Es rara la semana que no aparece en los medios de comunicación al menos una noticia nueva relacionada con el cambio climático: los glaciares se descongelan más rápido de lo que creíamos, el incremento de las temperaturas atmosféricas es cada vez más pronunciado, los corales sufren más, los animales se extinguen, algunos presidentes lo niegan… La lista es interminable. Está claro que el calentamiento global y el cambio climático son problemas preocupantes, a los que deberíamos poner solución antes de que sea demasiado tarde. ¿Pero qué son exactamente?

Esta es una pregunta bastante frecuente. Se sabe que el efecto invernadero, provocado por los combustibles fósiles, tiene mucho que ver. También es conocido que los árboles pueden ayudar a solucionarlo y que se trata de un proceso lento, pero que ya ha recorrido un tramo bastante grande en el camino hacia su desastre. Ahora bien, la forma en que todo esto se relaciona a veces es un poco menos conocida, por lo que vale la pena conocer qué ocurre, paso a paso y empezando por el principio.

¿Qué es el efecto invernadero?

Tendemos a considerar el efecto invernadero como algo negativo, pero en realidad esto no es del todo correcto, ya que sin él la Tierra se convertiría en un lugar inhóspito. Todo es cuestión de temperatura.

El ser humano revierte el reloj climático a una velocidad vertiginosa

Las radiaciones solares, en frecuencias de luz visible, pasan a través de la atmósfera terrestre y llegan hasta la superficie del planeta. Sin embargo, parte de estas radiaciones se reflejan y son devueltas de nuevo en dirección hacia el espacio. Esto generaría una gran pérdida de calor si no fuera porque algunos gases de la atmósfera, conocidos como gases de efecto invernadero, retienen esta energía, evitando que se pierda. Hasta aquí todo bien. Muy bien, de hecho, ya que si no fuera por este fenómeno la temperatura media de la Tierra sería de aproximadamente – 18ºC.

El problema es que algunos procesos derivados de la actividad humana están llevando a que las concentraciones de estos gases alcancen niveles mucho más altos, de modo que se retiene demasiado calor y las temperaturas globales se van haciendo cada vez más elevadas. Aunque estos gases pueden ser muchos, los que más están contribuyendo a este calentamiento son el dióxido de carbono, el óxido nitroso, el metano, el ozono troposférico y los conocidos como clorofluorocarbonos (CFC). El primero es un gas que emitimos los propios seres humanos durante nuestra respiración. Sin embargo, su aumento desorbitado no se ha generado por este motivo, sino por el uso excesivo de combustibles fósiles, tanto en la industria como en el funcionamiento de medios de transporte. Por otro lado, el óxido nitroso también procede de diversas fuentes, aunque destaca la utilización de fertilizantes nitrogenados, las centrales térmicas, la quema de biomasa o la fabricación de nailon y ácido nítrico para la industria. En cuanto al metano, es un gas generado durante la fermentación de algunas bacterias, características de zonas pantanosas. Además, resulta de las reacciones generadas durante la digestión del ganado. Siguiendo con el ozono, es el componente principal de esa famosa capa que nos protege de las radiaciones más nocivas del Sol. Sin embargo, también es un gas de efecto invernadero, que resulta de la quema de algunas sustancias contaminantes. Finalmente, los CFC son compuestos químicos artificiales con un gran número de aplicaciones, como la fabricación de aerosoles o sistemas industriales de refrigeración. Aunque no se encuentran en concentraciones muy elevadas en la atmósfera, una pequeña cantidad ya puede potenciar notablemente el efecto invernadero.

Se puede comprobar que la inmensa mayoría de estas sustancias son el resultado del desarrollo de la industrialización y los medios de transporte. Por eso, la expansión de ambas actividades se considera la principal responsable del calentamiento que está sufriendo el planeta en los últimos años, con todas las consecuencias que ello conlleva.

El papel de los árboles

De momento, queda claro que el dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero, que retiene el calor en la atmósfera, por lo que aumento de sus concentraciones atmosféricas dará lugar a más calor y una disminución, a más frío.

Hasta alcanzar una temperatura que permitiera que nuestro planeta fuera habitable, era importante mantener unos niveles adecuados del gas. Sin embargo, una vez superados con creces esos niveles, es importante buscar métodos que permitan “arrancar” parte de ese dióxido de carbono de la atmósfera. ¿Pero a dónde enviaríamos todo ese gas que no queremos?

La conquista de América cambió el clima de todo el planeta

Es una tarea complicada. Por eso, es importante recurrir a algo que no solo retire ese CO2, sino que también le dé un uso que permita agotarlo. Y para eso, los árboles son grandes aliados, ya que durante el proceso de fotosíntesis utilizan el carbono presente en el dióxido de carbono para fabricar los azúcares que necesitan para nutrirse. Esto indica que cualquier planta podría servir, pero los árboles de gran tamaño han sido siempre la herramienta perfecta para captar grandes cantidades de gas.

Por desgracia, la Tierra se encuentra en un punto en el que los árboles pueden hacer ya muy poco por ella. De hecho, según un estudio publicado en 2017, para responder a las necesidades actuales sería necesario plantar tantos que se destruirían un tercio de los ecosistemas y se eliminarían buena parte de los actuales terrenos de cultivo.

El papel del agujero de la capa de ozono

El tema del agujero de la capa de ozono y su relación con el calentamiento global es bastante controvertido, ya que para muchos son fenómenos que no tienen nada que ver, mientras que algunos investigadores sí que apuntan a una ligera relación entre ellos. Pero, para entenderlo, es importante saber primero en qué consiste este agujero.
La capa de ozono es una zona de la estratosfera, situada entre 15 y 50 kilómetros de altura, en la que se encuentra el 90% del ozono atmosférico. Se trata de un gas que actúa como escudo, absorbiendo un porcentaje muy alto de las radiaciones ultravioleta del Sol, de modo que se evita que lleguen hasta la superficie terrestre. Esta es una gran ventaja, ya que estas radiaciones tienen efectos muy nocivos sobre la salud del ser humano, como daños en el ADN que pueden desencadenar tumores o alteraciones en el sistema inmunológico. Además, también afecta negativamente a otros animales y a muchas plantas.

En 1974, los científicos Frank Sherwood Rowland y Mario Molina anunciaron que habían descubierto cómo algunos compuestos, como los antes citados cluorofluorocarbonos, estaban poniendo en serio peligro esta capa. Más tarde, se confirmó que, efectivamente, se había generado un agujero que permitía el paso de una proporción mayor de radiaciones ultravioleta. Tal fue la importancia de su hallazgo, que en 1995 ambos ganaron el premio Nobel de química por ello. Desde entonces, este orificio ha sufrido varios empeoramientos y recuperaciones, pero sigue siendo un problema al que hay que prestar atención. Ahora bien, ¿qué tiene que ver realmente con el calentamiento global o el cambio climático?

Una de las principales razones por las que ambos fenómenos suelen relacionarse es porque tienen un enemigo común: los CFC. Estos compuestos actúan como gases de efecto invernadero, aumentando las temperaturas globales, pero también se encuentran entre los grandes responsables del deterioro de la capa de ozono. Sin embargo, que se originen de un modo parecido, no quiere decir que estén relacionados.

Establecen una fecha límite para frenar el cambio climático

Pero parece ser que sí lo están. Al menos eso es lo que afirmaba en 2013 un equipo de científicos de la Universidad Johns Hopkins, de Estados Unidos, en un estudio publicado en Science. En él, establecen que la disminución del ozono estratosférico podría haber conducido a la generación de cambios en la corriente circumpolar antártica. Se sabe que los océanos del sur tienen un papel relevante en la absorción de calor y dióxido de carbono, por lo que dichos cambios sí que podrían afectar al calentamiento global y el cambio climático.

El cambio climático: un viaje lento y peligroso

Conocido todo esto solo queda establecer qué es el cambio climático. Según el Ministerio para la Transición Ecológica, este se define como la variación global del clima de la Tierra. Esta es una variación que se debe a causas naturales y a la acción del hombre y se produce sobre todos los parámetros climáticos: temperatura, precipitaciones, nubosidad, etc, a muy diversas escalas de tiempo.

Esta es una situación que se ha dado repetidas veces a lo largo de la historia por diferentes razones y que está volviendo a ocurrir, esta vez por el efecto de la actividad humana. Con todo lo que hemos visto hasta ahora, se comprende que las temperaturas están aumentando. Este aumento lleva a que poco a poco los glaciares se descongelen, provocando un aumento del nivel del mar, que podría generar inundaciones en zonas costeras. También aumenta la temperatura del agua de los océanos, afectando negativamente a los ecosistemas que contienen y dando lugar a una mayor evaporación y precipitaciones más extremas.

Dicen que para luchar contra el enemigo el primer paso es conocerlo. Por eso, una vez que sabemos en qué consiste este fenómeno, solo queda comenzar a tomar medidas para combatirlo.