economía basándose en ellos. El neoliberalismo y su fe en la autorregulación del mercado, responsable de la última gran crisis económica, y el marxismo y su profetizada aufofagocitación del capitalismo y el subsiguiente paraíso comunista son dos buenos ejemplos de economía pseudocientífica.
La ciencia malvada de las multinacionales
No pocas personas piensan que las multinacionales, sociedades mercantiles o industriales “cuyos intereses y actividades se hallan establecidos en muchos países”, son perversas por definición**, y que tienen como objeto ganar dinero sin importarles el perjuicio que sus operaciones o los productos que nos venden puedan ocasionar a la población. Luego dan un paso más y consideran dañinos esos productos. Aunque a veces es al revés: señalan que lo que no es “natural” y No hay que confundir la supuesta mala praxis empresarial con lo buenos o malos que sean los productos que venden
“contiene químicos” o “emite radiaciones” resulta pernicioso y, entonces, las empresas que lo venden son diabólicas. Y lo curioso es que, al mismo tiempo, suelen defender la pseudociencia de la homeopatía, como si Boiron no fuese una multinacional.
No es mi intención tratar aquí la mala praxis empresarial de las multinacionales, que existe y, de todas formas, siempre hay que demostrarla caso por caso, sino intentar explicar que no hay que confundir esta supuesta mala praxis con la conveniencia de los productos en que estén especializadas: los medicamentos y vacunas, los productos alimenticios, transgénicos o no, y los aparatos tecnológicos serán saludables dependiendo únicamente de ellos mismos. Además, los estándares de control en los laboratorios públicos y privados y los estudios de la Organización Mundial de la Salud y de las administraciones públicas son tan rigurosos que la desconfianza está poco justificada. Y a mí se me escapa la lógica de pensar que las empresas que se lucran vendiendo estos productos quieran o les dé igual matar a las personas que les proporcionan su beneficio económico.
Pero lo primero que hay que hacer es rechazar la falacia de que lo natural es lo mejor, básicamente porque sólo con los avances tecnológicos en alimentación y medicina hemos mejorado la calidad y la esperanza de vida de las personas como nunca habíamos imaginado: lo normal antes de esto era, por ejemplo, que la media en la esperanza de vida se situase por debajo de los 35 años hasta el siglo XIX, que la mitad de las mujeres falleciesen en el parto y que Los progresos en salud humana son resultado de la lucha contra los males de lo natural
las epidemias acabasen con gran parte de la población sin el freno de las vacunas. Hasta podríamos decir que los progresos en salud humana son el resultado de la lucha contra los males de lo que es natural y no nos columpiaríamos en absoluto.
Y en cuanto a ciencia médica en general, no tiene ningún sentido pensar que “lo ancestral” es más acertado o saludable que lo más reciente por algo tan elemental como que la adquisición de conocimiento funciona en sentido inverso, y la medicina moderna se ha desarrollado desde hace escasos siglos. Esto se puede ver muy claramente en China, cuya expectativa de vida aumentó espectacularmente desde que abandonó su curanderismo milenario, por el que tantos occidentales sienten devoción, y se pasó a la medicina moderna.
Por otra parte, todas las cosas del Universo tienen química, y **los alimentos transgénicos, no sólo no son perjudiciales para la salud** si han pasado los controles pertinentes, sino que la transgénesis resulta muy útil para producir semillas adaptables a climas a los que no estaban acostumbradas, aumentar su productividad y eliminar aquellos componentes naturalmente nocivos de losLa expectativa de vida en China aumentó de forma espectacular cuando se pasó a la medicina moderna
alimentos, y **no se ha demostrado que la llamada agricultura ecológica sea ni más saludable ni más nutritiva.
Además, la antenofobia no tiene razón de ser: no se ha demostrado que las radiaciones de los móviles y las antenas de telefonía sean perjudiciales** para la salud. De hecho, los estudios han reiterado que no lo son, y otros han tratado de explicar por qué este tipo de pensamiento no científico no remite. Y la radiación que recibimos de todos los aparatos en nuestra vida diaria tampoco llega a ser perniciosa.
El negacionismo del cambio climático
En la actualidad, el **consenso científico acerca del calentamiento global antropogénico (o sea, propiciado por la actividad industrial del ser humano) es tal que sólo lo niegan aquellos a los que les perjudicaría económicamente reducir las emisiones de CO2 de sus empresas a la atmósfera, y sus correspondientes voceros, además de, bueno, los que confían en la divina providencia**, que no puede permitir que nos sobrevengan las catástrofes medioambientales y el sufrimiento Nuestro cerebro favorece los sesgos ideológicos
indecible que el cambio climático nos augura.
Nuestros cerebros, evolutivamente, no están programados para ser racionales y rigurosos, para analizar el mundo de forma desapasionada, sino para sacar conclusiones rápidas, por lo general, priorizando aquellos datos que apoyen nuestros puntos de vista preestablecidos y no los violenten, y todo con la intención de tranquilizar nuestras mentes frente a la incertidumbre de la supervivencia y el vértigo existencial. Y por eso ideamos el método científico, la única herramienta colectiva que ha demostrado ser eficaz para la adquisición de conocimiento y su aplicación al margen de nuestras limitaciones cognitivas individuales; que no es infalible porque nosotros tampoco lo somos, pero a la vista está lo que hemos logrado con él. De lo contrario, y sirva de muestra, ahora mismo no me estaríais leyendo.