En 1796, el médico Edward Jenner empezaba un experimento que a día de hoy no superaría los requisitos de ningún comité de bioética; pero que, dada la época en la que vivía, dio lugar a uno de los hitos más importantes de la historia de la ciencia.

Había observado que las lecheras a menudo contraían una enfermedad conocida como viruela bovina, que afectaba a las vacas y en personas generaba algunas pústulas y un poco de malestar, pero no llegaba a provocar la grave sintomatología que generaba el virus humano. Sí que parecía que ambos virus estaban relacionados, por lo que tuvo una idea: tomó una muestra de las pústulas de la mano de una ordeñadora y la inoculó a James Phipps, un niño de ocho años. En unos días el pequeño experimentó un poco de malestar, pero no llegó a ponerse muy enfermo. Como tampoco lo hizo cuando, unas semanas después, volvió a inyectar al niño, pero esta vez con la viruela humana. Afortunadamente, su organismo había generado anticuerpos contra el virus. Así fue como nació la primera vacuna de la historia, un fármaco que salvó millones de vidas en todo el mundo, llegando incluso a los puntos más recónditos del planeta. Y fue precisamente en esta labor de expansión donde destacó Francisco Javier Balmis, el médico en cuyo honor se ha bautizado estos días a la operación con la que las fuerzas armadas españolas están actuando para combatir la epidemia de coronavirus en nuestro país.

Una misión salvadora de vidas

Tras aquel peligroso experimento que finalmente salió bien, Jenner hizo público su trabajo, para que otros científicos pudieran producir aquella vacuna, tan necesaria en aquellos tiempos. No tardó en darse a conocer en toda Europa.

En 1800 llegó a España, donde su rey, Carlos IV, todavía lloraba la muerte por viruela de su hija María Teresa, fallecida en 1794, cuando contaba con solo tres años de edad. Muy concienciado de la necesidad de difundir aquella vacuna que ayudaría a salvar a otros niños del destino que corrió su pequeña, decidió consultar con su médico, Francisco Javier Balmis.

Este no dudó de la eficacia de aquel fármaco y le recomendó al monarca que iniciara una campaña de vacunación, no solo por el territorio de la actual España, sino también por los que entonces se conocían como dominios de Ultramar, extendidos por América y Asia. Para poder llevar la vacuna hasta allí sería necesario iniciar una expedición, dirigida precisamente por Balmis.

Así, el 30 de noviembre de 1803, zarpó desde La Coruña un barco en el que viajaban el galeno de la corte, dos médicos asistentes, dos prácticos, tres enfermeras y la también enfermera y rectora del orfanato Casa de Expósitos de La Coruña Isabel Zendal Gómez.

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El papel de esta fue esencial porque ayudó a reclutar veintidós niños que servirían como “recipiente” para la vacuna. Uno de ellos era su propio hijo, el resto huérfanos procedentes de varios orfanatos del país.

Con los avances de la época era imposible transportar la vacuna en buen estado en una travesía tan larga por el océano, por lo que estos niños servirían para amplificar lo que en su momento hizo Jenner con el pequeño Phipps.

Así, el virus pasó de brazo en brazo y los niños se fueron inoculando durante todo el trayecto y el tiempo que pasaron en las diferentes colonias españolas, para mantenerlo activo y conservar su capacidad de generar inmunidad.
Gracias a aquella peculiar cadena de transmisión, se logró llevar la vacuna a las islas Canarias, Venezuela, Colombia, Ecuador, Perú, Nueva España, las Filipinas y China.

Siete años después de su partida, Balmis regresó a tierras españolas, convertido en el impulsor de la primera expedición sanitaria internacional de la historia.

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Gracias a muchas personas como él, el virus de la viruela es el único erradicado completamente a día de hoy. Otros aún no se han eliminado del todo, pero están cerca de desaparecer, gracias siempre a lo mismo: una vacuna.

En el caso del SARS-CoV-2, la vacuna, por ahora, somos nosotros. Esta nueva operación Balmis se encargará, entre otras labores, de que actuemos correctamente, porque somos los únicos que, actualmente, podemos ayudar a contener la enfermedad. No hay barcos ni huérfanos convertidos en probetas, pero es una situación que también va a pasar a la historia. Cuando lo recordemos, deberíamos hacerlo sabiendo que, entre todos, contribuimos a mejorar la situación. Por eso debemos quedarnos en casa.

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